Pacto matrimonial

373 47 5
                                    

04/01 · Matrimonio arreglado

Un día tarde porque me he puesto enferma y la cabeza no me daba para más ayer.

・。。・゜゜・゜・。。・゜・。。・

Hace frío.

Fuera del castillo, una feroz tormenta está a punto de desencadenarse. Los vientos gélidos que lo recibieron y la sensación de humedad en el ambiente son claros indicios. Debería sentirse protegido entre los gruesos muros de piedra, pero dentro de Bastión de Tormentas, Lucerys tiene frío. Muchísimo frío.

—El Rey Aegon me ha traído una propuesta —declara Lord Borros desde su asiento—: mis espadas y banderizos por un pacto matrimonial. —Sus palabras caen como aguacero sobre Lucerys, anclado al suelo de la entrada del salón—. Si apoyo a vuestra madre, ¿con cuál de mis hijas os desposaréis, muchacho?

Lucerys comprende entonces. Un matrimonio arreglado. Esa es la razón de por qué Aemond está allí. Los Verdes han comenzado a moverse, igual que su madre, y juegan sus piezas sobre el tablero con calculada estrategia desde la Fortaleza Roja.

No debería importarle, pero lo hace. Algo se quiebra en su interior. Se siente pesado y torpe, y la aprensión dentro de él no hace más que acrecentarse conforme pasan los segundos en este sitio. Sujetar la empuñadura de su espada fue un acto reflejo en cuanto vio a su tío y, sin embargo, no ayuda, no hace que se sienta más seguro en absoluto. No frente a él. Ese rostro afilado, el taciturno ojo violáceo, la sonrisa sagaz. Ese parche que le recuerda lo que hizo. Que fue él quien acabó destruyendo los frágiles vínculos que mantenían a la familia Targaryen unida. Acabando con ellos dos en un solo corte.

—Mi señor, no puedo casarme. —No puede evitar mirarle. Aemond sonríe. Parece calmado, pero Lucerys sabe que no lo está, que su sonrisa oculta un sinfín de matices. Su tío está maquinando algo—. Ya estoy prometido. —Termina de decir, y observa cómo el párpado sano de su tío decae.

Apenas un milímetro. Un cambio sutil que podría haber imaginado. No puede estar seguro al cien por cien de que lo que ha visto sea cierto, pero Lucerys es asaltado por una oleada de nostalgia y su mente es arrastrada al pasado. A otra época. Cuando sus vidas transcurrían en relativa armonía.

Eran unos niños. El odio se gestaba entre sus familias a raíz de las diferencias de sus madres, pero ellos eran meros peones en aquel entonces, y pasaban los días juntos, como hermanos. Inseparables.

Lucerys era el más pequeño de los cuatro, descartado por esa razón de la mayor parte de las travesuras que cometían Aegon y Jacaerys; Aemond simplemente era diferente a ellos, disfrutaba de la lectura, era callado y pacífico, y el huevo de dragón que pusieron en su cuna no eclosionó, por lo que también era excluido de los juegos de sus respectivos hermanos. Eso los convirtió en la única compañía del otro de manera inevitable, casi forzosa.

Para Lucerys era una necesidad. Estar con Aemond. Lo buscaba a todas horas, sin importar si su tío quería estar solo o no. Casi siempre prefería la soledad. O eso decía. Se quejaba en voz alta o emitiendo sonidos de disgusto, pero permitía que Lucerys se sentara a su lado o se tumbara sobre sus piernas mientras él leía algún pesado volumen sacado de la biblioteca. Bajo el Arciano. Sin saber que años atrás, sus madres que tanto se odiaban hicieron lo mismo a menudo.

El recuerdo se reproduce en su mente. Vívido. Como si hubiera sucedido el día anterior.

Era tarde. El Sol había empezado a ocultarse tras el horizonte y el cielo estaba tan naranja, que la luz filtrada a través de las hojas carmesí del milenario árbol teñía el cabello ondulado de Aemond. Las finas hebras discurrían entre los pequeños dedos infantiles de Lucerys como cascadas de sangre en un campo de batalla al atardecer, pero olían a almizcle, ébano y al aceite esencial de Essos que su tío usaba para cuidarlo. Le encantaba ese aroma. Era exótico y relajante, y aún en la actualidad lo asocia a él cuando huele algo similar. Añorándolo.

Canciones de la Antigua ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora