Por AnyaJulchen
1. Introducción
Las ramas se rompían entre chasquidos bajo sus zapatos mientras corría a la luz entre la hojarasca, el bosque silencioso de los sonidos de la naturaleza, vacío de cualquier signo de vida ajeno a su propia huida.
El corazón saltaba en su pecho, su respiración jadeante y entrecortada mientras su estómago se veía atacado por los primeros pinchazos de cansancio. A su lado, la sombra rojiza del can mantenía el ritmo, su hocico hacia la libertad.
Atrás, el futuro de este mundo los alcanzaba en la forma de un tumulto.
El eco de los monstruos seguía las huellas de barro, su sinfonía de muerte, chasquido de huesos, quejidos de gargantas sangrantes y carne llena de moscas. Ignoraban raíces salidas en el suelo, troncos podridos, levantamientos en el suelo. Sus cuerpos se dejaban caer, se arrastraban con sus dedos como ganchos y se levantaban junto a sus miembros torcidos en diferentes sitios. Su único deseo era la sangre que pulsaba bajo las venas del corredor, su camino, las migajas de la herida en forma de sonrisa en su brazo.
Pese a la situación, ella no mostró la mínima de las emociones. Sus ojos permanecieron tan secos como los riachuelos, su paso tan firme como la tierra que raspaba la parte inferior de sus zapatos cuando al fin se dejó caer por la debilidad. Sus labios sabían a metal, su brazo hormigueando en la zona donde los dientes arrancaron la piel. El dolor pasó, su mente apagando cualquier otro estímulo en un momento tan peligroso.
Giró sobre sí, sus manos buscando el peso de la pistola en la mochila. El trozo de metal a través de la tela tranquilizó el más oscuro de sus miedos, no así el frío en su estómago al comprender la cercanía de la muerte. Tragó, sus labios apretándose en una mueca llena de secretos, pero no se permitió todavía sucumbir. Los gemidos de los monstruos de rostros cadavéricos se hacían más fuertes a cada segundo, sus intentos de levantarse cada vez más pobres.
El perro gruñó. Primero intentó ayudar a su compañera con lamidas en el rostro, caminar a su alrededor y empujar su cuerpo con el hocico. Fastidiada, con los nervios de
punta y un dolor de cabeza cada vez más fuerte, apartó la boca del animal de una suave patada.
—Vete entonces, tonto.
Sin embargo, el perro no se alejó. Más bien, se acercó más e intentó una última vez levantarla con solo el peso de sus fuerzas. Alzó las orejas, las bajó y movió la cara de un lado al otro hasta que en su mirada se encendió la decisión. Apartó la maraña de cabello rubio, ahora marrón, para poder hundir sus dientes en el cuello de la camisa y empezar a jalar su cuerpo ligero, igual al de cualquier niña.
Por primera vez en mucho tiempo, Sol no peleó por las decisiones de sus cuidadores. Aceptó dejarse arrastrar hasta que su propia fuerza volvió y logró levantarse justo cuando los primeros rastros del día rompieron las sombras del bosque y mostraron la inmensidad del cielo azul sobre su cabeza.
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Antología: Érase una vez una estrella
NouvellesNuestros autores se reúnen nuevamente en: "Érase una vez una estrella". Un conjunto de relatos perfectos para leer en cualquier época del año. Toma asiento, busca un lugar cómodo y disfruta de historias que te cautivarán de principio a fin.