Capítulo 3°

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Hinata aún temblaba cuando el joven rubio se fue, se sintió un poco avergonzada por tener que aferrarse a su salvador. Levantó la cabeza y vio la ira en su rostro. Respiró hondo varias veces y su mirada se suavizó cuando él la miró fijamente.

El silencio se hizo incómodo entre ellos, Hinata tuvo que apartar la mirada y se preguntó por qué él la observaba de esa extraña manera.

Parecía como si estuviera tratando de leerle la mente.

Sus grandes y cálidas manos le frotaban la espalda, desde los hombros hasta la cintura, de arriba y abajo, una y otra vez, suavemente tratando de tranquilizarla. Eso la ayudaba a olvidar su miedo y finalmente aflojó el agarre que ejercía en él.

— Eso es, ya estas a salvo. — le susurró Sasuke. — Tranquila, hermosa. Nadie va a hacerte daño.

Tembló otra vez y finalmente alejó la cara de su pecho. Inclino la cabeza, sus miradas se encontraron nuevamente. Sasuke dejó de acariciarla y tomó una respiración profunda.

— No eres una cría. Al principio pensé que eras un cachorro que se había metido en problemas con los adultos. — Ella observó como el bello rostro de Sasuke tenía el ceño fruncido.

— No comprendo el por qué no cambiaste cuando te estaban persiguiendo podrías haberlos perdido más rápido en tu forma lobuna. — Ella se quedó mirando sus oscuros ojos. El miedo regresó y su cuerpo se tensó.

— Tranquila. — Bajó su tono. — No voy a hacerte daño y sé que no eres peligrosa.

No podía herirlo, aunque lo intentara. Ella finalmente apartó la mirada de sus intensos ojos oscuros y estudió sus fuertes características masculinas, sus pómulos, su nariz recta y sus labios generosos.

Ella volvió su mirada a la suya.

— Podrías haber escapado. ¿Por qué no lo hiciste? Jugar con un montón de lobos no es muy inteligente.

Hinata tuvo que evitar su mirada para armarse de valor y poder hablar.

— No pu-puedo. — susurró. Sasuke soltó un gruñido silencioso.

— No puedes ¿qué? — El miedo de que se burlara de ella y la dejara sola en aquel peligroso lugar la hizo detenerse.

Ella no conocía las costumbres de los lobos nunca pudo aprenderlas. Su padre la había considerado una abominación desde su nacimiento, algo que no debería existir. La habrían matado al nacer, pero su madre lucho para protegerla.

— No puedes ¿qué? ¿Ser más inteligente, pensar o ser más consciente de los peligros que te rodean? — levantó una ceja.

— Cam-cambiar... — admitió ella. Él parpadeó, su ceño se desvaneció y la sorpresa se plasmó en sus rasgos.

— ¿Estás herida, acaso te hirieron? — Él la olió. — Huelo a sangre en ti, pero no hay ninguna herida mortal.

— ¿No m-me aras da-daño?

— Nunca lo haría. — Una vez más, parecía sincero.

Ella se humedeció los labios con la lengua y él siguió el movimiento antes de volver de nuevo a sus ojos.

— Desde mi na-nacimiento, hasta ahora. En nin-ningún momento logré cam-cambiar de forma.

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