Un cúmulo de arena amarillenta se expandió en el desierto como si fuera agua. El vivo atardecer tenía intenciones de seguir iluminando los tristes campos desérticos para darle algún tipo de vida al ambiente, pero no parecía que fuera a cumplir con su propósito. Casi por instinto, la arena se movió de un lado a otro con un sonido lúgubre y cansado, dando paso libre a la silueta que estaba caminando en soledad.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Semanas? ¿Meses? Ya ni siquiera lo podía recordar.
"Estoy cansado..."
Alguien como él no debería tener pensamientos de tal magnitud, aún con la extraña libertad que se le había otorgado de la nada. Hubo un gemido digno de un muerto antes de que observara al atardecer desvaneciéndose en las capas longevas del desierto. Él recordaba haber caminado por mucho tiempo, tratando de esquivar la civilización y, a pesar de que lo logró con éxito, sus pensamientos estaban deformados de la peor forma posible.
Sus músculos se encontraban adoloridos, cansados. Tragándose los pensamientos, se sentó en una pared de roca blanca que se camuflaba con el resto del desierto, dispuesto a detenerse para dormir y descansar. Cuando finalmente se sentó apoyándose en la roca, su capucha fue bajada mientras se permitía observar el mundo que lo rodeaba, revelando su piel bronceada y su cabello blanco puro.
Había muchas cosas que Emiya seguía sin comprender desde que llegó aquí. ¿Por qué él? ¿Por qué se sentía tan extraño? ¿Por qué... tenía tantas ganas de desaparecer?
Pero más importante aún... ¿Por qué se seguía aferrando a la vida mientras viajaba a través de este triste y desolado desierto?
No mentiría si decía que se sentía demasiado raro el tener una vida humana de nuevo. Seguramente cualquier humano pensaría en ello como una bendición, pero para las personas de su tipo, una bendición es lo que menos quería. El asco de tener que lidiar con estas estupideces casi lo hace vomitar cuando se despertó, aunque nunca supo identificar porque deseaba hacerlo.
O tal vez... simplemente no quería admitir sus pecados en voz alta.
De todas formas, estaba mal que estuviera aquí. Desde que llegó, su mente divagaba a través de aquellas matanzas y genocidios en los que se había enfrascado al hacer ese maldito contrato, no obstante, ahora no le quedaba nada por lo que luchar.
Su propósito se esfumó, terminando como una cáscara vacía por todas las misiones realizadas con éxito. Aún si no podía regresar al pasado para cambiar los hechos, la culpa lo seguía carcomiendo internamente, aunque tratándose de alguien como Emiya... no cambiaría nada incluso si se le presentaba la oportunidad.
Por miedo. Por no querer intervenir. Por ser un cobarde. O tal vez porque estaba cansado de absolutamente todo.
Cansado de la vida. Cansado de los humanos. Cansado de la muerte. Cansado de las emociones. Cansado de fingir. Cansado de sí mismo...
Cansado de la justicia.
Estaba harto de todo y eso era ser sutil.
Así que viajó en silencio, ignorando todo su rastro de humanidad restante. Por supuesto, eso se relacionó directamente con el hecho de no tener nada que ver con la civilización de esta época que nunca antes había visitado, y mucho menos involucrarse con ellos.
No era su asunto ahora que portaba con libre albedrío. Si tanto quería ayudar, apartarse de todo serviría desde un principio. Ni siquiera necesitaba que algún ente superior se lo dijera dos veces.
Él negó con la cabeza en su propia lucha interna, mirando con sus ojos muertos la árida arena del enorme desierto por el que había estado caminando. Hace tiempo que se acostumbró a esta clase de clima caluroso por el día y frio por la noche, así que no sentía molestias gigantescas como pensaba al principio, pero eso no quería decir que estar anclado a sus pensamientos fuera agradable.
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Incongruencia
RandomÉl era una máquina de matar, un hombre que carecía de convicción suficiente para seguir avanzando. Sin embargo, cuando terminas en una época fuera de lugar, la anomalía se hace presente por obligación y no por placer.