-Atezcatl- repitió Marina. -Es "lago".
-Atescal- imitó Antonio.
-No, Atezcatl: "tl". Como...- Marina tronó sus dedos.
-¡Ah, vale! Si, si... como un chasquido.
Ella asintió con la cabeza, sonriente.
-Entonces al lago aquí le dicen atescach.
La sonrisa de Marina se esfumó y rodó los ojos, decidiendo cambiar de palabra.
-Mixtli- dijo. -Es "nube".
Antonio negó con la cabeza y acercó más su oído a ella.
-Mixtli- repitió Marina, lento. -Mix.tli.
-Misri- reprodujo el español, según su entender. -¿Mishli?
-No Misli: Mixtli.
-Pero yo no he dicho Misli, he dicho como vos: Misri.
Marina frunció el entrecejo.
-Que no Misli, no Misli: Mixtli.
-¡Pero que no he dicho Misli! ¡Es Misri! ¿No podéis pronunciar la "r"?
-Vos no habla "tl".
-¡Pues estaremos jodidos!
Ambos suspiraron y apartaron sus miradas, cansados. Llevaban casi medio día en uno de los jardines del Palacio de Axayácatl, practicando y aprendiendo sus respectivos idiomas. Marina le llevaba a Antonio sobrada ventaja, pues si bien no podía conjugar del todo el castellano, se daba a entender sin la necesidad de que Aguilar tradujera.
Por el contrario, Antonio ni imitar aquellos raros sonidos podía. El Náhuatl era un idioma que a sus oídos sonaba incluso más bonito que el Maya, pues donde uno era golpeado, el otro era melódico. Y quería comprenderlo, quizá no hablarlo, pero descifrarlo sí, porque solamente de esa manera podría entenderla a ella, a la representación de aquella ciudad que tanto lo había maravillado.
Por eso le había pedido las clases a Marina y solo a Marina, no quería que nadie más se enterara, que Aguilar o Cortés supieran... porque le recriminarían en cara las pasiones que despertaban en sus entrañas esa mujer india, pasiones que él había repudiado y desdeñado desde que desembarcaron.
Antonio se levantó de la banca en la que estaban y ayudó a Marina en lo mismo, sonriéndole derrotado.
-Gracias, pero mejor continuamos mañana.
-Si así desea- comentó la chica antes de salir del jardín para dirigirse hacia la habitación que compartía obligadamente con Cortés.
Antonio miró hacia sus costados para asegurarse que nadie en ese pequeño jardín los hubiera visto, y luego caminó también hacia su propia alcoba. El trayecto era más largo: debía atravesar un par de pasillos, cruzar el jardín principal, subir unas escaleras y entonces llegaría, pero una visión a lo lejos lo distrajo.
Una figura curvilínea por el rabillo del ojo se hizo presente y entonces se apresuró al pequeño balcón que decoraba el sitio. Encantado descubrió que el Palacio de Axayácatl era casi que vecino a otro Palacio, uno en el que aparentemente habitaba aquella representación.
Atotoztli, como era su ritual en la mañana, despedía a su esposo en las escaleras de su casa antes de que éste subiera al palanquín que lo llevase a su trabajo: le daba un abrazo, le soltaba un beso y le obsequiaba una hermosa sonrisa. Él luego devolvía su ternura con una caricia por sus mejillas, sus trenzas y manos; luego entonces, partía.
Antonio lo presenció todo, repentinamente molesto y decidió que era momento en que ella lo conociera realmente... así con suerte se daría cuenta de que ese hombre no le era suficiente, no como él podría serlo al enseñarle la verdadera civilización, la verdadera cultura y religión.
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MEMORIAS DE UNA NACIÓN
Historical FictionPero no flaqueo... nunca fui educada con tal motivo, porque desciendo de gente que se mantuvo de pie hasta el final y lo dio todo con tal de no ceder ante aquellos ojos alhajados. Porque yo soy, junto a mi hermano, los Estados Unidos Mexicanos, y es...