Por: Sam_le_fou
Érase una vez —si uno creyera en el concepto del tiempo como una construcción lineal, real y cuantificable, en lugar de una conspiración intrincadamente enredada creada por restaurantes para hacer que beber por la tarde sea socialmente aceptable llamándolo "brunch"— vivía una mujer en un templo al pie del monte Olimpo.
Esta mujer tenía poca consideración por el brunch como concepto, ya que le gustaba pasar cada hora del día bebiendo vino, viendo reality shows con personas raras y grotescas, insultando a otro set de personas igualmente raras y grotescas, y garabateando pájaros y gatitos haciendo cosas humanas, como pagar impuestos, y llorar al darse cuenta de que la vida es un sinfín de acciones minúsculas y sin sentido que jamás tendrán repercusión en el gran esquema de un universo en constante expansión que no tiene tiempo ni energía para tomarse siquiera ínfimo microsegundo para afirmar su efímera existencia.
Y a veces, si estaba de buen humor, los dibujaba jugando tenis. Le daba risa pensar en pájaros que no tienen brazos intentando agarrar una raqueta.
Dicho desdén por el concepto de decencia pública podía definirse mejormente por la cruda placa de madera martillada en la pared de su habitación: "Más Vale Borracho Famoso Que Alcohólico Anónimo".
Sus siete hermanas, con las cual vivía, la llamaban muchos nombres, la mayoría de los cuales nos obligarían a hacer esta historia para +18. Para mantenerlo Pg-13, digamos que dicha palabra usada para describirla era "pendeja". Algunos la llamarían tonta, imbécil o necia, pero ninguna palabra podría describir su personalidad mejor que la palabra "pendeja".
Era el tipo de persona que les decía a todos que era vegana para darse aire de chic y moderna, solo para darse vuelta y atiborrarse un pollo frito entero cuando nadie la miraba. A menudo se la encontraban borracha en las gradas de los colegios locales cuando había partidos, donde gritaba insultos a los jugadores hasta que lloraban como los nenes que eran, y siempre se aseguraba de hacer todo lo posible para evitar acariciar a los perritos que encontraba en las calles, sin importar lo suaves y adorables que fueran.
Ella era una completa y absoluta pendeja. También era una diosa, y no en el sentido en que todas las mujeres lo son. Su nombre era Calíope, y era la musa de la poesía épica. También es, lastimosamente, la protagonista de nuestra historia.
A diferencia de sus hermanas musas que se reinventaron a lo largo de los siglos para inspirar nuevas e interesantes obras de arte, Caliope alcanzó su punto máximo durante la Edad Media y decidió que sus habilidades serían mejor utilizadas, dibujando gatitos gordos haciendo estupideces por un par de años para relajarse un rato y no pensar en sus responsabilidades celestiales... Los cuales se convirtieron en mil años. No entendía la nueva tecnología y no estaba dispuesta a aprenderlas a la tierna edad de 4000 años. O a los 3650, dependiendo si le preguntabas a ella. Siempre decía que era unos siglos menos de lo que aparentaba.
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Antología: Érase una vez una estrella
Short StoryNuestros autores se reúnen nuevamente en: "Érase una vez una estrella". Un conjunto de relatos perfectos para leer en cualquier época del año. Toma asiento, busca un lugar cómodo y disfruta de historias que te cautivarán de principio a fin.