Estaban planeando cómo entrarían a la casa. Ese maldito niño creía que podía jugar a la muerte sin represalias y no iban a consentir que se saliera con la suya, no esta vez. La inteligencia del grupo llegaba a límites insospechados. Yo los observaba a diario y no había noche en la que me fuese a dormir sin haber descubierto algún dato nuevo sobre ellos. Pero hasta el momento, jamás los había visto abrir puertas.
Se hacía de noche y continuaban llegando más de ellos: graznidos y más graznidos... a mi me parecía un espectáculo. El pájaro muerto en el suelo ya estaba lleno de moscas y le faltaban un par de trozos que había arrancado un gato callejero.
Ajeno a la situación, el niño estaba tranquilo. Había cenado hacía un buen rato y debía de estar a punto de irse a la cama. Yo estaba hambriento, pero no podía parar de observar... un cigarro tras otro, rehuyendo al jinete del caballo negro. Se encendió la luz en la habitación. Su madre lo ayudó a acostarse y le dio un beso en la frente antes de marcharse. Esa noche hacía mucho calor, pleno agosto, por lo que su mamá volvió a entrar y abrió la ventana del cuarto. Ahora sí, estaba solo.
Como si los cuervos hubiesen estado esperando ese momento toda la tarde, callaron al mismo tiempo y alzaron el vuelo. Se lanzaban en picado hacia la ventana del pequeño, que había estado jugando con la escopeta de perdigones de su padre en el patio. El que encabezaba la partida de vuelo era el que había estado llamando a todos los demás después de que su compañero cayese del nido. Me dio repelús, pero no podía apartar la mirada ante semejante función.Los cuervos alcanzaron la ventana y entraron en bandada hasta llenar la habitación del crío. Los gritos eran desgarradores y hasta sentí pena del pequeño demonio. Para cuando los padres entraron corriendo a la estancia, el niño había dejado de gritar. Ya no podía, le habían rajado la garganta y comido los ojos.
Entonces me levanté del banco del parque que daba a la casa de la desgraciada familia, tiré el último cigarro y lo pisé con el pie para terminar de apagarlo. Me había terminado la cajetilla entera, maldición.