Al subir la luna Aullica, con su halo de plata, a Febo no le quedó más remedio que abandonar su cuarto y bajar despacio las escaleras. No tenía opción, debía llegar a su principal fuente de ingresos. Tuvo la suerte de que Temis, su padre, estaba ebrio hasta los codos con el peor vino de Salamion. Su cuerpo yacía en medio del suelo, del otro lado del mostrador de mármol donde preparaban las comidas.
La termofolia, la tienda de comida al paso de Temis, era la peor de la ciudad. Y sus precios no le hacían justicia. La escasez de clientes era la excusa perfecta para cerrar temprano y dedicarse a la bebida. Pero no era nunca pretexto para dejar salir a su hijo.
Se escuchó un gemido. Febo había pisado el dedo pequeño de Temis. Se quedó congelado con un pie en el aire. El enorme y seboso cuerpo de su padre se giró hacia el muchacho, pero sin abrir los ojos. Febo esquivó el manotazo del sonámbulo sin hacer ruido. La barba salvaje de Temis barrió el suelo dejando un reguero de vino agrio sobre la tierra batida. Y la otra mano alcanzó el tobillo de su hijo.
Febo se mordió los labios, y miró hacia la puerta, estaba tan cerca. Podía ver a la luna Aullica subiendo por entre las tablas de la puerta desgastada. Era la primera luna de la noche, ya debería estar en su trabajo. Maldito Temis, ¿por qué siempre tenía que hacer las cosas más difíciles, incluso cuando estaba durmiendo? Con un padre que no fuera el más ebrio y el peor cocinero de Posidonia, él podría haber sido escultor o pintor. Y dejar alguna de esas sublimes estatuas que brillaban todas las noches en los templos, para la eternidad.
Pero no. Estaba allí, con el tobillo atrapado entre los dedos de un hombre borracho.
Malditos los Hados, o las diosas, o lo que fuere.
Temis soltó un bostezo, y un vaho agrio y dulzón inundó las fosas nasales de Febo.
Por las nalgas de la diosa Posidenia, me va a matar con ese aliento.
Decidió usar un viejo truco de la calle para quedarse con algo sin permiso del vendedor. Sujetó un vaso de cerámica. Si era lo bastante rápido podría irse sin despertar a la bestia durmiente. Temis soltó un ronquido como un chancho degollado. No era buena señal, si roncaba fuerte se ahogaba con su propia saliva, el esfuerzo por respirar le cortaba el sueño y se despertaba de mal humor. Febo contuvo el aliento, sacó el pie de un tirón brusco y al mismo tiempo lo reemplazó con el vaso.
El monstruo borracho se agitó y sus barbas sucias se inquietaron por un segundo, pero luego volvió a su posición favorita para dormir, como un feto.
Febo se deslizó fuera de la tienda de comidas, hacia las calles. Los pequeños rombos de mármol blanco de la acera reflejaban la luz de la luna Aullica, iluminando su paso. Atravesó la calle Hermesodon hasta llegar al ágora, dobló por una de las callejuelas laterales, desiertas, que llevaban hacia el templo del Dios Emperador. Y se adentró en el barrio de los pescadores. Un lugar tranquilo, que se agitaba solo unos momentos antes del alba.
Un símbolo fálico en el suelo indicaba el camino a los viajantes, en especial marineros que esperaban un poco de placer después de meses en el mar. El burdel de Dioniso le reservaba siempre una habitación pequeña, con una cama, algunas mantas de lana apenas limpias de ayer. En las paredes recubiertas de estuco del recibidor se apreciaban los frescos con las más variadas posiciones para que el cliente eligiera sin necesidad de decir una sola palabra en lengua posidonia.
—Llegas tarde, Febo. Alguien te esperaba. Tuve que dárselo a Milas—dijo Dioniso con una sonrisa falsa. El regente del burdel podía ser la persona más cruel de toda la ciudad.
—Qué bien, parece que mis servicios suman fama —dijo el muchacho con una mueca de fastidio, dejando ver los huecos entre sus dientes.
Ingresó a su habitación y se acomodó el himation. La túnica blanca le rozaba la piel desnuda. Se ajustó mejor el nudo del hombro, y liberó apenas un poco la cuerda que sujetaba la cintura, para que se desarmara con mayor facilidad. No quería problemas. Si el otro desgarraba la tela, él tendría que pagarlo y no estaba en condiciones de afrontar esos gastos. Dejó las sandalias de cuero a un costado, hundió sus manos en el cuenco con aceite y comenzó a untarse el cuerpo.

ESTÁS LEYENDO
Posidonia
FantasíaLa ciudad de Posidonia ha rendido su libertad en busca de la paz. El Emperador supo ganar la fe de las masas y ahora lo aman como a un Dios. Su gobierno es absoluto, en las leyes y en las almas, aunque unos pocos paguen las consecuencias. Ent...