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La situación no podía ser más bochornosa. Guillermo ya aseado y vestido se encuentra encogido sobre la silla frente al comedor. Sólo escucha su propia respiración y el golpeteo de los cubiertos metálicos en el plato. Lionel cómo todo un caballero le ha preparado un típico desayuno inglés, con huevos estrellados, bacon y pan tostado. También acompañado de una taza de té y zumo de naranja. Pero sólo él ésta comiendo. Tiene la atenta mirada del contrario sobre casa uno de sus movimientos y parece que espera paciente a que cometa un error para reprenderlo.

En la oficina, cuando su relación no era más que director - empleado, le podía mantener la mirada y entrar en una pelea silenciosa pero ahora no conectaban ni cinco segundos, en exceso intimidado. Los ojos de Lionel siempre le parecieron misteriosos e indescifrables, eran de un chocolate profundo y un brillo específico que obligaban a cualquiera a retirar los propios. Y se acostumbro a leerlos para entender las indicaciones sin palabras que le daba. Era diferente esta vez, pues no sabía si tenía que hacer o decir algo, si es que si jefe esperaba una acción de su parte.

Cuando se acercó el pequeño bowl con fruta picada y se llevó el primero trozo de mango escucho carraspear al mayor.

-- Guillermo... ¿podés comer eso más despacio?

Lo miró extrañado pero aún así obedeció. Con el tenedor pescó ahora una pequeña frambuesa y cómo si fuera en cámara lenta lo introdujo en su boca. Mastico lento, aplastando poco a poco la fruta y provocando que su jugo le invadiera hasta escapar por la fina línea de sus labios. No quiso compararlos en ese momento pero inevitablemente el sabor del semen de Lionel que trago hace unos minutos le recordaba a un tazón fresco de fruta. Si, tenía como base el típico toque salado pero era tan ligero y delgado que estaba seguro que el mayor cuidaba mucho su alimentacion. Tosio ante el recuerdo y sacó de su burbuja de pensamientos obscenos a Lionel.

-- Perdón... debes pensar que soy un enfermo, pero vos sos igual al aceptar relacionarte conmigo.

Se le escapó una risita a media frase. Guillermo se ofendió, pero no había forma de defenderse.

Carraspeo, buscando con la vista un reloj que le indicará la hora. Sentía que desde ayer había entrado en una especie de lapso infinito, mareado por el placer y perdiéndose entre parapadeos derrotados. Era como si estuviese drogado, despertando de un orgasmo para desmayarse en otro. Si Lionel estaba aquí era obvio que no le necesitaban en el trabajo y aunque no tuviera familia a la que reportarse no le parecía correcto dejar abandonadas sus plantas y departamento.

Regresó su mirada al hombre en traje que seguía observándolo cómo si fuera alguna obra de arte expuesta en el museo de Louvre.

-- Sabés que ya podés hablar, ¿no? La sesión ha terminado desde que caíste manchado de fluidos en la alfombra.

Lo último no era necesario decirlo, pero le encantaba ver como su secretario se sonrojaba por su sinceridad.

-- Agradezco las consideraciones que ha tenido conmigo desde ayer, pero creo que es momento de que regrese a mi casa.

Dijo a la par que se levantaba de la mesa, queriendo dejar en claro que hablaba en serio. Lionel también se levantó y mientras se aproximaba a su persona podía sentir la expectativa y emoción recorrer su cuerpo. Se quedó quieto, tan inmóvil cómo una estatua cuando la palma contraria se afianzó a su antebrazo. Ambos estaban a la misma temperatura pero por alguna razón sentía ese toque como una ardiente flama. Le jaló solo un poco para abajo, alcanzando su oído y soplando el cálido aliento. Esperaba algo, un beso o un lengüetazo, pero nada llegó.

-- Claro, podés irte.

Lionel estaba jugando con él. Sabiendo que ansiaba algo más que ese toque, pero lo dejaría ir por ahora, que su inquietud cosquilleara tanto que él mismo sea el que de el primer paso.

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