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Yunjin bloqueó la puerta de su camioneta negra y caminó en dirección a la entrada de la cafetería algo apresurada. Tenía una misión súper importante que cumplir. Su novia quería tomar una bebida caliente y comer algunos postres luego de su práctica de ballet, así que ella era la encargada de llevárselos.

Abrió la puerta y fue lo suficientemente amable de mantenerla así para el par de adolescentes que salía del local. Les regaló una sonrisa galante cuando le agradecieron y se rio sola al escuchar como murmuraron sobre su genial apariencia cuando creyeron que ya no podría escuchar. Se sentía bien, con sus jeans holgados y sus botines negros, su chaqueta de cuero sintético y sus gafas oscuras. Se sentía en paz consigo misma.

Se acercó al mostrador a paso seguro, mirando de pasada a todos los dulces y postres presentados en los escaparates a un lado. Casi podía sentir a los budines de chocolate llamando su nombre para que los compre.

—Bienvenida a Starbucks, ¿puedo tomar su orden?— la chica detrás de la caja registradora llamó su atención una vez fue su turno. Aquella voz era una inolvidable para Yunjin. Palabras dulces y frases crueles se habían repetido en su cabeza una y otra vez en el pasado, todas dichas por aquella voz.

—Quisiera un café con leche y un vaso mediano de chai, para llevar. Y dos porciones de tarta de chocolate, por favor.— contestó sin cambiar su actitud, al igual que la chica que tomaba su pedido.

—Vale, el total sería trece mil wones. ¿Efectivo o tarjeta?— la pelinegra no había levantado la mirada de la pantalla de su computador, registrando el pedido.

—Tarjeta.— contestó poniendo sus manos dentro de sus bolsillos, dejando los pulgares afuera.

—Muy bien, ¿podría decirme su nombre para anotarlo?

—Huh Yunjin.— contestó lentamente, sonriendo en espera de la reacción. ¿La recordaría o no?

Entonces, la pelinegra levantó la cabeza de golpe, luciendo sorprendida, con los labios separados y los ojos bien abiertos. La miró de pies a cabeza y cerró su boca, sonrojándose mientras anotaba su nombre.

—¿Yunjin-ah?

—La misma que calza y viste. ¿Me cobras la compra?— dijo extendiéndole su tarjeta.

—Eh, sí sí.— contestó tomando el objeto con un ligero temblor. —¿Qué tal has estado? Veo que el tiempo te hizo bien.— habló mordiéndose sus labios.

—Nunca estuve mejor que ahora.— admitió. —Me gustaría decir lo mismo sobre tí, pero sabes cómo soy con las mentiras, Iseul-ssi.

—Sí...  Hace mucho no sé de ti, ¿no quieres que nos pongamos al día? En unos minutos acaba mi turno.— murmuró.

—Sinceramente no puedo, tengo un compromiso importante en un momento.— Y no es como si quisiera hablar con ella, pensó.

—Oh, ya veo. Tu pedido estará en un momento.— Iseul le regaló una leve sonrisa y siguió con su trabajo.

Yunjin fue a sentarse, usando sus redes sociales y hablando con sus amigas mientras esperaba. Sonrió alegre al ver un par de mensajes de su novia. Kazuha ya estaba por salir de su práctica y no podía esperar a verla.

—Un pedido para Huh Yunjin.— anuncio el barista encargado de entregar los pedidos. La mencionada se levantó a tomar sus bebidas y se apresuró en salir del lugar, sin siquiera darle una mirada a la pelinegra quien solo la observó marcharse con una expresión triste.

Desbloqueó su vehículo y acomodó las bebidas y la bolsa de papel con cuidado en el asiento del copiloto. Cerró su puerta y se puso el cinturón de seguridad antes de arrancar el motor. Estaba apunto de mover la palanca de cambios para poder maniobrar y salir, cuando alguien golpeó su ventana desde afuera.

La bajó confundida, pero luego su expresión se tornó aburrida al ver a Iseul afuera.

—¿Sucede algo?— preguntó átona.

—Yunjin-ah, sé que no debes hacerlo si no quieres, pero yo quería pedirte disculpas. Lo que te dije hace un año fue muy cruel, pero yo no conocía otra cosa.— dijo la pelinegra, totalmente angustiada y arrepentida.

—Mira.— Yunjin suspiró pesadamente, viendo de reojo la hora en su teléfono, estaba justa de tiempo. —Iseul, eso ya no importa. Yo superé todo eso y ahora estoy bien, estoy feliz. Me alegra que hayas cambiado, pero tampoco me importa tanto. Lo pasado se queda en el pasado. Adiós.— le dio una sonrisa apretada de labios y comencé a cerrar la ventanilla.

—¡Déjame darte mi número, Yunjin-ah!

—No estoy interesada, linda, perdiste la chance.— guiñó un ojo y arrancó el vehículo, saliendo de aquel estacionamiento. No pudo evitar reírse por lo ocurrido, que chistosas eran las vueltas que daban la vida.

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last christmas | kazujinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora