Capítulo Uno.

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CAPÍTULO UNO.

Caracas, Venezuela.

Charles.

Margaret... Una hermosa Alemana, religiosa, parte del cristianismo, sus padres también lo son, así que es que algo lógico que ella también sea parte de eso. Vive a una cuadra de mí casa, recién llegando ayude a sus padres a bajar unas últimas cajas de la mudanza, y ahí la vi; Margaret.

Una hermosa cabellera rizada, de color rubio, pálida... ojos color negro, pero un negro hipnotizante, creo que son los ojos más negros que he visto en lo que llevo de vida.

Pero sinceramente, esa chica me enamoró por completo.

Su casa es de tres pisos, el segundo piso tiene una hermosa terraza.

y en esa terraza, está ella horita ahí. Con un hermoso vestido de flores, las calles están oscuras, pero puedo sentir su mirada en mí.

Es como si me estuviera acosando, pero no.

Esa chica es totalmente hermosa, debe de tener como sus dieciséis o diecisiete años. Yo tengo diecisiete así que, estamos bastante contemporáneos.

Boulevard Sabana Grande.

¡Rick! —Llamo a Rick que está del lado de los punketos. —Ven un momento.

Rick viene corriendo.

—¿qué paso, viejo?

—Chamo, sabes que hay una chica, y me llama la atención.

—A la burguer, ¿y quién es?

—Tiene tres meses que se mudó a Caracas, vive a una cuadra de la casa de la nonna.

—Que genial,¿y de que estado es?

—¡Es Alemana!

—¿QUEEEE?

—Sí chamo, duro dos meses en la colonia tocar ya que ahí vive prácticamente toda su familia y luego se vinieron a Caracas.

—Bueno, a echarle ganas pues. ¿Crees que puedas conquistarla de aquí al festival?

—No lo sé, pero probablemente sí.

—Listo.

-***-

Paso por la casa de Margaret, eran al rededor de las ocho casi nueve de la noche. Estaba oscura esa calle, y las luces de su casa están apagadas.

En un parpadeo veo un poco de iluminación y volteo, habían prendido la luz de la terraza de la casa de Margaret, espero un momento y era ella. Era Margaret, sus ojos tenían un brillo increíble.

Margaret me ve y me saluda.

—Hola. —Dice con una amable sonrisa en su rostro.

Me quedé helado, no sabía que decir pero sin así le respondí.

—Hola. —Le respondo agitando mí mano y mí sonrisa era de oreja a oreja.

—Gracias por ayudarnos a mí y a mí padre con las últimas cajas el día de la mudanza, fue muy amable de tu parte.

Sonrió, y siento mis mejillas calentarse. —No hay de que. Vi que eran suficientes cajas y decidí ayudar.

—¿Mí papá no te dio nada a cambio?

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