DAMA LUNA

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Cerca del puerto, pobremente iluminado, altas pero pequeñas moradas marrones y húmedas se alzan sobre las calles mojadas por una fuerte lluvia. En una de aquellas calles, resplandeciente por varios carteles de colores con luces, un almacén pequeño es azotado por las ráfagas de viento y agua. Por dentro una anciana, la dueña de aquel local, se digna a intentar pasar por una aguja un pequeño hilo violeta, el hilo choca con las extremidades de la aguja evitando entrar, como si creyera que al atravesarlo perecería.
De pronto y a la par de un trueno la puerta y la campana arriba de esta, retumban, provocando que la anciana deje el hilo y la aguja. Una niña con la ropa hecha jirones y con la frente sangrando, sostiene un pequeño frasco y se para frente a ella.

— Traje los caramelos que los niños le robaron señora.

La anciana se tapa la boca con las manos y busca un manta para cubrir el pequeño cuerpo empapado de la niña. Mientras la seca y la tapa con una manta, algunas lágrimas le caen por el rostro mientras dice:

— Oh.Anita...siempre haces lo mismo.

En el cielo las nubes grises se dispersan, la lluvia cesa, y las estrellas junto a la luna toman su lugar. En un pequeño cuarto la anciana cubre delicadamente la herida en la frente de la niña.

— Ya te eh lo dicho muchas veces Anita tú no tienes que pelear por nadie.

— Pero señora esos niños se lo robaron, los vi mientras venia para aquí.

— Esos niños eran más grandes que tú, dios sabe que te hubieran hecho, ¡oh mi querida! ¿Te duele mucho?

La niña se agarra las manos y comienza a llorar.

— ! Si señora duele mucho ¡

— ¡Mi niña claro que sí, llora tanto como quieras!

Ya tranquila y con ropa seca Ana es peinada por la anciana mientras miran por una pequeña ventana en el techo.

— Si miras bien querida, puedes ver el Mar de la serenidad y a su lado el de la tranquilidad, unos nombres fabulosos para esos lugares. — exclama la anciana mientras señala la luna

— Está muy lejos no alcanzo a ver.

— No te preocupes cariño, algún día te traeré una lupa del mercado para que puedas verlo.

— ¿Enserio?

— Claro que sí.

La oscuridad de la noche, las acompaña mientras las dos, caminan lentamente por las calles. Suben unas escaleras hasta llegar a una pequeña casa sin luz en su interior

— Esta tu padre despierto Seguro no quieres quedarte por hoy

— No se preocupe señora, no quiero molestarla, tengo que despertar mañana a mi papa o se enojara conmigo y con usted.

La anciana le acaricia la mejilla áspera por el frio y la abraza

— Puedes venir cuando quieras Anita y comer todos los dulces que quieras

La niña le sonríe mientras es tragada por la negrura de aquella casita.

Cada vez luego de que su padre durmiera, Ana salía sin hacer ruido al almacén de la anciana. La Anciana le enseñaba cosas que los niños ya sabían y que ella por no ir al colegio ignoraba. Le daba de merendar y siempre le hablaba de la luna y las estrellas, le fascinaban. Un día la llamo la "mama" y la anciana la miro con ojos humedecidos.

— Puedes llamarme así si quieres— exclamo mientras le daba un caramelo de chocolate.

Siguió visitándola mucho tiempo hasta que la tienda dejo de abrir y la anciana empezaba a estar menos en casa.

Una noche mientras, deambulaba por las calles ya que su padre había estado bebiendo con algunos amigos en su casa, vio un grupo de chicos romper el vidrio del almacén y robar un par de frascos que la anciana aun tenia. Tomo una vara algo oxidada del suelo y los persiguió calle arriba, cuando dio con ellos los enfrento diciendo que avisaría a la policía.

— ¡Oh si y seguro vendrán aquí a pararnos¡, lárgate o te arrepentirás niña.

Apretando los labios de ira golpeo al más próximo con la rama y este cayo agarrando el rostro, intento alcanzar a otro, pero este la tomo por la mano y la golpeó fuertemente en la cara. Cuando despertó tenia las manos con sangre y no veía bien de un ojo, tomo los frascos vacíos que habían dejado y volvió rengueando al almacén. El lugar estaba oscuro, y no había luz.

— Señora, señora he traído los frascos, están vacíos, pero no se han roto

La sangre no le dejaba ver bien, sus pies se tropezaban y se tambaleaba. Decidió ir hasta su habitación y encender la luz. El resplandecer le hizo arder los ojos y tropezó.
Se levantó y quedo de rodillas. La pequeña ventana en el techo se encontraba abierta y el viento frio paseaba por la habitación, la anciana yacía con todo el cuerpo tapado dejando solo su cabeza al descubierto, como si hubiera intentado ocultarse de aquella brisa cruel.

— Señora...— exclamo Ana entre quejidos mientras se acercaba como podía a la cama.

Toco su rostro y noto que estaba helado y endurecido. Estaba muerta. Sin embargo, no lo comprendió en ese momento, solo cuando la ambulancia y la policía la encontraron desmayada junto a ella, comprendió que ya no la vería mas, que no la escucharía hablar de la luna y las estrellas, de la importancia de ser buena persona y del buen hablar.
Desde ese día cada vez que la luna aparecía sobre ella, rompiendo el patrón oscuro de la noche, sus ojos se humedecían y comenzaban a arderle, odiaba eso y odio la luna. Prefería las nubes porque, aunque alguna de ellas desapareciese en el espacio, habría otras que la acompañarían y no la dejasen sola.

CERCA DE LAS NUBESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora