Después del ritual fallido Texcoco pidió varios días de descanso para dedicarlos todos a atender a su esposa: a recitarle poemas inspirados en ella, a rebosarla de flores, a solicitarle nieve de los volcanes mezclada con vainilla (¡vaya privilegio!) y, lo más importante: hacerle el amor cada que podía.
Atotoztli no podría estar más enternecida. Los empeños que Texcoco ponía en remediar su error le bajaban sus defensas y lo aceptaba todo; sin embargo, algo muy dentro en el pecho le susurraba que esos esfuerzos eran en vano, que no resultarían más que en el disfrute del momento y jamás se concretarían en la criatura que tantísimo anhelaban ambos.
Era como una pulsación dolorosa cerca de su corazón que le advertía peligro: que tan solo desperdiciaba tiempo valioso y sagradas energías... una pulsación que la despertaba a media noche con la pesadilla de unos ojos verdes observándola a la distancia, llamándola.
-¿Qué tienes cihuacuacualtzin [mujer hermosa]?- inquirió Texcoco al verla sentándose de golpe en el petate.
No habían pasado ni dos horas desde que terminaron de hacer el amor por última vez y Texcoco ya bebía una jícara de chocolate con miel, contemplando a la tranquila ciudad de noche por la ventana de su habitación: era como su rutina para recargar fuerzas antes de dormitar y luego volver a unirse con ella al alba. Todavía permanecía desnudo como ella, pero no lo envolvían las sábanas ni mantas de algodón; tan sólo un collar de jade decoraba su moreno pecho y ahora una expresión de desconcierto ceñía su rostro.
-Perdona...- le respondió Atotoztli masajeándose los ojos. -Un sueño raro, es todo.
-¿Raro?- Texcoco se apartó de la ventana y se inclinó sobre el petate. -¿Mal augurio?
-N-no creo. Con raro quiero decir, eh... fuera de lo común. Sí, sólo fuera de lo común.
-Pues para ser "fuera de lo común" ya llevas tres noches seguidas despertándote de golpe.
Atotoztli le sostuvo una mirada de pocos amigos y cruzó sus brazos bajo el pecho.
-¿Ahora resulta que tu sabes más de mis sueños que yo?
-No quise ofenderte así, Cihuacuacualtzin [mujer hermosa]. Es sólo que no puedo evitar preocuparme por ti, ya lo sabes. -Texcoco levantó una manta y cubrió mejor los hombros fríos de su esposa, tallándolos por encima mientras la envolvía también dentro de un abrazo suyo. -¿Quieres chocolate? Aclarará tu mente.
-...mejor un poco de tabaco.
-No puedes Cihuacuacualtzin [mujer hermosa], recuerda que lo tienes prohibido mientras intentamos conseguir un hijo.
Atotoztli hizo un pequeño berrinche con el rostro y ambos soltaron un par de risas divertidas por la acción, entonces se recostaron y, con la vista clavada en los murales del techo, ella confesó su temor muy quedito a la noche.
-Son verdes... los ojos en mis sueños son de un brillante verde y aparecen ahí, al nivel del suelo, entre las chinampas.
-¿Cómo los de una serpiente?
-N-No lo sé. Pero no me dejan ir.
-Serán buena señal entonces, Quetzalcóatl quizá intente darte un mensaje.
-¿Cómo cuál? ¿Desistir en nuestros intentos? Porque sin importar cuánto nos observa, no hemos logrado nada.
-Más bien creo que se te presenta en sueños para que te dirijas a él. Quizá así podremos encontrar una respuesta... no sólo a lo nuestro, sino a todo lo que ha estado ocurriendo con esos hombres de fuera, sus supuestos "emisarios".
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MEMORIAS DE UNA NACIÓN
Historical FictionPero no flaqueo... nunca fui educada con tal motivo, porque desciendo de gente que se mantuvo de pie hasta el final y lo dio todo con tal de no ceder ante aquellos ojos alhajados. Porque yo soy, junto a mi hermano, los Estados Unidos Mexicanos, y es...