Capitulo I: Alejandro y Miguelito

16 0 0
                                    

San Martín es un pueblo pequeño ubicado en un valle entre montañas frondosas, llenas de café aromático; que van desde el río Maleficio hasta el paso de San Quintín, siendo famoso por historias como las de Jesús María "el grande" y Miguel Angel "el tirador" personajes que lucharon por la libertad de la región, que estaba siendo pisoteada por grupos al margen de la ley. La guerrilla.

En este pueblo hay personas de clase media y clase media alta y lo único que tienen en común es su amor a rezar, coger con la mujer del vecino, fumar marihuana, hacer disparos en la calle cuando están ebrios. Claro que lo único que hacen legalmente es rezar, lo otro lo hacen "bajo cuerda" como decimos aquí.

Es la misa del domingo y el padre José está dando su misa habitual pero lo que no sabe es que puse un poco de marihuana en sus arepas dominicales y como no tengo padres ni familia que me digan algo, pues a disfrutar del espectáculo que va preparar ese viejito hijueputa que mantiene morboseando a las niñas que le dejan a cargo...

— Hijos, el señor... ¿Por qué todo se me hace tan chistoso? —  Todos comienzan a murmurar sobre sus risas espontáneas que resuenan por toda la iglesia.

— Silencio hijos... — Luego de un rato grita mi nombre — ¡Miguel!....

Soy Miguel, tengo actualmente 22 años y vivo solo en una casa que me dejaron mis padres. Tengo todo lo que se puede tener en este pueblo, pero me aburre mucho y parezco un niño... Un puto niño de 22.

— Miguel, ya te hemos dicho que no hagas esas cosas. Cuando tenías 15 era gracioso y lo soportamos por la reciente pérdida de tus padres, pero ahora eres un adulto y tienes que comportarte como tal. — me dice doña Carlota mientras yo me pierdo viendo el culo de su hija...

Suspiró cuando pienso en Martina. Pero hablaremos de ella más adelante. ¡Puta vida, no la amo, pero si me la quiero coger!

Y justo cuando no tengo escapatoria él me salva.

—Ya doña Carlota, ese cura habla puras babosadas. Lo que hizo Miguel estuvo chistoso, no lo justifico porque fué muy infantil, pero da gracia. Yo me divierto con eso, está... ¡Martina deja de mostrar la figura de tu culo!, ¿Qué no ves que estás poniendo arrecho a nuestro Miguelito?

Me sonrojo un poco porque no debía decirlo en voz alta y supuestamente yo estaba disimulando lo más que podía. ¡Mierda! Que vergüenza.

— Pero Alejandro no puedes defenderlo, es el padre de esta comunidad, es una autoridad de nuestro clero, viene directamente desde Bogotá, el arzobispo nos lo encomendó personalmente. Ese pobre tendrá que ir a clausura total.

— Doña Carlota, eso no es de importancia. La religión me parece estúpida, ese puto curita debe estar tocando niños. Así son.

— ¡Ay! Dios mío, Alejandro. ¡Padre santísimo! Que el señor no te haya escuchado hablar mal de su representante...

Alejandro es mi hermano, no de sangre, si no de experiencias. Nos metíamos en problemas en el internado donde estudiábamos. Aunque es mayor que yo e iba unos cursos más adelantado que yo.

— Mire doña Carlota, aquí está lo de la comida. Esto es lo que le debo por lo de mis trabajadores y lo mío. Cuente a ver si está completo.

— Si mijo, usted siempre es cumplido y honesto con las cosas. Al igual que tú Miguelito. Sigan así y van a llegar lejos, uno nunca le hace el mal a nadie, ¡Nunca!

— Por supuesto doña Carlota- responde Alejandro. Yo apenas me limito a asentir y sigo comiendo. — A ver Miguel, coma rápido, hermano porque me voy y lo dejo.

El restaurante de doña Carlota es el único sitio del pueblo en donde sirven la comida más rica y ella es muy amable con todos sus clientes.

Llendo en el carro, con Alejandro, dirigiéndonos a la finca, se ven regresar a los trabajadores desde tierras lejanas. Se miran caminar por la carretera con sus maletas llenas de ropa, vagando sin un lugar donde llegar.

— ¿Mirándole el culito a Martina, eh?

— ¡Tiene un cuerpazo esa mujer!

— ¿No es que tiene novio?

— ¿cómo?, ¿Quién será ese pirobo para darle una cálida golpiza?

— Hasta donde yo sé, es Leonardo.

— ¿Leonardo Sifuentes? ¡Ja! Ese tipo no me cae bien.

— Pues el chino está bien grande y anda por ahí con los más importantes, por así decirlo, del pueblo. Todo creído el malparido ese.

— Sinceramente eso me tiene sin cuidado. Martina no es como mi amor de verdad. Ahora que lo pienso bien, me encanta su cuerpo, me gusta mucho verla caminar y ver cómo toda su anatomía se mueve con ella. Quisiera verla sin ropa, la recorrería como si fuera carretera y lo haría sin zapatos.

— Cuidado y se sale de esas curvas, huevon.

Somos unidos y él siempre ha sido bueno conmigo, me tolera h es la única compañía que tengo desde que mis padres murieron en un accidente automovilístico, en la vía a Bogotá. Le dejaron las fincas para que él las administrara mientras yo estudiaba y era mayor de edad, pero ahora trabajamos en compañía y siempre dividimos todo mitad y mitad.

Nota del autor: Apenas la presentación de nuestros protagonistas. Ya veremos qué sucede con ellos a medida que avanza la historia. Estaré subiendo capítulos seguido, no sé en cuanto tiempo, por cuestiones de mi trabajo, pero trataré de ser lo más constante. Gracias por llegar hasta aquí, espero sea de su completo agrado.

Vuela Hasta que el Viento te OlvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora