Finales de noviembre de 1996
Sammy me mira casi sin pestañear, clavando en mí esos ojos verdes en los que llevo perdida demasiado tiempo. Suspira y da un paso más hacia mí.
—Rita —susurra, acompañando el roce de mi nombre en sus labios con una sonrisa.
—Sammy —respondo yo, incapaz de mover los pies de donde estoy. Le miro detenidamente: su pelo castaño brillante, corto y con el flequillo largo abierto hacia los lados de su frente, esa clave de sol de plata que tanto me gusta, sujeta a su cuello con un cordón de cuero, la camiseta gris de tirantes que se pega a su cuerpo y deja visibles los músculos de sus brazos—. Sammy Scott —pronuncio su nombre y su apellido.
Se acerca más y más hasta que su pecho se pega al mío, saca las manos de los bolsillos de sus pantalones anchos y me envuelve con sus brazos, estrechándome contra su cuerpo. Me agarro a él y contengo la respiración cuando siento que baja la cabeza. Yo miro hacia arriba, saboreando ya ese beso inminente.—¿Qué haces? —doy un bote en mi silla, el pilot verde con el que estoy escribiendo sale despedido y, como un resorte, cierro el cuaderno de golpe.
—¡Qué susto! —exclamo. Mi madre tiene la costumbre de entrar en tropel en la habitación cuando estoy estudiando, pero da igual que sea algo que hace siempre, me asusta de todas maneras.
—¿Mala conciencia? —ella sigue con su ritual, con ese tono entre bromista y acusador.
—Pues no. Solo estaba concentrada.
—¿Estudiando? —me mira desde detrás de sus gafas, donde el cristal de aumento hace más profundas las arrugas que rodean sus ojos azules.
—Claro —miento, y ella lo sabe.
—¿Con eso ahí? —señala el ejemplar de «Chicas de hoy» de esta semana, abierto sobre el escritorio y mostrando una foto de Sammy Scott, vestido con camiseta de tirantes gris, vaqueros anchos y deportivas blancas, (sonriéndome)
sonriéndole a la cámara.
—Ay, chica —protesto—, me inspira.
—Déjate de tonterías, esos chicos de Los Tigres no van a aprobar el examen de Sociales por ti.
—Son Love Trigger, mamá —me quejo una vez más, primero vocalizando con furia y después resoplando. ¿Es que nunca se va a aprender el nombre de mi grupo favorito?
—Da igual, lo que sea. Ponte a estudiar —cierra la revista de un manotazo y se la lleva cuando sale de la habitación, dejando la puerta abierta. Jo, qué rabia, de verdad.
—Hasta luego, Sammy —digo en voz muy baja. Le doy un beso al cuaderno en el que escribo las historias que me invento y lo guardo en la mochila.
El libro de Ciencias Sociales parece mirarme con cara de mala leche. En fin. Lo abro de mala gana mientras le quito la tapa al fosforito amarillo con los dientes.El arte gótico se desarrolló en Europa durante los siglos XIII, XIV y XV, coincidiendo con el auge de las ciudades y el nacimiento de la burguesía. En este estilo se construyeron castillos, palacios y catedrales.
—¿Y a quién le importa esta chorrada? ¡Si están todos muertos!
Empiezo a subrayar como una posesa, todo me parece importante, todo es importante. Para mi profesor, claro. A mí esto me parece una pérdida de tiempo.
Leo en voz alta –para mi madre, sobre todo– acerca de portadas ojivales adornadas con relieves y esculturas en abundancia, y continúo recitando la lección mientras, en mi mente, Sammy sale de una de esas catedrales convertida en palacio y me tiende una mano a mí, su Reina envuelta en un precioso vestido medieval.
Y así, decorando con ganas este rollo repollo que me tengo que aprender para mañana, va pasando la tarde de estudio.***
Enero de 1997
El hombre del tiempo ha dicho que va a nevar y a mí me ha dado la risa de pura alegría. Mi padre y mi hermano mayor ya están haciendo planes para la primera gran nevada de la temporada, que consiste en irse de travesía por el monte con la cámara de fotos, bocadillos y la bota de vino. En mi casa ninguna excursión es importante si no incluye bocatas de filete empanado y vino tinto.
Me gustaría ir con ellos, pero no estoy segura de aguantar todo el día pateando monte. Podría llevarme el Walkman y bien de pilas para entretenerme y soñar despierta con Sammy. Me gustan la nieve y los montes de esta zona, pero estar doce horas oyendo a estos dos petardos hablando sobre pájaros, ciervos y cosas de hombres de pueblo me parece un soberano coñazo.
Todo sería distinto si hubiera nacido en Los Ángeles, en vez de haber caído en este agujero en mitad de la nada, donde ni siquiera puedo pillar bien Los Cuarenta Principales si no encajo la antena de la radio entre el marco de la ventana y la estantería. Me gusta escuchar la radio y grabar las canciones de Love Trigger, aunque tenga todos los cassettes que han sacado desde que fundaron el grupo, en 1992.Al principio no me gustaban. Ainara, una chica de mi clase, vino un día vistiendo una camiseta con sus caras en blanco y negro, cosa que me pareció tan ridícula que casi me muero de vergüenza cuando Mikel, el chico que me gustaba en aquellos tiempos, me vio hablando con ella en el recreo. A partir de ese día, Ainara no hablaba de otra cosa que no fueran ellos, los putos Love Trigger todo el día. Thomas, Aaron, Jay, Tyler, Robbie y Sammy.
Ahora me río, pero en su día aquello era una tortura, en serio. Estaba todo el tiempo intentando enseñarme las revistas en las que se gastaba la paga de los domingos, como si eso fuese mejor que un Bollycao y una bolsa de patatas con la que mejorar mi colección de Tazos, y yo pasando de ella como podía. A pocas dejamos de ser amigas.
Hasta que un día, yendo en coche con mis padres y mis dos hermanos, sonó una canción de ellos por la radio. Puse la peor cara de fastidio que pude cuando pedí que quitasen esa porquería y mi padre me mandó callar. Prefería escuchar la vieja cinta de Los Pitufos, fíjate. Pero no, tuve que tragarme la dichosa canción enterita, y ya no me la pude sacar de la cabeza durante el resto de la semana. Ni aquella voz grave que cantaba «Nanana, let me love you, baby».
Unos días después, también me tragué mi orgullo, y le pedí a Ainara que me grabase todas las cintas que tuviera. Empecé a pasar de los Bollycaos y las bolsas de Monchitos, y cambié la colección de Tazos por montones de ejemplares de «Chicas de Hoy». Para entonces, ya había identificado la voz que tanto me había marcado, era la de Sammy, el mayor y más guapo de los seis. No tengo nada en contra del resto, pero es que son todos muy críos en comparación.
Sammy Scott nació en Washington once años antes que yo, se mudó a Los Ángeles para intentar ser una estrella y lo consiguió. Y está soltero. Dice que su chica ideal es romántica, detallista y divertida, alta, con curvas, morena y con ojos claros. Está claro que soy yo.
Ay, ¿por qué tuve que nacer en este pueblucho perdido?***
Me han quedado dos para septiembre: Sociales y las putas Matemáticas. Mi madre está que trina. Dice que tengo la cabeza llena de pájaros y tonterías, así que estoy oficialmente castigada. Me ha confiscado todas las revistas y la música hasta que apruebe. Por suerte aún tengo los pósteres en mi cuarto, me da pánico no ver la cara de Sammy todos los días.
Bueno, suerte. Mierda frita. Estoy tan castigada que me han prohibido ir al concierto de Love Trigger. Los chicos van a estar a dos horas de mi casa, en Bilbao, y yo me lo voy a perder. No voy a ver al amor de mi vida, ni él me verá a mí.
A mis padres les da igual que ya tenga la entrada, y les da igual que hubiéramos hecho un trato y tuviera permiso para ir con Ainara y su madre, que sí es una tía genial y no hace pasar traumas a su hija. A lo mejor es porque sus padres están divorciados; fue un escándalo en el pueblo, pero a Ainara y a su madre parece irles muy bien sin el idiota de su padre. Bueno, ¿qué más dará?
Se ha ido todo a la mierda y solo por una mierda de asignaturas que no me van a servir para nada en la vida.Odio a mis padres, odio a Don Agustín y Don Koldo por no tirarse el rollo y aprobarme sus puñeteras materias, odio este pueblucho donde nunca pasa nada y odio mi vida. Odio.
Me tiro sobre la cama, harta de llorar, tengo la cara hinchada, la voz pastosa y la garganta seca como si me hubiera comido un cartón viejo.
Cierro los ojos y visualizo la cara de Sammy, que me sé de memoria. En mi mente, Sammy Scott viene a buscarme a mi casa y me fugo con él, dejando toda esta mierda atrás y abrazando la felicidad.