Mujer incompleta

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Ella siempre lo había tenido muy claro. A lo largo de toda su vida siempre había sabido lo que quería, pero ahora sus sueños se habían desvanecido. Todo se había venido abajo de un simple plumazo. Se sentía hundida, destrozada. Sentía que ya la vida no tenía sentido. No sabía cómo podría seguir adelante ahora que todo había cambiado de aquella manera tan devastadora. Cómo podría contemplar el mundo sin sentir envidia de lo que otros tenían y ella nunca podría poseer. Cómo iba a poder seguir viviendo sabiendo que nunca podría conseguir aquéllo que más anhelaba.

Caminaba por la calle con la mirada perdida casi sin darse cuenta de lo que hacía. Como un autómata introdujo la llave en la cerradura del portal y empujó la puerta sin ganas. Siempre había tenido esperanzas de que su suerte pudiera cambiar, de que lo que en un principio parecía una certeza se volviera sólo un mal sueño. Pero esa mañana por fin el médico había puesto fin a toda incertidumbre. "No hay ninguna posibilidad" había dicho fríamente, sin compasión. Como era un tema que a él no le afectaba no había mostrado ninguna pena hacia ella cuando le había dado la fatídica noticia. Se preguntaba cómo un hombre tan carente de sentimientos, incapaz de transmitir emociones, podía tener un trabajo como el suyo.

Comenzó a subir los escalones del portal de camino al ascensor. Ni siquiera oyó el alegre saludo del portero del edificio. "¿Se encuentra usted bien doña Julia?". Pero ella no escuchaba, estaba ida en su pequeña burbuja. No estaba de humor para enfrentarse al simpático hombre que cada mañana la amenizaba con su jovial conversación. Esa mañana no. Estaba totalmente desconectada de lo que pasaba a su alrededor. Presionó el botón, pero sin ni siquiera esperar a que se abrieran las puertas comenzó a subir por las escaleras.

Sabía que a esa hora él no estaría en casa, pero necesitaba calmarse antes de entrar, no quería ponerse a romper nada. En realidad no era una mujer que acostumbrara a ponerse furiosa sino mas bien todo lo contrario. Solía tener un carácter bastante calmado y amable y en el estado en que se encontraba lo que menos le apetecía era ponerse a gritar, pero sabía que en cualquier momento todo lo que llevaba en su interior estallaría. Las lágrimas estaban a punto de asomar a sus ojos y no quería dejarlas escapar. Éso significaría que todo era cierto. Que todo cuanto había dicho el médico era real. Que no había escapatoria para la cruda y fea realidad.

Subió los escalones lentamente, como si cada paso le doliera en el alma. Como si el peso que arrastraba sobre sus hombros la fuera hundiendo cada vez más y más contra el suelo. Cuando por fin llegó al rellano se paró frente a la puerta de su casa. Esperó unos minutos mirando fijamente al suelo, sin saber qué hacer, sin saber realmente lo que quería hacer con su vida ahora que todo había cambiado. Pero finalmente se decidió a entrar. Tomó aire con decisión para después expulsarlo. Giró la llave en la cerradura y la puerta cedió. Su hogar. Esa casa que había compartido con su marido durante 8 años. Ese lugar donde habían sido tan felices y que ahora le parecía tan triste, tan desolador, tan lejano.

Dejó caer el bolso en el suelo, cerró la puerta y se dirigió al dormitorio. Se acercó a la ventana para contemplar la ciudad. Esa ciudad en la que tantos buenos ratos había pasado ahora le parecía fría y oscura pese al sol radiante que brillaba en el horizonte. Miró hacia abajo y contempló un niño pequeño que paseaba cogido de la mano de su madre mientras ambos reían. Sonrió sin ganas. Era una sonrisa vacía, llena de dolor. Siempre había deseado ser madre y ahora sabía que un desierto se expandía en su interior. Estaba marchita, yerma. Nunca podría satisfacer sus anhelos y éso la hundía, la hundía cada vez más en un pozo sin fondo.

Una lágrima empezó a rodar por su mejilla. Recordó la primera vez que Miguel y ella habían hablado de formar una familia. Estaban en su piso de soltera acurrucados en el sofá una fría tarde de otoño viendo cómo caía la lluvia a través de los cristales. En ese momento todo les había parecido tan sencillo, abrazados el uno al otro, declarándose su amor. Pero cuando años más tarde habían empezado con su búsqueda nunca imaginaron que la desesperación y el infortunio se cruzaría en su camino. De haberlo sabido puede que todo hubiera sido distinto. Puede que nunca hubiera habido esperanza y que ahora no se sintiera tan miserable, tan abatida, tan sola.

Con ganas sólo de llorar se tumbó en la cama hecha un ovillo, abrazándose a sí misma, deseando poder cerrar los ojos y que ese día nunca hubiera llegado. Las lágrimas le resbalaban por la cara mojando la almohada. Pero lloraba en silencio, no tenía fuerzas ni para sollozar. Sólo podía pensar en lo que pudo haber sido pero ya nunca sería. En todos esos sueños de juventud que se habían roto. Todas esas ansias de dar vida a un nuevo ser. Pero en su interior nunca habría nada mas que vacío. Desierto.

No supo cuánto tiempo había pasado tumbada en la cama cuando oyó la puerta. Su marido había vuelto a casa. Había ido directamente al dormitorio al encontrar el bolso en el suelo de la entrada porque se había imaginado las malas noticias. Y al ver a Julia tumbada en la cama, de espaldas a la puerta, sus peores sospechas se habían confirmado. Se quitó los zapatos y se tumbó junto a ella. La abrazó por la espalda, le apartó el pelo de la cara y le dio un tierno beso en la mejilla. No hacían falta palabras, todo estaba dicho.

Permanecieron abrazados durante largos minutos hasta que Miguel rompió el silencio. "No pasa nada mi amor, tenemos un plan B". Julia se incorporó recostándose contra el cabecero de la cama y le miró compungida. Tenía los ojos rojos e irritados pero ya no le quedaban lágrimas. Miguel se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Julia negó en silencio. "Sé que no es lo que quieres, pero es una opción factible, nos queda la adopción", le dijo él con dulzura.

Ella apoyó la cabeza en su hombro asumiendo la derrota. Una mujer incompleta. Éso era lo único en lo que podía pensar. Era una mujer incompleta porque nunca podría asumir el rol de la maternidad tal y como ella lo concebía. Y él lo sabía. Miguel sabía lo que Julia pensaba. Después de 12 años la conocía muy bien y no estaba dispuesto a darse por vencido. No iba a dejarse vencer tan fácilmente. No iba a dejar que aquéllo les afectara. Se amaban como siempre lo habían hecho y sabía que éso era lo fundamental.

"¿Es que no te das cuenta Julia? Tú eres lo más importante mi amor. Mi vida sin ti no vale nada. Lo demás es accesorio. Me hubiera encantado que las cosas fueran de otra forma, pero ya nada importa cariño. Te quiero a ti. Sólo a ti". Le dio un beso en la cabeza y ella levantó el rostro para mirarle. Su dulce marido. Ese hombre con el que había compartido tantas cosas. Ese hombre que tanto la había amado sin pedir nada a cambio. Ese hombre que le había jurado amor eterno. Ese hombre que le había dado mucho más de lo que ella necesitaba. Y allí estaba ella, compadeciéndose de sí misma. Compadeciéndose de forma egoísta sin pensar en lo mucho que él la necesitaba, en lo mucho que todavía ella le necesitaba a él.

Y en ese momento, mientras le miraba a los ojos lo comprendió. No era una mujer incompleta. Puede que nunca consiguiera cumplir su sueño. Puede que las cosas no salieran como ella había planeado desde un principio. Puede que nunca tuviera el futuro que ansiaba. Pero el día en que conoció a Miguel su vida había dado un giro de 360 grados. Ese día había pasado a ser una mujer completa, porque él, el hombre al que amaba, la complementaba. Complementaba su vida y su existencia y sabía que aunque lo intentara nunca podría vivir sin él, siempre le faltaría algo porque él era su otra mitad, su complemento.

"Te amo Miguel", le dijo apenas en un susurro mientras acercaba sus labios a los de él. "Yo también te amo Julia". Y mientras se besaban, abrazados el uno al otro, acariciándose la piel, saboreándose como si nunca antes se hubieran besado, toda la angustia que Julia había ido acumulando a lo largo del día se desvaneció. Se perdió junto con las frías palabras del médico. Como si una tormenta de arena se las hubiera llevado.


NOTA: Relato participante en la 1ª Edición del Concurso de Relatos Cortos del LEH cuya temática es el "desierto".  


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