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La mañana del 24 de diciembre estaba bastante pesadita, el radiante sol veraniego iluminaba toda la ciudad desde el imponente cielo azul que la cubría y la temperatura subía a medida que se acercaba la hora de almorzar.

En el hogar de los Catalano el desayuno había terminado; Víctor, el padre de la familia, se encontraba tirando la yerba del mate, que a pesar del calor, se había atrevido a tomar como todas las mañanas.

En su pieza, el más chico de la casa, Tomás, agarraba con entusiasmo el joystick de la PlayStation, listo para aventurarse en varias partidas online con sus amigos de otras provincias. La mamá, Elena, andaba en el patio disfrutando de la sombra y mirando con emoción la pantalla de su celular, debido a la charla que había tenido con su hija mayor.

Mientras que Lucía, la hermana del medio, escuchaba música a medida que limaba sus delicadas uñas, pensando con qué color de esmalte iba a pintárselas: «¿Rojo? ¿O quizás verde? Por la navidad que se aproxima... Quizás celeste y blanco como el nuevo campeón del mundo», sonrió con alegría.

Entre el sonido del ventilador, las poderosas melodías que salían de su viejo parlante a Bluetooth y sus pensamientos sobre los últimos acontecimientos que vivió, nunca notó que su madre había vuelto de afuera y estaba en la puerta de su habitación.

—Luci, mi amor, podrías ir a comprar otro pan dulce y sidra que esta noche viene tu hermana con la pareja y el hermano a cenar. —La voz femenina, pero grave de la mujer, distrajo a Lucía que volteó a mirarla con atención—. Mejor tener un poco más, porque se van a sumar estos chicos.

Dejó de esculpir sus uñas y miró a su madre con una expresión quejumbrosa, realmente no quería ir a comprar, pero la sonrisa ilusionada de Elena la convenció.

Minutos después, Luci caminó por las veredas del barrio, sintiendo el calor del cemento bajo sus sandalias, la pollera de jean se le calentaba con el sol y se arrepentía de haberse puesto su remera negra de La Renga con el clima que estaba haciendo.

El negocio de Don Walter estaba atendiendo, a pesar de ser casi la hora del almuerzo y no haber casi nadie en la calle debido a las altas temperaturas. Tenía las puertas y ventanas abiertas de par en par y el hombre que lo atendía esperaba a su clientela en lo fresco, sentado junto a la heladera que guardaba los deliciosos helados que se vendían como pan caliente desde que comenzó la temporada cálida.

—Hola Walter —dijo Lucía y entró al pequeño comercio.

El hombre la saludó amablemente y la invitó a pasar, allí encontró a un joven, vestido de bermudas, ojotas y camiseta de la selección argentina, que observaba los estantes y quizás calculaba precios en su mente. Luci no le dio importancia y sonrió a la hija de Walter que sacaba cuentas en el mostrador del negocio familiar.

Al fondo estaban los panes dulces, budines y garrapiñadas, también la sidra y todo lo que la gente solía comprar para las fiestas de fin de año. Estaban de oferta por la noche buena que cada vez se hacía más cercana.

Caminó viendo con mala cara como habían subido los precios de varios productos hasta llegar a lo que buscaba, estaba a punto de agarrar el último paquete de pan dulce que quedaba cuando unas manos varoniles lo tomaron al mismo tiempo que ella.

Abrió los ojos sin soltar el paquete y levantó la vista hacia el rostro del joven que había visto en el local minutos antes. Con unos intensos ojos cafés y una jovial sonrisa, él también la observó a ella.

—Yo lo agarré primero —expresó con simpatía.

«Tarado».

—¿Qué decís? —respondió haciendo el gesto de montoncito con la mano—. Yo lo agarré primero y lo venía viendo desde lejos.

Cálida NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora