Eres el mejor. Eres un ganador. Eres un líder. Eres un campeón. Eres el mejor. Eres un ganador. Eres un...
Las palabras taladraron el cerebro de Eduardo como dagas.
Un día cualquiera, el mensaje grabado a modo de tono de despertador le habrían estimulado y le habrían hecho saltar la cama con energía y ganas, pero ese día tenía resaca y le dolían los ojos como si alguien le hubiera clavado dos espadas en las pupilas.
Durante unos segundos, incluso dudó sobre qué día era. Pero luego cayó en la cuenta de que, indudablemente, era viernes y tocaba ir a trabajar. ¿A quién se le ocurría organizar la cena de empresa de Navidad una noche entre semana? ¡Solo a un San Basilio!
A duras penas, se dio una ducha, y se tomó un café.
Ese día su ritual de belleza coreana tendría que esperar, aunque lo necesitaba más que nunca. Era una suerte que no pudiera enfocar bien, porque así no podía ver sus enormes ojeras, los ojos enrojecidos y la piel grisácea. Ni la vitamina C ni la baba de caracol podrían solucionar eso.
-Solo 8 horas y podrás ser libre, bombón -le dijo a la imagen mustia del espejo-. Eres el mejor. Eres un ganador. Eres un líder. Eres un campeón.
Al llegar a la sede de seguros La Fiable pudo comprobar que, por suerte, no era el único que parecía recién salido de The Walking Dead, y eso que había cerrado los bares con tres o cuatro de los más golfos.
-¡Eh, Edu! ¿Conseguiste encontrar el camino a la cama?
Eduardo no se tomó a mal la broma de Carmen, con quien había tenido más que palabras a la puerta de un pub de mala muerte, porque era lo único que habían encontrado abierto a eso de las cuatro de la mañana. Por desgracia, ninguno de los dos estaba en condiciones para nada más que para algún torpe arrumaco y habían acabado compartiendo un taxi que los había dejado a cada uno en su casita, compuestos y con una resaca memorable, todavía con los adornos navideños colgando del cuello.
La saludó con la mano y se refugió en su cubículo, porque el mundo seguía un poco inestable a su alrededor.
Al cabo de dos horas rellenando informes y respondiendo a llamadas solicitando reparaciones rutinarias, sintiendo que se le caían los ojos de sueño, escuchó un rumor que le hizo levantar la vista.
Tuvo que parpadear dos veces para comprender lo que estaba viendo.
¿Era posible que la enchufada, la doña perfecta, la ratona de oficina, nada menos que la muerma mayor del reino, la heredera del trono, Clementina San Basilio, llegara tarde al trabajo con cara de no haber pegado ojo en toda la noche?
Se rascó la barba y la observó escurrirse junto a él, fingiendo que no se daba cuenta de que todos cuchicheaban a su paso.
Trató de hacer memoria para recordar a qué hora la había visto en la cena la noche anterior.
Solo había hablado con ella para pedirle que le sacara una fotografía, que le había que ella entendiera el concepto de qué era una buena foto, y después... ¿Era posible que hubiera desaparecido?
Con un sobresalto recordó que además no le había enviado las fotos que le había sacado, solo que, entre copa y copa, baile y baile, se le había ido el santo al cielo y no se había acordado hasta ese instante.
Se levantó como un resorte y caminó con el paso todo lo firme que pudo hacia Clementina. Ella ya se había instalado en su propio cubículo, en una esquina, desde donde, como todos comentaban cuando ella no podía escucharlos, observaba y apuntaba, para cuando estuviera al mando, no fuera a ser que se le escapase algo.
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(Que quede) Entre nosotros
RomancePara Clementina, su trabajo en el negocio familiar no es más que algo que debe hacer hasta poder liberarse y hacer lo que más quiere: ser escritora. Mientras tanto, no le queda más remedio que soportar a su jefa y tía, Luisa, que no hace más que ins...