Capítulo 3- Un vuelo a París

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Ya por la mañana. Estaba ya con la maleta echa, arreglada y lista para ir a la empresa, para ir directa a París. Solo lo sabía mi amiga Abby, bueno supongo qué su novio también, pero en principio solo se lo comenté a ella.
Baje por el ascensor y la maleta, yo llevaba unos vaqueros azules claros de campana y una camiseta negra ajustada que me quedaba como un top, pero solo se me veía un pequeño espacio de mi piel expuesta. Mi pelo moreno lo tenía recogido en una cola que me llegaba hasta la mitad de mi espalda, llevaba de maquillaje: base, máscara, colorete y un leve rosa claro como labial. Había pedido un taxi para ir a la empresa. Cuando ya salí del edificio vi un coche bastante caro justo en frente, el cual abrió la ventanilla.
—¿Vas a venir o te vas a quedar ahí?—Grito Andrew desde su coche. No me quedó otra opción que ir.
—Pensé qué nos veríamos en la empresa—. Comenté subiendo en el coche al asiento del copiloto, cuando ya dejé la maleta en el maletero. El coche parecía nuevo. Es rojo y hasta diría qué parece de esos coches de carrera, exclusivos para correr, me di cuenta de eso en cuanto me tuve que agarrar al asiento porque Andrew arrancó de una manera tan rápida en la cual me pilló desprevenida. Parecía qué estaba realmente en una carrera. Va como un loco conduciendo. Como si no le importara su vida en absoluto.
—¿Qué tal?—Me dijo Andrew cuando había parado en un semáforo en rojo.
—Eh.. yo bien—. Dije soltándome del asiento el cual agarraba con fuerza. Él se dio cuenta enseguida. Y cuando el semáforo se puso en verde, la velocidad del coche disminuyó, seguía yendo rápido pero ya no tanto. Había mucho silencio, Andrew puso la música al ver que ninguno hablaba. Cuando ya estaba aparcado el coche vi qué él se bajaba para abrirme la puerta.
—Puedo yo solita—. Le dije al ver lo qué pretendía.
—Solo quería ser amable—.
—No hace falta. No tengo ningún problema en abrirme la puerta solita—. Le aseguré.
—Mira qué eres quejica—.
—Y tu pesado—.
—Ya empezamos...—Dijo exhausto.
—¿Qué?—
—¿Qué pasa?—
Ya empezamos— Dije imitando su voz con una sonrisa. Mientras nos dirigíamos a dentro de la empresa.
—Qué graciosa estas hoy, ¿ehh?—
—¿Para qué hemos venido aquí?—Pregunté ignorando lo que me había dicho.
—Tengo qué coger los planos del hotel—. Suspiró.
Cuando entramos no había todavía nadie, eran las 7:30 de la mañana, nadie empieza a trabajar a esa hora. Abrió la puerta en cuanto se sacó unas llaves del bolsillo, ya que no estaban las de recepción para abrirnos. Cuando entramos estaba todo muy oscuro, todo era muy grande así qué encendió unas pocas de luces, las demás partes estaban a oscuras.—Ahora vengo quédate aquí—. Me dijo girando hacia las escaleras, hasta qué le paré agarrando su muñeca.
—No me dejes sola... no hay nadie......y...—Le susurré hasta qué me interrumpió.
—¿No me digas qué tienes miedo?—Me dijo con su sonrisa perfecta y burlona mientras qué todavía nuestras manos seguían en contacto.
—Bueno yo....—No me dejo de terminar, me agarró de nuevo cuidadosamente de la mano y sin soltarla me llevó con él, sin protesta alguna.
Cuando cogió los planos con una mano la otra seguía agarrando la mía. Tengo que admitir qué sus manos fuertes y grandes en comparación con las mías, estas me hacían seguir protegida. Llegamos a la salida todavía con las manos entrelazadas, él no las quería desenlazar ni yo tampoco. Hasta qué cuando llegamos al coche, la tuve qué soltar sin decir palabra y me monté. Él por primera vez parecía nervioso. Pero apenas lo aparentaba, simplemente movía su mano del volante a su pierna y así durante dos minutos en un eterno silencio. Él iba muy atractivo, pelo ondulado pero corto, un precioso marrón, yo más bien era de color canela. Llevaba un polo azul oscuro, le sienta genial ese color y llevaba un pantalón negro. Y obvio no le faltaban sus gafas de sol. Las cuales llevaba puesta. —¿Vamos ya al aéreo puerto?—
—No—.
—¿Eh?—
—Vamos a mi casa—.
—Em.. ¿no entiendo?—
—Necesito una maleta porque para tu información hoy volamos hacia Paris—.
—A eso había llegado pero igual, gracias por la información—. Ironicé.
—No hay de qué—. Ironizó ahora él, mirándome a través de sus gafas de sol.
Ya cuando aparcó el coche justo delante se su casa, lo primero qué se me vino a la cabeza fue el bailecito qué hizo aquel día solo por qué le dije qué "no hay huevos" y al recordarlo me hizo sacar una sonrisa. Él me vio y entendió perfectamente de qué me reía.
Ja, ja qué graciosa, me parto de la risa—. Me dijo molesto. Lo qué provocó qué me riese aún más todavía sentada en el coche. Cuando salí y abrí la puerta.
—No puedo evitar recordarlo, lo siento—. Le dije riendo mientras él ponía los ojos en blanco.
—Algún día me devolverás el favor pequeña princesita—.
—¡Qué no me llames así pesado!—
—¿Ya no soy tu pequeño principito?—Dijo entreabriendo la boca.
—No. Pesado—.
—Qué antipática eres—. Dijo mientras los dos nos metíamos a dentro de su casa. Era raro verlo todo tan vacío, sin toda la gente, ahora ya parece qué no está apunto de explotar. Cuando entramos a su habitación todo seguía igual qué cómo lo recordaba. Me daba un poco de miedo qué sus padres estuviesen por aquí y vieran entrar al cuarto de su hijo a una completa desconocida.—Tranquila qué mis padres no están aquí—. Me dijo leyéndome él pensamiento, o tal vez notó lo qué pensaba al ver mis nervios.—Vivo solo con mi hermana, y está en la universidad. Todas las mañanas menos los findes—. Yo no le contesté, solo seguí viendo cómo empacaba algunas cosas más adentro de la maleta, perfume, camisas y polos....Cuando cerró la maleta y bajamos, vi qué llevaba la maleta con una sola mano, no tenía ruedas y iba cargando con ella, pero quise provocarle.
—¿Te ayudo?—
—¿Qué?— Encarnó una ceja.
—Con la maleta... por qué si no puedes...—.
—Claro qué puedo—.
—¿Seguro?—
—¿Me estás insinuando qué soy un debilucho?—
—Bueno... qué no pasa nada...— Le dije aguantándome la risa, la cual deprimí al ver todo al revés.
—¿Me estás retando?—Me dijo conmigo en su hombro, cómo si llevase un saco de patatas.
—¡Bájame!—Dije dándole golpecitos por detrás.
—Eso te pasa por provocarme, nena—.
—¿Cómo qué, nena?—
—Si te gustaba más mi pequeña princesita lo entiendo eh. No muchas tienen ese privilegio—.
—O esa desdicha—.
—Te tengo ahora mismo en mi poder, no me enfades pequeña princesita—.
—Ya empezamos.....—. Cuando cerró la puerta conmigo colgando de su hombro y sujetando la maleta con una mano.—¡Me puedes bajar ya! ¡Me quiero subir ya al coche!—
—Tranquila ya lo hago yo—. Dijo acercándose a este.
—¡No, no! ¡ME VAS A MATAR!—
—Tranquiiiiila, nunca te harás daño estando conmigo, a no ser qué quiera—. Eso último hizo qué le diera un golpe en la espalda.—¡Auch!— Dijo el soltándome por fin justo en mi asiento. Sin la necesidad de haber tenido yo qué tocar el suelo.—Estas bastante roja, mi pequeño tomatito—.
—¡Joder! ¡No he conocido a nadie tan pesado cómo tú!—
—Ni tan guapo, encantador....—.
—Creído—.
—Antipática—.
—Pesado—.
—Antipática—.
—¡Te odio!—
—Yo también te quiero—.

Mi corazón te ama pero mi mente te odiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora