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La pelinegra corrió con rapidez, dejando su pelo hasta un poco más abajo de los hombros despejarse y perderse con el viento. Sus botas militares la ayudaron a no caer en momentos donde chocaba con gente de Tokio, tenía una sonrisa en sus labios rojizos.

«Uh...» Paró de repente, había llegado a su destino. Ahí se encontraban Arisu, Chōta y Karube. Ellos estaban charlando tranquilamente, sin notar aún la presencia de cierta chica.

Mientras más se iba acercando, notaba las peleas estúpidas que ellos mantenían.

«¿De qué hablan?» Preguntó apenas se acercó por completo. Ellos voltearon felices por verla ahí, Karube de acercó hasta ella y rodeó con sus brazos los hombros de la chica, con su palma señalo el cielo, y luego habló.

«Hola, Su, ¿verdad que yo tengo razón en que los zombies no podrían correr?» Sonrió Karube, mirándola fijamente. Ella, desconcertada por la pregunta, frunció el ceño aún sonriendo.

«Esperen adivino... Arisu cree que los zombies correrían y Chōta estaba tratando de calmar la pelea.» La chica sonrió y rodó los ojos, viendo sus actitudes infantiles relucir entre ellos.

No eran los más maduros cuando se trataba de ellos, solos y un par de cervezas.

«¡Karube no ha jugado videojuegos!» Arisu se defendió de inmediato.

«¿¡Tú no has visto películas, Arisu?» Ahora fue Karube quién atacó, Chōta por mientras, sostenía su cien con una sola mano, demostrando lo decepcionado que estaba de la discusión. Por otro lado, Haitsu sonreía divertida al verlos pelear por esa estupidez.

«Yo apoyo la idea de que corren, sería mucho más emocionante.» La única chica del grupo por fin decidió. Por supuesto que le gustaría sobrevivir, pero en un mundo lleno de zombies y nada, le gustaría sobrevivir arriesgada y morir con estilo.

«¡Tómala, Karube! Su me apoya a mi.» El mediano de todos, sacó la lengua como niño infantil que hacía parecer. Su era un apodo que le habían puesto de pequeña, su favorito.

No es que le encantara su nombre, la única persona que la había llamado por su nombre toda su vida había sido su madre, y su cariño era casi escaso por parte de las dos. Ella fue una madre abusiva que intentó suicidarse dos veces al verse abandonada por Hee-lee, su padre.

Haitsu Mogomi por la misma razón, siempre fue independiente, se buscó su propia vida sola y le iba completamente bien en su departamento alquilado. Su trabajo no era el más puro, pero era lo que tenía, y no por nada había estado practicando diferentes artes marciales, sabía controlar armas blancas y armas normales, su fuerte siempre fue la ballesta, pero en Tokio una ballesta no se encontraba fácil y sin un permiso.

El que ella no tenía.

De igual forma se arreglaba la vida robando armas militares y utilizando cualquier otro tipo de arma blanca.

Volvió a la realidad cuando vió que Chōta la llamaba. «¡Su! Uff, que bueno que despiertas de tu rara ensoñación en la que siempre estás. Arisu y Karube comenzaron a caminar.» Señaló como si fuera un niño chiquito a ambos chicos.

Efectivamente, empezaron a caminar, ambos hacían ademanes exagerados con las manos, mostrándose excesivamente enojados al no llegar a un punto clave o conclusión. Haitsu tomó la mano de Chōta y avanzó hasta ellos, caminando a su lado.

«¿Qué les parece la idea... Mientras más años de zombies evolucionan y ahora en vez de caminar, corren?» Ambos quedaron callados, mirándola sigilosamente, con los ojos entrecerrados. «¿No?» Soltó nerviosa.

«Si.»

«Me agrada la idea.» Exclamaron al mismo tiempo con una sonrisa. Haitsu suspiró.

«Idiotas...» Ella sonrió. Siguieron caminando. Esa noche la pasaron debatiendo sobre temas estúpidos como siempre, fue una noche dónde solo las estrellas y la luna estuvieron de espectadores de los 4 amigos que tanto se amaban.

𝐺𝑜, ℎ𝑎𝑖𝑡𝑠𝑢 !ᶜʰⁱˢʰⁱʸᵃ¡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora