Lysandro, junto al resto de escuderos y escoltas, fue conducido a las barracas del castillo.
Mientras atravesaba las galerías se percató de lo lúgubre que era la edificación. La piedra negra de las paredes lucía fría. No había tapices, ni elaborados cortinajes o pinturas retratando glorias pasadas adornándolas, nada en comparación con el castillo real en Eldverg, donde vivía el rey Daven y su corte. ¿Sería por qué el amo del Laundger era el último de sus hijos? Tal vez era el menos querido de todos. Solo eso explicaría que estuviera gobernando la región que, según se decía, estaba poblada de fantasmas y entes malignos, Illgarorg, tierra del mal. Se condolió del joven príncipe, quien le había parecido un poco desvalido e inexperto al lado de sus otros hermanos.
Era muy joven. ¿Qué edad podría tener? Estaba seguro de que no llegaba a la veintena. Los ojos, entre verdes y ámbar, miraban con asombro, su voz a veces temblaba. Todo él parecía disonante entre los generales, coroneles y sus hermanos forjados al calor de la guerra. El príncipe Karel daba la impresión de estar hecho para habitar un hermoso palacio etéreo como los que decían que dominaban en Augsvert, la tierra de los hechiceros.
Era un joven demasiado atractivo y a todas luces, inocente. Era cruel arrojarlo tan pronto a la guerra.
Su esposa también parecía un primoroso brote en primavera, hacían una linda pareja, jóvenes y hermosos ambos.
De cualquier forma, pronto vería de qué pasta estaba hecho el príncipe hechicero del que tanto hablaban, tanto para bien como para mal.
Su padre siempre le decía que no se debía dejar llevar por el aspecto de las personas, había monstruos con hermosa cubierta y otras veces el valor habitaba en quien menos lo aparentaba.
Las barracas eran un gran salón de piedra oscura con catres alineados en filas. Ya los soldados de la guardia de Laundger descansaban, Lysandro se acomodó en uno que encontró vacío. Se desabrochó el cinturón del cual pendía la espada y la dejó en el suelo junto al zurrón con sus pertenencias. Debía levantarse antes del alba y preparar las cosas del general.
El joven se acostó con el brazo detrás de la cabeza como almohada y se dedicó a fantasear. La batalla por venir era su gran oportunidad de brillar. Su padre no se lo exigía, pero él quería llegar a sobresalir tanto como él, deseaba que el honorable héroe de guerra, el general Elvarh Thorlak se sintiera orgulloso de su hijo. Sonrió al imaginar la sonrisa radiante en el lindo rostro de su hermana Cordelia cuando él volviera a casa cubierto de gloria.
Extrañaba mucho a Cordelia. Hacía dos años que Lysandro había ingresado en el ejército y dejarla sola en la finca familiar le había supuesto mucha tristeza. Desde que la madre de ambos murió hacía diez años, ellos dos se volvieron inseparables. Lysandro era consciente de que en ocasiones la sobreprotegía, pero ¿cómo podría evitarlo cuando su hermana cada vez perdía mas la visión?
Su padre pidió una licencia en el ejército y estuvo con ellos algún tiempo, pero luego de la revuelta de los generales y el cambio de gobierno que llevó al general Daven al trono, volvió a sus funciones en el II Regimiento. Por tanto, Lysandro asumió el papel de cuidar a Cordelia y gastar lo que fuera necesario del dinero que enviaba el general en las costosas medicinas que evitaban que terminara totalmente ciega.
Lysandro cerró los ojos y se vio a sí mismo cruzando las murallas de Eldverg luego de vencer en Vesalia. Le parecía escuchar los aplausos y las ovaciones del pueblo mientras él, un héroe de guerra, entraba triunfante en la capital. Podía ver los rostros sonrientes de las jóvenes embelesadas en su estampa deslumbrante y los ojos anhelantes de los muchachos mientras él avanzaba sobre Atrix, su caballo zaino.
El ruido chirriante de la puerta al abrirse interrumpió sus divagaciones.
—¿Quién es Lysandro Thorlak?
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¿Qué pasaría sí...?
FantasyEsta es una historia alterna a la de El amante del príncipe, basada en la premisa ¿qué pasaría sí el padre de Lysandro no hubiera muerto?