Capítulo 2

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Amaba llegar a casa después del colegio.
Era mi lugar favorito. Estaban mis papás, mis juguetes, y alguien a quien amaba muchísimo, una amiguita de cuatro patas llamada Misi, una Schnauzer mini de dos años que fue mi regalo de navidad. Desde entonces éramos inseparables.
Misi era la perrita más amorosa, juguetona e increíble del mundo. Sin embargo, con los extraños... bueno, eso era otra historia.
Nunca fue la perrita más sociable del mundo. Mamá solía decir que era un detector de malas vibras ya que eran muy pocos a los que ella no les ladraba espantándolos con su súper ladrido.
—¡Misi, llegué! —Entré corriendo a casa en su busca, dejando un reguero de mochila, lonchera y zapatos a mi paso.
Después de correr, saltar y tirarle la pelota por un buen rato, ambas terminamos rendidas en mi cama. Poco después mamá me levantó para arreglarnos para la cena de papá.
No entendía nada, las cenas de papá con invitados siempre eran aburridas y con comida mala. Lo bueno de todo esto, es que mamá me había comprado un hermoso vestido para esta cena.
—¿Estoy bonita, mamá? —Viendo nuestro reflejo en el espejo como lo había hecho esa misma mañana. Traía un lindo traje blanco con detalles de flores escarchadas doradas por todo el vestido que terminaba en un lindo tutu.
Mamá peinó mi cabello en un moño alto en mi cabeza con un lazo dorado que resaltaba mis lindas ondas castañas.
Detrás de mí, admiraba a mamá. Siempre se me parecía a esas modelos que aparecían en la televisión. Vestía un traje largo color crema que se ajustaba perfecto a su cuerpo y dejaba uno de sus hombros expuestos. Su lindo cabello castaño le llegaba hasta la cintura y caía a los lados enmarcando su linda cara y ojos verdes. Mamá era hermosa. Algún día seré como ella.
—Estás hermosa mi princesa, siempre lo estás.
—Y tú eres la reina como dice papá. —Con una gran sonrisa sujeté su mano y bajamos las escaleras listas para la cena. Cuando escuché las llaves de papá supe que había llegado. Bajé las escaleras corriendo en su búsqueda.
—¡Oh, vaya! Estás hermosa, mi princesa.
—Fue lo primero que dijo al verme.
—¡Hola papi! —Sonreí, recibiendo un beso de su parte en una de mis mejillas.
—Hola, amor. La voz dulce de mamá se escuchó desde las escaleras.
—Tengo a las mujeres más bellas del mundo y tengo la dicha de que una me llame amor. —Acercándose a mamá, planta un dulce beso en sus labios. —Y la otra, papá. Qué suerte la mía. Unos ladridos de emoción se dejaron escuchar desde el patio. ¿Qué hacía Misi en el patio si era la primera en correr cuando llegaba papá? Con una sonrisa, papá miró a mamá abriendo sus ojos en advertencia.
—No te preocupes. Los invitados pueden pasar. El terremoto está fuera de alcance. Ah, ya entendí, vienen extraños a casa. O sea que Misi y su detector de malas vibras debía estar lejos. Pobrecita mi Misi. El timbre de la casa volvió a sonar y papá avanzó conmigo en brazos. Al abrir la puerta, una linda pareja esperaba sonriente.
—¡Bienvenidos! Pasen. —Papá los saluda. —Ella es mi esposa, Victoria... —Nos presenta mirándonos a cada una. —Y mi princesa, Adela.
—Mucho gusto, ¡y bienvenidos! —Los recibió mamá, tendiéndoles su mano. Tenía cinco años cuando entró por primera vez a mi casa.
—El placer es nuestro. Mi nombre es Andrew Morton.
Frente a papá había un señor más alto que él. Al ver sus ojos noté que eran de un lindo color que precisamente había visto esa misma mañana. —Mi esposa, Claire. —Presentó a una señora. Su cabello era tan rubio que destellos blancos resaltaban. Su tez blanca combinaba con sus ojos azules. —Y este, es mi hijo... ¡sal de ahí! —Lo regaña. Mis ojos se abrieron con emoción desmedida al reconocer al niño que salió detrás del vestido de la linda señora.
—¡Marcus! —Saludé, sin contener mi emoción. Vestía igual que su papá solo que sin corbata y se veía muy formal. Los niños de mi colegio no se visten así, pero se veía muy bonito. Papá me miró algo sorprendido al saber que lo reconocía.
—Hija, ¿cómo sabes su nombre? Entonces su voz casi inaudible se escuchó y papá me bajo de sus brazos, haciendo que quedara de pie frente a Marcus.
—Somos compañeros de escuela. —Marcus dijo, nervioso.
—¡Ah! ¿Eras tú el compañero que Adela me quiso presentar esta tarde cuando la fui a buscar?
—¡Sí mami, era él! ¿Quieres conocer a Misi, Marcus? —Fue lo primero que pensé al verlo.
—¡No! —Contestaron mis padres al unísono.
—Tendré cuidado mami, lo prometo. —La mirada en el rostro de los padres de Marcus era extraña al no entender lo que hablábamos.
—¡Usaré la correa! —Insistí rogándoles con mis ojos.
—¿Tienen a un perro rabioso?
—No... es solo que... —Papá dudó.
—¡Vamos, vamos! —Sin esperar más, tomé de la mano a Marcus y comenzamos a caminar hacía la parte de atrás de la casa donde se encontraba Misi. No solía invitar a muchos amigos a casa, así que tener a Marcus me hacía tremendamente feliz.
—Creo que esos dos se llevarán muy bien... —Comentó la madre de Marcus, a lo lejos. Ella también con ese acento tan extraño.
—Marcus no habla mucho desde que llegamos de Londres.
—Pues Adela habla hasta más no poder. Creo que harán buen equipo. —Respondió mi mamá, sonriente.
—No te vayas a ensuciar. —Le dijo a Marcus su padre, con un tono fuerte.
—Déjalos, aquí solo hablaremos de negocios. —Replica papá. Cuando llegamos a la terraza una enorme puerta de vidrio nos separaba. Caminando hacia el pequeño mueble donde mamá colocaba los premios de Misi tomé el paquete y se lo tendí a Marcus.
—Estos son los premios de Misi. No te hará nada si le das uno, pero sin miedo. —Justo en ese momento, Misi hizo su aparición y al ver que Marcus estaba a mi lado comenzó a ladrar sin parar. Oh no.
—¿Él...él muerde? —Pregunta, viendo su pelaje grisáceo moverse después de cada ladrido.
—Es ella. —Lo corrijo. ¿La gente no veía su collar y placa rosada? Siempre preguntan lo mismo.
—Y claro que no muerde. Solo lo hace si tienes malas vibras. —¿Y qué son malas vibras? —No lo sé. Dice mami que es cuando la gente piensa feo. ¿Tú piensas feo? —Yo... no, no lo sé. —Bueno, es momento de saberlo. Con la bolsa de premios en las manos de Marcus y yo con la correa, abrí la puerta de la terraza liberando a Misi.
—¡Misi, quieta! —Alcé la mano haciendo que se detuviera en seco, pero con su mirada siguió al niño asustado junto a mí. —Saca unos premios y tiéndele la mano... recuerda, sin malas vibras y deja que te huela. —Susurré.
—Adela... —Misi... él es Marcus. Es mi amigo y quiere ser tu amigo, ¡tiene premios! —Al escuchar aquellas palabras sus orejitas se levantaron con atención.
—Ven Misi... ¡ahora, Marcus! ¡Dale su premio! —Nervioso, Marcus estiró la mano mostrando los premios en ella. Misi se acercó a él mientras se escuchaba a Marcus murmurar, no malas vibras, no malas vibras, mientras Misi lo olía con cautela. Tal como un pequeño león, cuando finalmente tomó los premios de la mano de Marcus, soltó un ladrido de emoción y salió corriendo en busca de su pelota.
—¡Qué bien! ¡No tienes malas vibras! —Salté feliz al ver que Misi aceptaba a Marcus como mi amigo. Ya no había nada que temer.
—¡Tírale la pelota, Marcus! —Lo animé dándole la pelota favorita de mi Misi.
—Me gusta tu perrita... —Le dijo, lanzándole la pelota al jardín y viendo cómo corría por ella. Por primera vez pude ver como sonreía mientras lanzaba la pelota.
—¿Puedo ser tu amiga? —Le pregunté algo avergonzada, ya que sabía que él ya tenía amigos en el salón de clases. Sus ojos me miraron fijamente y me regaló una sonrisa. —Pensé que ya lo éramos, Addy.
—¿Addy? —Lo siento. Salió sin querer. Prometo no decirlo otra vez. Se comportaba serio. Como un señor en el cuerpo de un niño. Y a mí me causaba gracia.
—¡Me gusta mucho! —Salté. —¡Addy, Addy, Addy! —Yo también quiero ponerte un apodo, ¿puedo? Lo miré por unos segundos pensando en mi apodo para él. Luego me enfoqué en sus ojos nuevamente. Y esa noche... sin la claridad en la que los había visto esa mañana, pude notar el cambio. Ojos cambiantes. Cada vez que los miraba podía notar algo diferente en ellos. Ahora eran como la miel. Los rayos verdes que había visto en la mañana se habían perdido y se aclararon más. Expresivos, pero a su vez, misteriosos.
—¡Ya sé, ya sé! —Le dije, brincando feliz por mi gran idea. Soy la mejor poniendo apodos. —Ojitos. —Su cara confusa me hacía reír.
—¿Ojitos? ¿Por qué? No, Addy. Ese no me gusta, ¿qué tal otro?
—Tus ojos son muy lindos... —Fue mi única excusa. En ese momento salí corriendo, alejándome con Misi y soltando carcajadas. Tenía un nuevo amigo, eso me hacía muy feliz. Me llamaba Addy y yo lo llamaba ojitos. Mis ojitos. Tenía cinco años cuando esa mirada llegó a mi vida para quedarse.

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Feliz Año Nuevo 🤍❤️‍🔥

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