I.

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La emoción que Diego sentía sin duda era notoria para el resto del equipo mexicano. El joven estaba a punto de participar en su segundo partido con la selección, entendían por completo aquel mar de emociones que de seguro estaba sintiendo.

Si bien el enfrentamiento no era más que un amistoso contra sus eternos rivales, los estadounidenses; Ricardo Ferratti, su entrenador, no podía evitar empujarlos a dar todo de ellos mismos en aquella cancha en la que próximamente estarían jugando.

En un abrir y cerrar de ojos, Diego ya se encontraba junto a sus compañeros entonando el himno mexicano luego del tradicional saludo entre ambos capitanes de los equipos. Con tan sólo dieciocho años, ya había logrado debutar en la selección absoluta de su país, y estaba dispuesto a callar a todos aquellos que dudaban de su talento con excusas baratas como su edad, o estatura.

Podía escucharlos, los entendía.

Diego no era ningún estúpido y sabía a la perfección que aquellas palabras murmuradas por los estadounidenses cada que intentaba acercarse a la portería rival no eran exactamente alentadoras.

Por sobretodo, escuchaba al número tres soltar insultos por lo bajo cada que intentaba arrebatarle la pelota al más pequeño. Miazga, a juzgar por el apellido en su camiseta.

Él no era ningún niñato enano, no lo jodan.

Sin embargo, no podía hacer nada al respecto; su enfoque debía ser netamente en el esférico y esforzarse en llevar a su equipo a la victoria. Aunque bueno, si celebró para sus adentros cuando el gringuito de mierda recibió una tarjeta amarilla en el minuto 38', nadie tendría por qué saberlo.

Y así, sin mayores ocurrencias, se dio por terminado el primer tiempo de aquel clásico. El marcador cero a cero para ambos equipos.

— Te juro que lo mato al pinche gringo de mierda —. Se quejaba el menor ante Edson Álvarez mientras realizaban la formación para regresar al campo luego de que se diese finalizado el entretiempo.

— Por muy a favor que esté de la idea, Ferratti te va a colgar de los huevos si haces algo que te saque del juego, así que bájale a tus humos.

— Es que no lo soporto al muy pendejo, nada más falta otra que me diga para que vea que mando el balón a la portería con él incluido.

— Ya, ya, calma que vamos a empezar.

Lo iba a matar, lo iba a matar y ni Edson se lo impediría.

Había tratado de seguir su consejo y seguir con el partido. Lo cual había funcionado, hasta el minuto 63'. Diego llevaba la pelota, subía por el lateral derecho justo en la zona de defensa del imbécil de Miazga cuando en un rápido y brusco pase, el más alto se apoderó del balón.

Esa fue la gota que derramó el vaso para el mexicano, quien sin dudarlo e importándole poco la diferencia de estatura, se dirigió a reclamarle al alto. Miazga fue rápido en ignorar las quejas del contrario para comenzar a burlarse de la altura del mismo, quien a cada segundo se notaba más enojado.

Los insultos empezaron a volar de ambas partes hasta que segundos después, tanto el árbitro como su compañero Ángel Zaldívar llegaron a apartarlo del estadounidense. Miazga no pareció contento con aquello y fingía buscar a Diego mientras se agachaba, lo cual también hizo saltar a Edson, nadie se metería con el más pequeño de sus compañeros mientras tuviese algo que hacer al respecto.

Esto le valió una tarjeta amarilla, pero ver el rostro atemorizado del gringo mientras lo acusaba con el árbitro luego de haberlo empujado sin duda valió la pena.

Una tarjeta roja después en contra de Zaldívar, y el único gol del enfrentamiento a favor de Estados Unidos dieron como terminado aquel partido que probablemente estaría dando de qué hablar luego de la pelea entre Miazga y el recién debutado y joven promesa Diego Laínez.

Que bueno, ya pasada la adrenalina y el enojo por los comentarios de Miazga, Diego no pudo evitar pensar en lo atractivo que se había visto el jugador en medio de su discusión. 

chaparro - laínez y miazgaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora