CAPÍTULO 1: Vida juntos (La nostra vita insieme)

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El día que nacieron fue uno lleno de celebraciones. La reina había tenido a dos gemelos varones de preciosos ojos miel y cabellos castaños, de piel de porcelana y divertidos rizos. Aquel día las campanas de la iglesia sonaron, bendiciendo a los nuevos príncipes. Decir que los reyes estaban contentos era poco.


A esos dos niños los llamaron Lovino Vargas y Feliciano Vargas.


A la corta edad de 5 años, los dos hermanos tenían muy marcadas sus personalidades. El mayor, Lovino, era algo huraño y desconfiado con las personas, mientras que Feliciano era más abierto y alegre, pero era demasiado miedoso y torpe. Aun cuando eran tan distintos e iguales a la vez, los dos hermanos se querían. Jugaban por los inmensos jardines, iban a la iglesia acompañados de su querido abuelo Roma o daban un paseo cabalgando.


Sin embargo, en un par de hermanos la mayoría de las veces hay alguno que se siente ignorado. Lovino, aunque no lo admitiera, se sentía dolido por ver como todos preferían a su hermano antes que a él. ¿Claro, quién no querría más a un niño sonriente, tierno y miedoso que sabía dibujar como todo un profesional? ¡Pero él también tenía buenas cualidades! Aun siendo tan pequeño, ya era muy bueno en la pelea, sabía montar a la perfección un caballo y, aunque le diera pereza y no fuera cosa de príncipes, sabía cocinar un buen plato de pasta sin ayuda alguna. Sin embargo, nadie se daba cuenta de esto, todos le hacían más mimos a su hermano, incluso su abuelo que tanto proclamaba quererlos por igual.


-Igual... Si, claro. – Murmuró mientras observaba al abuelo Roma jugar en el jardín con su hermano gemelo. Ninguno parecía notar su ausencia. Apretó los puños, para luego darse la vuelta e irse a dar una vuelta en su caballo.


—-


Un día, su querido abuelo se despidió de ambos, prometiendo que volvería en unos días. Feliciano miró confundido al mayor, no entendía mucho de por qué usaba aquella armadura o por qué tenía que irse. Cuando le preguntó, él solo contestó que tenía que irse a hablar con alguien. En cambio, su hermano lo comprendió de inmediato. Él ya no era de mente tan inocente ni estaba al margen de lo que ocurría en el reino. Miró a su abuelo, con lágrimas bajando por sus mejillas para su molestia y sorpresa de los otros dos.


-Mientes. – Habló con voz entrecortada por el llanto retenido. Sentía su pecho doler, era como si supiera que sería la última vez que lo vería. Deseaba con todas sus fuerzas que no fuera así. – Tienes puesta tu armadura y en tu cintura llevas tu espada. Ha preparado a tus soldados y a tu caballo para una pelea... Vas a la guerra.


Roma abrió los ojos sorprendido por la inteligencia de su nieto, no creía que a tan corta edad supiera el significado de las palabras que acababan de salir de sus labios. Feliciano miró asustado a su abuelo, seguía sin comprender a la perfección la situación, pero su sí hermano mayor lloraba debía ser algo malo.


Sintió sus ojos cristalizarse, mientras abrazaba la pierna del mayor.


-Ve~, Abuelo Roma... ¿Está pasando algo malo? – Alzó la mirada, observándole con ojos llorosos. Lovino solo se mantuvo en su sitio, mirando, con el ceño fruncido y lágrimas cayendo, la escena.


-Feli, no te preocupes. – Se hincó para poder estar a la altura de ambos niños, colocando sus manos sobre los cabellos de ellos. Sonrió, intentando tranquilizar los temores en sus corazones. – Prometo que volveré en unos días y los tres pasaremos todo el día juntos. ¡Ya verán como este viejo puede contra todos!


Con un fuerte abrazo a cada uno, se levantó y se subió a su caballo, yéndose a pelear. Los gemelos se quedaron atrás, observando a la persona que más les quería en el mundo, aún más que sus supuestos padres, irse. Feliciano abrazó a su hermano, preocupado. Lovino solo miró el camino por el que se había ido aquel hombre, sintiendo un doloroso pinchazo en su pecho. No deshizo el abrazo como siempre lo hacía, se dejó abrazar por una vez. Ambos lo necesitaban.


Los días se hicieron semanas, las semanas se volvieron meses. Y su abuelo finalmente volvió...

Dentro de un ataúd.


Y aquel mismo día, su madre también falleció. Al parecer no logró dar a luz a ese tercer hijo, y este tampoco logró nacer. Los hermanos Vargas se quedaron solos con su padre. Parecía ser que esa semana estaría llena de desgracias y funerales, la familia real se iba deshaciendo lentamente. Lo único que podían desear los dos hermanos, era que no los separaran a ellos también. Lamentablemente, los deseos no siempre se cumplen. Y cuando lo hacen, no siempre son como se hubiesen querido.


Un día, Lovino estaba caminando con tranquilidad por los pasillos del castillo en busca de algo para hacer. Su hermano estaba en sus clases de pintura y él ya había terminado de practicar con la espada. A pesar de tener solo 7 años, se le daba bien el trabajo físico y el pelear. Caminó por un rato, mirando con aburrimiento los pasillos del castillo. Vale, que eran muy parecidos entre sí, pero seguía sin comprender cómo es que su hermano menor se perdía en estos cada dos por tres. ¡Tampoco es que fueran un laberinto, caray!


Tras un rato de pasear sin rumbo fijo, se detuvo para mirar el enorme ventanal que poseía el pasillo, sin cortina alguna que pudiera evitar que la cálida luz entrase. No pudo evitar relajar su eternamente ceño fruncido, observando con tranquilidad el paisaje. El reino en el que vivían era bastante grande y tranquilo, la gente vivía ganándose honradamente el pan para su hogar y los niños asistían a la escuela. Además de ello, alrededor del pueblo había hermosos bosques. Sin duda alguna, era la viva imagen de la paz y alegría.

Todo gracias al rey anterior, Roma. Que a pesar de ser un pervertido en ocasiones, sabía hacer bien su trabajo.


Cerró los ojos, sintiendo los rayos de luz que se colaban con suavidad por la ventana darle de lleno en la cara. La suave brisa era relajante y, si no fuera porque quería dar una vuelta por el bosque en su caballo, se habría ido a dormir un rato al jardín. Siempre había sido un perezoso, inclusive mucho más que su hermano, pero intentaba no pasarse de holgazán  y hacer sus deberes.


Tras quedarse ahí un momento, pensando en todo y en nada, decidió que había estado demasiado tiempo ahí. Lo último que deseaba en ese momento era que le viesen parado como torpe en pleno pasillo. Dio un par de pasos, hasta que se detuvo al escuchar la voz de su padre proveniente de la sala tras la puerta, la misma que estaba justo a su lado y a la que llegó sin haberse dado cuenta.


Si le hubiesen avisado

Que aquel día soleado

Sería el día del inicio de la tragedia,

Que aquel momento sería su perdición,

Se habría reído con diversión.

No sabía que aquellos días de inocencia

No serían más que un recuerdo en su conciencia.

Mio FratelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora