Dime que no me amas

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Con voz temblorosa se acercó a ella por detrás, le rodeó la cintura con los brazos sintiendo su cálido aroma, ese suave olor a canela que tanto le había gustado la primera vez que la había sentido y que todavía hoy tantos años después le seguía volviendo loco, y le susurró al oído.

- Dime que no me amas y me iré.

Pues claro que le amaba, ¡maldita sea!... más que a nadie en el mundo. Esos años que habían compartido su vida juntos habían sido los más felices para ella. Tantas experiencias juntos, tantos sentimientos compartidos, tanto amor... Pero sabía que tenía que dejarle marchar. Sabía que él no conseguiría ser feliz a su lado. Ella no podía darle todo lo que él necesitaba. Él siempre quería más. 

Sabía que a partir de ese momento su vida iba a ser muy dura sin él. Sólo con tenerle a su lado le bastaba. Pero tenía que hacerlo porque le quería. Sabía que al principio él no lo iba a entender, que la iba a odiar por aquéllo, pero también sabía que con el tiempo se lo acabaría agradeciendo, que encontraría a una mujer mejor que fuera capaz de darle todo lo que él buscaba. 

Por éso intentando contener las lágrimas, sintiendo cómo se le partía el corazón y traicionándose a sí misma después de haberse dicho una y mil veces que nunca le mentiría, se giró hacia él haciendo un profundo esfuerzo para soltarse de su abrazo, y separándose lentamente de él le miró a los ojos.

- No te amo.

Él asintió derrotado. Había ido hasta allí para despedirse de ella con la esperanza de que le pidiera que se quedara. Habría renunciado a su trabajo con tal de estar con ella. En cambio se había encontrado con que los años que habían compartido habían sido una mentira. Que todo el tiempo ella había estado fingiendo. Le había mirado a los ojos y le había dicho que no le amaba. Ella nunca se habría atrevido a mentirle de esa manera.

Cogió su maleta y se dirigió a la puerta. Se detuvo un momento e hizo lo que se había prometido que no haría, que no miraría atrás, pero tenía que verla una última vez. Era preciosa. Por muchos años que pasaran y por muchas mujeres que conociera para él ella siempre sería la mujer más bella. 

En ese momento sintió que su corazón dejaba de latir. Su vida ya no tendría sentido. Empezó a faltarle el aire. Tenía que salir de allí. No podía seguir mirándola, no después de saber que ella no le amaba. 

Ella aguantó las lágrimas hasta que él salió por la puerta, no podía permitir que él la viera tan débil, tenía que ser fuerte, por él, por los dos. Y sólo cuando ésta se hubo cerrado rompió a llorar. ¿Por qué lo había hecho? Quería correr tras él y decirle que le había mentido, pero ya era tarde, todo había acabado. Su relación formaba ya parte del pasado, él iba camino de una nueva vida de la que ella no debía formar parte.

Él salió a la calle y aspiró una profunda bocanada de aire fresco. Comenzó a andar bajo la lluvia sintiendo una inmensa sensación de melancolía. No supo durante cuánto tiempo había caminado cuando se sentó en un banco con la mirada perdida recordando los buenos momentos que había pasado con ella... las cosas divertidas que habían compartido... las largas charlas hasta altas horas de la madrugada... su cálido beso antes de dormir... las confidencias... los secretos confesados... el sonido de su risa... el calor de su cuerpo... el tacto de su pelo... el roce de su piel... el dulce sabor de sus labios... recordaba cada centímetro de su cuerpo como si fuera el suyo.

Y de repente una brisa lo abofeteó en la cara. No tenía sentido seguir lamentándose. No serviría de nada. Ella ya no estaba. La había perdido para siempre y no volvería a tenerla. Se levantó y llamó un taxi, tenía que coger un vuelo hacia una nueva vida. Una vida vacía. Sin amor. Sin esperanza. Sin la única mujer a la que había amado.


Pequeños Trocitos de CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora