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──── ¡Ni siquiera entiendo por qué estás tan gruñón! ──── suspiras mientras sigues a tu mejor amigo.
Acabas de salir de la cafetería Weathervane y sigues a Xavier hacia el bosque, lo que significa que probablemente se dirijan a su pequeña cabaña de arte. Todo iba como de costumbre, Xavier te hacia reir mientras se ponian al día y tomaban sus usuales bebidas, cuando de repente se queda muy callado y quiere irse.
──── ¿Puedes decirme al menos qué te pasa? ────
Ya ni siquiera presta atencion a tu presencia, parece estar en su propia cabeza ahora mismo.
Miras su espalda, su estatura normalmente alta ahora encorvada sobre sí misma. No deja de pasarse la mano por el pelo que le cae sobre la cara, y entonces te das cuenta de que le falta su goma de pelo que suele llevar en la muñeca.
Te animas a ponerte a su lado y le extiendes tu propia muñeca. En ella hay una goma, la misma que suele llevar él. Empezaste a llevarlas después de darte cuenta de lo a menudo que las olvidaba, sólo para luego perderlas.
Detiene sus movimientos antes de mirar la banda que adorna tu muñeca. Se queda mirándola unos segundos antes de desviar la mirada hacia tu cara, donde te mira fijamente unos segundos más.
Siempre estan cómodos el uno con el otro, son amigos desde hace tiempo, así que el contacto visual no es algo que les cueste, pero hay algo diferente en la forma en que te está mirando. Como si te estuviera analizando, estudiándote.
Mirando más allá de lo que hay en tu expresión y tratando de sondear tus pensamientos.
Intentas sostenerle la mirada, pero al cabo de un rato tu cara se empieza a tornar rosa y el momento te parece demasiado intenso, así que desvías la mirada hacia tus zapatos, cuyas puntas casi tocan las de los suyos.
Escuchas el suave suspiro que sale de sus labios antes de ver sus pasos en retirada. Al cabo de unos segundos, vuelves a ponerte en fila y le sigues de nuevo.
Tras unos minutos más de silencio, llegas a su estudio de arte, abre la puerta y se queda a un lado invitandote silenciosamente a que entres primero sin mirarte directamente, antes de entrar él mismo. Inmediatamente busca el lápiz y el cuaderno de dibujo que tiene más cerca y, sin hacer apenas ruido, se sienta en su escritorio y empieza a garabatear.
Te sientas en el taburete que acompaña a un gran lienzo de pintura y observas cómo trabaja frustradamente el lápiz en el papel, emborronando la mina con los dedos en un diseño irreconocible.
