Capítulo I: Noche nevada

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Fue a revisar qué o quién fue el causante de aquel ruido, saliendo de su casa. Miró hacia sus costados ya que no había encontrado nada en la puerta como él lo suponía, llevándose la sorpresa de que había un joven pelinegro, pálido y con unas escasas prendas, sentado y recostado en la pared de su pequeña casa mientras se tapaba la cara e intentaba crear calor con su propio cuerpo.

Al ver eso, rápidamente fue dentro de su morada para traer alguna manta para cubrirlo, pues no podía estar de esa manera en un tiempo como ese. Agarró la primera manta que vio y a paso rápido fue hacia el pelinegro.

―¿De dónde vienes? No debes quedarte aquí, es peligroso. ―dijo después de haberlo cubrido con la manta, sentándose a un lado de él en un tono de preocupación. A esto el joven pelinegro respondió apretando su prenda y encogiéndose, temblando levemente.

Pasaron algunos minutos en silencio hasta que el rubio, al ver que el contrario no le dirigía la palabra, decidió romper el silencio dándole una propuesta para que el mayor no sufriera ahí afuera. 

―Aquí afuera hace demasiado frío, ¿no lo crees? ―preguntó con una voz dulce y tranquilizadora, frotándose los brazos con las manos en un intento involuntario de generarse calor― Entremos dentro. Ahí es más cálido. ―exclamó mientras se levantaba y le daba una mano al pelinegro para que él hiciera lo mismo.

El contrario, que antes había estado cubriendo su rostro en pálidos brazos, la levanta, dejándose ver unos hermosos ojos café bien abiertos, con pequeñas lágrimas que amenazaban por salir y un brillo de ilusión en sus ojos. Sin embargo, rápidamente agachó su cabeza con una mirada triste al recordar que no podía confiar en nadie.

Tal vez la falta de esperanzas lo había llevado a aferrarse a las pocas opciones que tenía. Pero esa era la única manera que tenía para sobrevivir, pues aun si el rubio terminara siendo alguien con malas intenciones, no tenía más remedio que aceptar su destino. Al fin y al cabo, su vida ya era una completa basura. 

Se encontraba sin hogar y perdido en medio de la nieve, desconfiando de una buena oferta que no sabía si sería su salvación o su perdición. Era ahora o nunca.

Mas, luego de haber visto esa cálida sonrisa y esa amigable mirada, aceptó la propuesta del menor y se aferró a esa única esperanza que tenía en ese momento.

El pecoso, al tener la mano del ojicafé con él, lo levantó del suelo delicadamente mientras que el contrario se sobresaltó ante la inesperada acción. Cuando lo levantó, la diferencia de altura entre él y el chico de pecas era un poco notoria, siendo el acogido más alto que el menor.

―Bien, entremos. ―dijo estirando al contrario hacia dentro de su morada.

El rubio lo llevó cerca de una fogata, para luego traer algunas prendas y mantas para calentar al mayor.

―Aquí hace bastante frío, y para que te sientas más cómodo traje algunas mantas y vestimentas. Las mantas puedes utilizarlas para cuando duermas. Más tarde te mostraré dónde dormirás. ―soltó franco con una cálida sonrisa.

Luego de eso, el de ojos color canela se fue hacia la cocina a prepararle algo al extraño.

Él sólo se dedicaba a mirar al rubio haciendo la comida con una expresión de curiosidad. 

«¿Por qué lo rescató?» se preguntaba, pues pensaba que nadie lo hubiera rescatado por lo problemático que hubiera sido cuidar de alguien.

Miraba cómo el rubio le traía una sopa caliente, un plato de pescado y un té a un costado derecho de la bandeja. Había unos palillos delante del plato de pescado.

―Pensé que podrías tener hambre, así que te traje un poco de comida. La sopa está caliente, así que ten cuidado. Espero que te guste.

Cuando el menor llegó hasta él, se sentó de rodillas y se dedicó a alimentarlo, haciendo que el pelinegro abra los ojos por la sorpresa para luego lagrimear un poco, pues aquel sabor era tan nostálgico que no pudo evitar recordar esos buenos recuerdos. Esa acción hizo preocupar al de pecas, pues no pensaba que el contrario comenzaría a llorar.

―¿Estás bien? ―preguntó un poco nervioso sacándolo de sus pensamientos. El trato tan gentil del rubio le recordaba a alguien de su pasado, empezando a sentir pequeño dolor en el pecho.

―Innie... ―susurró. 

Por otro lado, el menor respondió a esto con una triste mirada, aunque la curiosidad empezó a invadir cuando escuchó esa palabra salir de su boca. Parecía que aquel extraño no tuvo ese pequeño e importante momento en pensar en sus emociones, por lo que dejó que descansase y se desahogase.

―Está bien, ya todo está bien. Estoy contigo, puedes contar conmigo cuando quieras. ―consoló al pelinegro― Te escucharé. ―finalizó en un tono tranquilizante.

Se formó un pequeño silencio, el cual indicaba las gracias que le daba el mayor al de pecas, pero al ver que el rubio estaba mirando el plato vacío con un poco de dudas, quiso exclamarle lo que sintió al probar esa comida.

―Estuvo...muy buena. ―declaró en un casi inaudible sollozo―. Hace mucho que no comía algo así... ―sus labios formaron una sonrisa que iba dirigida al de menor estatura. Oh, hace mucho que no sonreía.

―¿Estuvo buena? ―le brillaron los ojos de la emoción, siempre ha querido que alguien probase su sopa y opinara de él― Me alegra que te haya gustado.

Miró esta vez con una sonrisa cálida el plato vacío.

«Me pregunto qué le habrá pasado para que llegase hasta aquí.», pensaba. «Quisiera que esto no fuera un sueño...», suplicó mentalmente mientras se abrazaba a sí mismo, cosa que el pelinegro perezosamente lo había notado.

―Ya es un poco tarde, debes estar cansado. ―dijo esta vez parándose para salir del cuarto― Dije que te mostraría el cuarto, pero mejor te dejo descansar. ―miró al pelinegro sentado y le dedicó una sonrisa mientras llevaba la bandeja― Estaré limpiando esto. Por ahora descansa y no te esfuerces. Cualquier pregunta que tengas puedes decírmelo. Descansa. ―dijo mientras cerraba el shoji y se iba.

Aquel atractivo hombre no pudo procesarlo todo, por lo que se quedó unos segundos quieto.

«¿Debería confiar en él? ¿Siquiera puedo?» se preguntó a sí mismo.

Quiso escuchar la respuesta que él quería oír, pero de esa manera no podía hacerlo. Con el tiempo decidirá si confiar en él o no. Por ahora quería saber qué pasaría al día siguiente: si aparecía muerto, o si aparecía en un lugar diferente o si al final ese chico no le haría ningún daño. 

Mientras imaginaba algunos finales no tan buenos para él, poco a poco empezaba a cerrar sus ojos, cayendo en un sueño.

Nevada // HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora