Marcas de nacimiento

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Cúbrase el cabello antes de bajar del coche

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Cúbrase el cabello antes de bajar del coche. Ya lo sé abuela, no tienes que repetirlo cada vez que salimos. La autoritaria voz de la amargada de la abuela Hilda era un suplicio para Lucy, sin embargo, su compañía era una maldición de la que no podía deshacerse la joven, así que sin reprochar y acostumbrada a sus constantes regaños, Lucy le obedeció. De esa forma se ahorraba un discurso empapado de valores anticuados y quejas respecto a generaciones pasadas.

Siempre guardas ese mugroso gorro en la guantera, está gris porque nunca lo lavas. Siempre ha sido gris abuela. Lucy intentó acomodar su cabellera dentro del gorro, dejando a la vista las puntas del cabello que le llegaban a los hombros debido al extraño corte que le había hecho la estilista del barrio. ¿No pudiste comprarte uno negro?, sin perder oportunidad, la abuela Hilda recriminó la falta al código de vestimenta, pues asistirían a un velorio y la viejecilla no encontraba propio que su nieta usara una prenda gris. No me gustan los gorros negros, hacen que me dé calor y me suda más la cabeza. La excusa de la nieta sonaba educada, pero no su rostro: Lucy no podía reprimir sus condescendientes muecas. Y es que la chica solo había ido a aquel velorio por insistencia de su abuela, ya que detestaba los cementerios, morgues o cualquier lugar que implicara muertos.

Tras checar en el espejo retrovisor su apariencia, bajó del coche y caminó hacia la sala de velatorio que le había indicado Bernal, su tío abuelo. Claro que la abuela se limitó a seguirla con una expresión quisquillosamente juzgadora. A su vez, todas las almas que Lucy se encontraba a su paso murmuraban sobre ella, pero ya estaba acostumbrada a aquella detestable escena, solo las ignoraba.

El velorio no había sido en la Ciudad de México, sino en el pueblo natal del fallecido, pues sus hijos cumplieron su última voluntad y lo llevaron a Tulpetlac, en el Estado de México. A once kilómetros de distancia, en un panteón que estaba atiborrado de cadáveres; varias generaciones de una misma familia habían sido amontonadas en una misma tumba e incluso pintaba a que dichos hoyos del camposanto estaban a la espera de las futuras generaciones. Debido a esta sobrepoblación cadavérica, el acceso a este camposanto se había restringido únicamente a los lugareños originales del pueblo, que ahora se podía dejar de llamar pueblo, pues gracias a las fábricas que se asentaron 50 años atrás la zona se urbanizó rápidamente.

Eso sí, Lucy no solo odiaba los cementerios, también a su familia. En cuanto llegó al umbral de la puerta pudo ver a sus familiares sentados alrededor del ataúd del hermano de su abuela Hilda, el tío abuelo Bernal. La sala, que se encontraba en silencio, comenzó a llenarse de espectrales murmullos, demostrando que a los presentes tampoco les agradaba la presencia de la chica.

Guardando apariencias se acercó a saludar a cada uno de sus familiares, si no lo hacía sería juzgada de irrespetuosa y la odiarían más de lo que ya lo hacían. Además, la abuela Hilda la obligaba a ser cordial con su familia. Una vez cumplida la tarea obligatoria, se sentó en una de las sillas vacías y al lado se posó la abuela Hilda. El tío abuelo Bernal se acercó a saludar a su hermana. Entonces era cierto lo de la niña, comentó asombrado el tío abuelo Bernal mientras saludaba a Lucy. Es la maldición por ser la reencarnación del pecado, fue la severa respuesta abuela Hilda, a lo que su nieta suspiró profundamente atrayendo la atención de las personas a su lado que la miraron extrañados.

Tal vez era verdad que la muchacha estaba maldita, pero no era precisamente su culpa. Malditos padres incestuosos, era el pensamiento más recurrente de Lucy cuando los fantasmas, especialmente el de la abuela Hilda, la molestaban día a día. Años atrás, sus padres habían cometido el tabú más grande de la iglesia católica, pues eran un par de hermanos que se habían enamorado y huido para hacer una vida juntos, como amantes. Después de cambiarse los nombres, se casaron y tuvieron una pequeña hija, la cual nació con el cabello azul.

Marcada de nacimiento por el incesto de sus padres, la niña creció sin poder ocultar su cabellera celeste que evocaba la espiritualidad de su alma; porque la maldición no estaba en tener el cabello azul, sino en poder ver el espíritu de los fallecidos. De hecho, comenzó a ver a su abuela Hilda a los tres años, justo después de su muerte. Nunca la había conocido hasta que un día apareció en su habitación, desde entonces tuvo que soportar sus regaños, así como su mirada juzgona. ¿Mamá los escuchas? Están como diciéndose secretitos. Con esas palabras Lucy anunció a su madre que podía ver fantasmas durante el entierro de su abuela Hilda. Sus padres no dijeron nada, solo se dedicaron a llorar, pues su progenitora nunca les perdonó enamorarse y mucho menos fornicar.

Ahora Lucy debía escuchar a su abuela Hilda quejarse con el tío Bernal, puesto que la viejecilla creía que por el pecado de sus hijos ella no podía cruzar al más allá. Mi Señor está furioso conmigo, condenada estoy con esta niña y cuando se muera me arrastrará con ella al infierno. ¿Crees que te vayas con ella al infierno? Lucy no podía creer que la estuvieran condenando al averno un par de fantasmas y justamente a lado de ella. Odiaba no poder darles réplica, porque los demás simplemente la verían hablando sola y la odiarían aún más de lo que ya lo odiaban.

¿Crees que también me ha condenado a mí? El tío Bernal no quería invitar a Lucy a su funeral, pero una vez que murió había aparecido en la casa de la chica, así que la abuela Hilda dio por sentada la invitación. No creo, cuando sus papás murieron en aquel accidente de tránsito, sí lograron cruzar, al infierno seguramente, pero se fueron de aquí. Tardaron unos cuantos días, pero ellos se fueron y yo creo que tú también te irás Berni.

Los ancianos hablaron lo que resto del día, sorprendidos de quienes visitaban la sala de velación y quienes no; quejándose de cualquier cosa y escuchando las pláticas de los vivos para después criticarlos. Una vez que Lucy decidió irse, condujo de vuelta a su departamento en la Ciudad de México e inspirada por la serena noche y las reflexiones que le dejó la plática de la abuela con el tío Bernal pronunció una sola idea. ¿Y si muero y solo tú terminas en el infierno? Sin mí, sin mis padres, solo tú, abuela.

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