Era una tarde de octubre en el palacio real, no era una tranquila ni mucho menos una de más, había mucho bullicio y personas corriendo de aquí para allá, alteradas por un solo tema y es que el Rey había enfermado, una extraña enfermedad para aquel entonces, causada por el descubrimiento y exploración del nuevo mundo, viruela, era llamada, una dolorosa condición que extrañamente llegaba a la realeza, pero tristemente está ocasión atacó el destino del rey.
- Sir Miguel, apuraos y mandad a llamar a mi hijo -ordenó su majestad ahora ya casi afónico por los malestares que le ocurrían a su cuerpo, pues se encontraba muy exausto.
- Como vuestra Gracia ordene -fué rápidamente Sir Miguel, el comandante de la guardia real en busca de Felipe Edmundo Enrique Armando III, aquel príncipe escurridizo, juguetón e ignorante a pesares, carente de tristeza y próspero de alegría, que por supuesto el pueblo adoraba
Recorriendo todo el palacio, cada pasillo, cada habitación, cada rincón y pasadizo dónde podría encontrarse Felipe, quién hizo gastar esfuerzo y tiempo al comandante, tanto por su puesto para estar yendo a pillar al príncipe en las escondidillas, gracioso, pues ocurría a menudo
Ergo, la búsqueda era exaustiva, el palacio demasiado extenso, y el príncipe muy escurridizo, por ello y a causa de lo anterior, pronto aquel hombre pensaría en darse por vencido y darle el trabajo a alguien más, no era digno, pero también era demasiado para uno solo, pediría refuerzos; iría a refrescarse a la cocina, pero al entrar a ésta, logró concluir su misión, viendo en aquel lugar al único vástago del rey
Un joven de unos 15 años de edad; con tez clara cual nieve u porcelana, cabellera larga, castaña y con bellas ondas, ojos verdosos color de la esperanza y aropado con su casual vestimenta azulada
- *Suspiro/agitación* Su alteza, vos me isistéis correr demasiado, está vez usted es vencedor.
-¿Eh? -giró topando su mirada con Miguel- ¿De que habláis, sir Miguel? Os dije que aguardaría en la cocina, sabéis que me alegra acompañar a la señorita Lorena, el poder observar como crea tan exquisitos manjares me deslumbra, desearia poseer tal habilidad.
- Su alteza indicó que deseaba que en la merienda nocturna de hoy hiciera una tarta de frambuesas. -comunicó aquella mujer con mano en cintura simulando una posición de taza.
- Exacto, sir Miguel ¿No creéis que suena delicioso? Lo encargué para mí padre. - se sentó en una silla de la cocina mostrándose orgulloso.
- Su alteza, admito que se oye agradable, pero es justamente eso, vuestro padre, su gracia me envió a llamaros, necesita hablar con vos urgentemente.
-¿Os ah mencionado el motivo? Me temo lo peor, no desearía ir si eso sucediese... -dijo bajando cabeza y pensando que haría si fuese la posible muerte.
- No digáis eso, su alteza, le ruego que aún así vaya al encuentro con vuestro padre.
- Oh, sir Miguel... Si vos lo indicáis así, que así sea; seguiré yo solo el resto del camino, le pido que vos descanceis, fue un largo recorrido, sir Miguel.
- Oh, su gentil alteza, que considerado es usted, os ruego que vayais lo más pronto posible dónde vuestra Gracia.
- Vos sois el que se esfuerza demasiado por mí, hay momentos en que necesita un descanso, me retiro, os agradezco sir Miguel.
Su alteza se encaminó en dirección al encuentro con su padre pues así se lo indicó Miguel, su "fiel guardián"; en el camino fue pensando en lo que podría decirle su ascendente, el Rey Carlos no era el tipo de hablar a solas con su hijo, era realmente extraño, poco habitual, pero era de esperar, pues el Rey se encontraba muy mal de salud, quizás éstas serían sus últimas palabras.
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Una vida real basada en fantasías (BL) - Parte 1
Historical Fiction-Perdonadme, solo busqué ser feliz -su majestad bajó la cabeza ante el pueblo y con lágrimas en vista se disculpó- juro que en otra vida estaré con vosotros, pueblo mio- Con estas palabras el verdugo selló su vida y allí acabó la historia de Felipe...