Capítulo dos

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Después de clases, Jeremy se ofreció a llevarme e invitarme a cenar con él, sabía que sería un buen momento para hablar y mi estómago rugía porque no había comido nada en el almuerzo. No me gustaba dejarlo en soledad absoluta, era su amigo de más confianza y no era la primera vez que me invitaba a hacer algo con él, empiezo a pensar que era porque no le gustaba estar solo la mayoría de veces.

Su auto lo había heredado junto con una suma de dinero aceptable, el vehículo no era de las marcas más nuevas, tampoco era el más costoso, pero nos evitaba la molestia de tener que caminar cuando ya empezaba a anochecer. Pasamos la mayoría del trayecto contando anécdotas graciosas y cantando a todo pulmón, muy pocas veces podía ser así de alegre. Salimos tarareando la misma canción que se había quedado grabado en nuestras mentes, con la comida tailandesa caliente y humeante que habíamos comprado, y entramos a la casa color crema y porche de madera.

No era sorpresa ver algo de desorden en cualquier rincón de la casa, el mismo Jeremy había confesado el simple hecho de que era despistado y a veces olvidaba ordenar un poco. Ya me había acostumbrado, sentía que esa verdaderamente se podía llamar un hogar. Fitzgerald llevó algunos platos y cubiertos mientras que yo desempacaba el pollo frito junto con el arroz y los fideos dulces que pedimos como postre.

—Cuéntame de esa pesadilla —Mencionó después de tragar la gran cucharada de arroz que se metió a la boca.

Me tomé algunos segundos para tratar de buscar palabras, se veía simple la situación pero no podía explicarlo. Me parecía más complicado, algo más extenso que no podía entender. Surrealismo, sí, digamos que era eso. Lo único que tenía claro era que, cada que pensaba en ello, me estremecía de miedo.

—Lo primero que me pasó era que, me desperté y no me pude mover, solo podía mover los ojos y eso era lo que menos quería hacer.

Él asintió repitiendo la acción que hizo anteriormente.

—Estaba en mi habitación, tumbado en mi cama. Recuerdo escuchar risas infantiles por todos lados, y voces susurrando cosas que no entendía —Suspiré, jugando con mis fideos—. Sabía que estaba alucinando porque las pocas luces que habían formaron cosas... Bizarras, extrañas. Todavía no entiendo lo que veía exactamente, solo que se transformaba y volvía a como estaba, tan rápido como un parpadeo.

Volvió a asentir, aunque ya parecía que se estaba confundiendo.

—Luego, en la parte oscura, ví dos ojos, bueno, lo que yo creía que eran dos ojos.

Cada vez que relataba lo que sucedió, mi cabeza volvía a ese momento, sentía el miedo recorrerme las venas otra vez. Todo se sentía tan jodidamente asfixiante. Cuando terminé de contar con lujo de detalles, ví que Jeremy tenía una chispa de curiosidad, junto con interés, por lo que pude notar; su plato ya estaba vacío porque lo comió cuando relataba la perturbadora historia, debía admitirlo, sería una interesante película de terror.

—¿Estás seguro que era un sueño?

Yo asentí inconscientemente. Algo en mí decía que no era un sueño, sin embargo, me relajaba pensar que era así.

—¿Por qué lo dices? —Dudé.

—Es que... Para soñar, ¿No se supone que tienes que estar dormido? Me dijiste que te habías despertado antes de que eso pasara.
Y ahí fue cuando quedé en blanco.

Quería gritar horrorizado, ¿Ví fantasmas, espíritus, demonios, o mi cabeza jugaba bromas pesadas? ¿Acaso ya empezaba a caer en la locura inconscientemente? Solo deseaba cerrar los ojos y vivir dentro de una burbuja protectora.

—Creo que ví esto en un libro —Dijo, al ver que entro en ese mini trance—. En la biblioteca municipal. Cuando buscaba información para mi ensayo de filosofía, se me cruzó un libro, parecía medicina o algo así. Solo que era más complejo, en la corta ojeada que le dí pude notar que era más “espiritual”.

Hice a un lado mi plato con comida, se me había quitado el hambre de repente, a pesar de que me rugía el estómago unas horas atrás.

—Oye, tranquilo —Me susurró, colocando sus manos sobre mis hombros para relajarme, cosa que lograba poco a poco—. No significa lo que estás pensando, de seguro tiene una explicación científica.

—¿Y si no lo tiene? —Pregunté, en un tono lastimero.

—No lo sabremos hasta averiguarlo.
Y me regaló la sonrisa más calmante y cómoda que pude ver.

.  .  .

Me dejó frente el camino corto que tomaba cada vez que salía, se despidió con la mano y pude ver cómo el auto se desaparecía por la carretera. Voltee a ver el cielo, los tonos rojizos y anaranjados estaban desapareciendo igual de rápido, el manto negro de la noche ya se podía ver, así que caminé un poco más rápido de lo usual para no quedarme varado en medio del bosque con la oscuridad reinando, ya sabía qué pasaba cuando eso ocurría.

Abrí la reja de entrada y la mansión Afton ya se podía ver en su totalidad, no me quedó de otra de seguir, después de todo, era mi hogar y el lugar donde permanecían la mayoría de mis recuerdos más bonitos, aquellos con mi madre, por ejemplo. Sigo sin creer que, hace unos años atrás, creí la maldita mentira de que mi madre se suicidó por mi culpa, cuando todo tenía que ver con mi padre.

Hice todo lo posible para ingresar silencioso, la sala principal estaba vacía, —aquella que tenía las escaleras para subir a la segunda planta, dónde se hallaban las millones de habitaciones.

Cuando estuve a punto de pisar el primer escalón, su voz me detuvo.

—¿Michael?

Oh no, pensé tan pronto como esa voz masculina resonó por toda la habitación, proveniente de la que estaba al lado. Miré de reojo esa sala, normalmente se usaba para cuando se recibían visitas o para pasar el rato leyendo algún libro de las estanterías que se encontraban allí, pero mi padre la utilizaba para beber sus copas de vino combinado con vodka o whisky, cómo lo estaba haciendo ese instante.

Al asomarme por completo pude verlo sentado en uno de los sillones, mirando un punto fijo y tambaleando la cabeza un poco, la botella casi terminada bourbon ya me daba la respuesta al porqué. Mis pasos rechinaron y su vista se volteó a mí, el plateado de sus orbes brilló en medio de la penumbra, parecía desconectado del mundo que lo rodeaba, bueno, ¿Quién no lo está cuando se tiene más alcohol que agua en el cuerpo?

Me hizo señal con la mano para acercarme, y lo hice, no porque él tenía control sobre mí, era porque sabía que tendría algo peor de lo que me esperaba sino le obedecía. Estando lo suficientemente cerca de él, se levantó casi de un golpe, la mesa estaba adornada por las diferentes botellas de licor, dos copas de vino vacías, las fotos que teníamos en casi  toda la casa con el rostro de mi madre, ah, y ese bonito jarrón floreado que era igual de insignificante que ese momento para mí.
Todo ese pequeño show que estaba mostrando, ambos sabíamos que era falso.

Tomó mis hombros con firmeza e hizo que lo viera de la misma forma, quería leerme las retinas si es que se pudiera, y ese recuerdo fugaz apareció de nuevo, me causó gracia comparar a mi padre con la cosa más aterradora que he visto. Sus ojos estaban cargados de repulsión, me odiaba por ser su jodida réplica y el recuerdo con piernas de que era el causante de su fracaso, pero me quería por tener los mismos ojos de ella. Me quería porque tenía el azul de su cielo, tenía el recuerdo del matrimonio que nunca quiso, sin embargo, empezó a amarlo pocos años antes de la tragedia.

Me abrazó, encajando perfectamente sus brazos. Me molestaba que necesitaba estar más ebrio que sobrio para mostrar esos gestos que eran comunes. El olor a alcohol era abundante en su ropa, aun así sentía la dulce fragancia del perfume de mi madre impregnado en su camisa.


Por segundos, pensé que estaba en otra pesadilla, una que se volvía real.

Paralysis | Michael AftonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora