Capítulo 7

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Con la claymore como una extensión de su brazo, se lanzó al galope. Siete guerreros Stewart no eran nada contra un MacLaren, y cuando hubiese acabado con ellos y llegase hasta Douglas, pensó, inundado por una rabia emponzoñada que lo ahogaba, lo mataría con sus propias manos, aunque eso supusiese una nueva guerra de clanes.

A pesar de la decisión que había tomado, cuando los dos primeros guerreros embistieron con sus monturas contra él, se cuidó bien de no matarlos. Golpeó con el pomo de su espada al primero que se acercó y al otro lo arrojó al suelo de una patada. Luego, él mismo saltó del caballo y plantó los pies con firmeza en la tierra.

Douglas tembló cuando el MacLaren levantó la cabeza y sus ojos grises se clavaron primero sobre la muchacha y luego en él. No parecía haber vida en ellos; fríos como la escarcha, refulgían con la misma intención de matar que la hoja de plata de su espada.

—¿A qué esperáis? —les gritó a sus hombres.

Los guerreros se miraron titubeantes. Una cosa era hacer una incursión para robar ganado y otra muy distinta matar al laird de un clan y comenzar una guerra. Si no morían a manos del MacLaren, Murdoch Stewart los ensartaría con su espada como a cerdos. Aunque sucedería lo mismo si permitían que algo le ocurriese a su hijo. De cualquier forma, saldrían mal parados. Ya habían echado su suerte cuando decidieron seguir a Douglas.

Echaron pie a tierra y se movieron para rodear al bastardo. La piel dorada que tensaba sus abultados músculos, la inmovilidad que mantenía a pesar de que eran siete contra uno y el gesto de su rostro, desprovisto de expresión, excepto por la furia ardiente que reflejaban sus ojos, fue suficiente para amedrentarlos. Habían oído hablar de sus proezas con la espada, capaz de partir a un hombre en dos sin contemplaciones.

—¡Atacad de una vez, atajo de cobardes, o juro que os desollaré vivos!

Intercambiaron una mirada entre ellos y luego, como un solo hombre, se lanzaron contra él.

Rodric se movió con agilidad, bloqueando las embestidas de las espadas. Su calma exterior era mortal, pero la rabia que bullía en su interior acrecentaba la fiereza de sus ataques. Le costaba controlarse para no dar muerte a esos malnacidos. Tampoco quería mirar a Muriel. Si veía aunque solo fuese un ápice de dolor en su rostro, no tendría misericordia con los Stewart. Mandó al suelo a un par de guerreros con un fuerte empujón y rajó a otro en el estómago con el filo de su claymore, procurando no tocar órganos vitales. Los Stewart no estaban bien entrenados y la mayoría de ellos eran jóvenes que, probablemente, habían seguido a Douglas para ganarse su favor.

Muriel era incapaz de oír el sonido del entrechocar de los aceros, tan solo escuchaba el rugir de su propia sangre en los oídos mientras contemplaba, con el corazón en un puño, la lucha que tenía lugar ante sus ojos. Rodric parecía no hacer ningún esfuerzo mientras bloqueaba con su espada las de sus atacantes. Él ni siquiera se inmutó cuando uno de los guerreros lo golpeó, abriendo un tajo en la piel de su brazo, que comenzó a sangrar, pero ella tuvo que clavarse los dientes en el labio para no gritar.

Douglas soltó una maldición cuando vio a sus guerreros tendidos en el suelo, aullando de dolor a causa de las heridas. Miró con odio al bastardo, que permanecía en pie y apenas parecía cansado de la lucha, solo el sudor que cubría su frente lo delataba.

—No te acerques —le ordenó al tiempo que apretaba aún más a la muchacha contra su pecho, como un escudo protector. La daga que sujetaba en la mano tembló y un pequeño reguero de sangre descendió por el cuello femenino.

Rodric apretó con fuerza la empuñadura de la espada al ver la palidez en el semblante de Muriel que hacía destacar aún más el rojo vivo de la sangre. Se obligó a respirar hondo para no abalanzarse sobre aquel maldito o la muchacha podría resultar herida o algo peor. El pensamiento de que podía perderla lo sacudió por dentro y notó que el corazón se le detenía en el pecho.

Entre el corazón y la espada #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora