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A las seis y media de la mañana siguiente, había dejado de nevar y el paisaje del exterior parecía sacado de una postal de invierno. Muy bonito, pensó Jimin, pero nada útil para sacar a su invitado de la casa, en quien no había podido dejar de pensar en toda la noche. él nunca debió haber mencionado que dormía desnudo. Desde que lo había hecho, el no había podido sacarse de la cabeza su imagen sin ropa. No había pegado ojo. 

El eficiente sistema de calefacción de la casa se había encendido una hora antes y el ambiente estaba caldeado. Y silencioso. Jimin salió de su dormitorio y pensó que no iba a utilizar el cuarto de baño para no despertar a su invitado. Había decidido, durante la noche, que cuanto menos contacto tuviera con él, mejor. Jungkook lo molestaba y, por muy bien que le cayeran Namjoon y Jin, no quería dejarse molestar por un extraño. 

Él se levantaría en cualquier momento, por supuesto, se dijo Jimin. Pero esperaba poder tomar antes una taza de café en paz. Bajó las escaleras sin hacer ruido y suspiró aliviado cuando se encontró a solas y a salvo en la cocina. Como todo lo demás en la cabaña, la cocina era pequeña pero bien proporcionada. Tenía dos vigas de madera en el techo y una mesa antigua de pino. Justo cuando iba a servirse una taza, oyó una voz detrás de él.

—Estupendo. Yo también tomaré café.

Del susto, Jimin derramó el agua hirviendo y gritó de dolor al quemarse la muñeca.

—¿Te has hecho daño? —preguntó él, acercándose de inmediato.

—¿Qué estás haciendo aquí abajo? —preguntó Jimin a su vez, molesto por ver invadida su privacidad.

—Muéstrame la mano.

—sé cuidarme —repuso, y se giró, con el corazón acelerado.

Jimin puso la mano bajo el agua fría y Jungkook se apresuró a su lado, para sujetarle el brazo. Luego, se lo secó con uno de los paños limpios que había sobre el mostrador. El observó hipnotizado cómo se movían aquellos blancos y tatuados dedos sobre su piel. El masculino aroma de él lo envolvió, haciéndolo sentir mareado.

—Patoso —murmuró Jungkook.

—Me has dado un susto de muerte —protestó el—. ¡No esperaba que estuvieras espiándome a estas horas de la mañana! ¡Eres un invitado! ¡Los invitados se quedan en la cama hasta que es una hora apropiada para salir!

—Soy una persona madrugadora. Me levanto con el alba —repuso él, y lo guió hasta una silla—. ¿Tienes crema antiséptica? ¿Vendas?

—Estaré bien en cuanto me devuelvas mi mano.

—Tonterías. Y, como tú has dicho, ha sido culpa mía.

Jimin no pudo mostrarse en desacuerdo. Le indicó dónde guardaba su botiquín de primeros auxilios y observó en silencio mientras él le vendaba la mano, tratándolo con mucha más atención de la que la quemadura merecía. De pronto, en medio del proceso, el cayó en la cuenta de cómo iba vestido. Llevaba una camiseta grande que le llegaba a la mitad de los muslos y nada más. Sin duda, una imagen desaliñada a los ojos de un hombre que, como él le había dicho la noche anterior, no aprobaba ni los pantalones vaqueros.

Jimin se encogió para ocultar sus pezones erectos mientras él le daba los últimos retoques al vendaje.

—Ahora quédate aquí y yo terminaré lo que has empezado.

—¿Para qué te has levantado tan temprano? ¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—Oh, sólo he conseguido dormir un par de horas —respondió Jungkook, dándole la espalda mientras servía dos tazas de café—. Quizá fue por la novedad de dormir con una camiseta fucsia.

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