Devil || ls

II

La luna llena brillaba sobre sus orbes esmeralda, la euforia en ellos era tan palpable que incluso su respiración era agitada.

Harry no era caracterizado por su apego a las leyes, le hacía sentir poseedor de algo de lo cual no contaba, valentía. Sin embargo, como una prueba viviente de su desobediencia, se encontraba el gran ventanal de su habitación abierto, con ráfagas de viento desordenando las hojas esparcidas de alguna que otra nota escolar. Iba a escapar, para poder asistir al ansiado baile que tan feliz puso a su corazón en cuanto supo sobre el.

Sus finas telas lo envolvían en una caliente sensación de satisfacción y deseo, aquella que le proporcionaban las miradas deseosas de caballeros vestidos de gala y años notorios sobre ellos. Caminaba lento, saboreando el momento, haciéndolo esperar en su lengua.

No había conseguido permiso de sus progenitores para asistir al baile, lo habían considerado un tanto vulgar y de baja clase para su pequeño sucesor. Así que no tuvo más remedio que preparar sus sábanas, para fingir que dormía plácidamente.

Era tarde, lo suficiente para que sus padres estuvieran más ocupados en roncar que en vigilar el escape de su único hijo varón para asistir a dónde realmente no debería.

El frío del exterior lo estremecía, caminaba lento pero sigiloso, ocultándose de sus muy comunicativos vecinos. Era sospechoso caminar a tales horas sobre la acera con un traje encima.

Se dirigía a aquel casino tan conocido en aquel pequeño pueblo, era el lugar de costosas fiestas, cómo también el lugar de jóvenes elocuentes y eufóricos que amaban el descontrol y poca ley ejercida.

La puerta se encontraba abierta, al menos lo suficiente para que su cuerpo se abriera paso cómodamente, las luces, candelabros y el olor profundo de perfumes de marca inundaron su naríz y su vista, haciéndolo fruncir un poco el ceño por los olores un tanto dulzones.

Visualizó mujeres y hombres bailando sobre la gran pista, jovencitas se acercaron a él, esperando una aceptación de su parte, lo hizo sin embargo, no podía simplemente tomar la mano de un joven y mecer sus caderas sobre él al son de alguna melodía. Estaba concentrado en el baile, sin notar una mirada azul recorrer su cuerpo y posarse demasiado tiempo en alguna parte de su anatomía.

Sintió calor en su pelvis, y un frío estremecedor en su espalda y cuello, la muchacha pegada a su cuerpo seguía insistiendo en su fracasado baile, intentado salvarlo al menos un poco, sus manos comenzaron a sudar y la presencia de ella a molestar. Necesitaba aire, sacar su mente del estado nublado en el que se encontraba y conseguir una razón lógica para tal malestar que le inundaba.

Pero nunca pudo poner un pie fuera del lugar, porque la fuerte y gran mano de un hombre tomó la suya tan delicadamente que le quemó la poca cordura que conservaba.

Su cuerpo se giró directo al toque del extraño, quien todavía conservaba su mano entre las suyas. Al verlo, notó la mirada azul penetrante, los ojos brillosos y un tanto muertos, era fascinante, los sentimientos que albergaban esos orbes océano.

El hombre era bello, tenía plumosos cabellos, asemejában tiras delgadas de fino oro, sus pómulos alzados y filosos. Era sinónimo de perfección, con belleza casi inhumana. Su vestimenta consistía en un traje negro ajustado a su medida, amoldado a su cuerpo.

El toque se sentía tan familiar.

-Podrías conceder una pieza a este hombre - su voz era profunda pero aguda, hermosa melodía que inundaba sus oídos, como las más bellas notas musicales. Su sorpresa era visible en su rostro, un hombre pidiendo una pieza a otro hombre delante de docenas de personas con mentes poco evolucionadas.

Titubeante y poco audible murmuró un pequeño -sí- dudando entre la cordura y su corazón.

El aire se atascó en su garganta cuando una mano ajena se posó en su cintura, el toque enviando escalofríos por su columna vertebral. La otra mano todavía continuaba sosteniendo la suya, como si fuera su hogar. Y el cuerpo ajeno irradiando olas de frío, contraste con su toque singular.