Final

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Desde que habían decidido construir el submarino, Oswald iba a visitarlo todos los días. No podía hacer mucho para ayudar, pero siempre era puntual, con algo de comida caliente que, sabía, a Ed le iba a gustar. Se sentaba en silencio, a veces lo observaba trabajar, otras veces leía, en ocasiones se ocupaba de sus propios asuntos de la manera más silenciosa posible, siempre procurando no romper la concentración de Nygma. Cuando el Acertijo se agobiaba por los planos del submarino, el Pingüino le preguntaba por algo mucho más sencillo, escuchando la explicación como si no fuese algo que ya sabía con antelación, y Ed siempre se sentía un poco más seguro de su intelecto tras eso.

No lo admitiría en voz alta, pero muchas veces, mientras el Pingüino leía, lo observaba de reojo. Hacía mucho tiempo no lo veía así; tranquilo, despreocupado, como si no fuese un criminal buscado por la policía de Gotham en una ciudad que se caía a pedazos, que sangraba caos. Acariciaba distraídamente a Edward, quien descansaba sobre su regazo y, ocasionalmente, levantaba la mirada para asegurarse de que Ed estuviera bien, que no pasara frio, que pudiera hacer su trabajo cómodo, que comiera algo.

Ese día era particularmente helado y húmedo. El sonido de las gotas de lluvia, filtrándose por el techo, cayendo sobre pequeños cuencos, acompañado por el chiflido del viento haciendo que los vidrios de las ventanas vibren y retumben, era lo único que se escuchaba dentro de las paredes de esa vieja biblioteca.

Ed estaba demasiado concentrado en su trabajo, intentando descifrar por qué la pieza que había armado no funcionaba correctamente, como para notar las bajas temperaturas que lo rodeaban. Sin embargo, un solo escalofrío de su parte, bastó para que el pingüino deje a un lado su libro y se pusiera de pie. Le siguió un sonido sordo, quizás algo se había caído, Nygma no le dio mucha importancia hasta que notó la falta del sonido de las pisadas irregulares de su acompañante.

Dejó a un lado la pieza en la que trabajaba, con el ceño fruncido mientras se volteaba. El corazón se le estrujó dentro del pecho al encontrar al Pingüino, sentado en el piso, encorvado sobre si mismo mientras se sostenía la pierna derecha. Su mandíbula estaba fuertemente presionada, su cuerpo temblando levemente mientras el rostro se le había torcido en una mueca del más absoluto dolor físico.

Ed se apresuró a ir en su rescate, ayudándole a levantarse, aferrándose a su cintura para guiarlo hasta uno de los asientos cercanos a la chimenea. Prendió el fuego, mientras fingía no sentirse superior al perro por poder ser de verdadera ayuda para el Pingüino, no como él, que simplemente jadeaba y daba vueltas alrededor del hombre. Oswald tiritaba, sus labios morados, su nariz rojiza, y Nygma se preguntó, mientras lo envolvía en una manta, cuanto tiempo había estado sufriendo el frio en silencio, esperando a que él de una señal para encender el fuego. Suspiró, abandonando la idea y la culpa que esta traía consigo, mientras Oswald cubría a Edward, de nuevo sentado en su regazo, con parte de la manta. Ed se arrodilló a su lado.

- ¿Para que es este armatoste?

Sus manos empezaron a desatar las correas de cuero que le rodeaban la pantorrilla, sosteniendo tres tablitas de madera obscura que iban desde la rodilla hasta el tobillo.

- Me ayuda a soportar el dolor.

- No creo que sea un tratamiento adecuado para tu lesión.

No recibió respuesta, aun que nunca esperó ninguna. Habían discutido un par de veces por eso en el pasado, cuando eran alcalde y su mano derecha, cuando Ed le insistía porque vaya a ser atendido por un especialista. Oswald siempre se había negado, sin motivo aparente. Quizás esta órtesis no era lo ideal, pero al menos era un paso en la dirección correcta. Llevó las manos hacia la pierna del Pingüino, quien recién en ese momento pareció entender sus intenciones.

- No tienes por qué hacerlo. – Nygma lo ignoró, empezando a masajear la zona con sus dedos. – En serio, puedes volver a trabajar, estoy bien.

- No es cierto, te duele.

- Puedo arreglármelas.

Volvió a ignorarlo, intentando aflojar los puntos de mayor tensión en sus músculos, tratando de evadir las zonas más dolorosas a causa de la vieja herida sin tratar. El Pingüino lo detuvo, sosteniéndolo por las muñecas. Edward rezongó en protesta por el movimiento, Ed lo miró molesto.

- Para, vuelve a trabajar. Puedo arreglármelas sólo. – Ed no entendía el repentino tono plano de Oswald. Sin emoción, sin amenaza, simplemente la voz gélida como el ambiente lejos de aquel fuego.

- No me molesta hacerlo. Solía cuidarte la pierna todo el tiempo.

- Lo sé.

- ¿Entonces cual es el problema?

Nadie se movió un milímetro, mientras Oswald parecía pensar con cuidado sus palabras. Abrió y cerró la boca al menos una tres veces, antes de cerrar los ojos, suspirando mientras sus hombros se derrumbaban. Parecía pequeño e indefenso, y si Ed fuese el perro, acurrucado sobre las piernas de Oswald, probablemente también se gruñiría a sí mismo, culpándose por haberlo hecho sentir de ese modo.

- Por esto me enamoré de ti, Ed. Porque a pesar de mis crímenes, de todo mi pasado, me acogiste y cuidaste como si no hubiera nada que temer. – Apenas susurraba ahora, entre el crepitar del fuego, confesándole uno de sus más grandes secretos, su debilidad, como lo había hecho añares atrás, cuando le habló por primera vez sobre su lesión. – Creí que podía confiarte esto, y luego intentaste matarme. Creí que podía confiárselo a Sofia, y ella intentó traicionarme. Vuelve a trabajar, Ed.

Parecía estarle suplicando, la voz quebrada y los labios temblorosos, el rostro encendido en carmín a causa de la vergüenza, la vista clavada en sus manos. Ed no soportaba verlo de esa manera, frágil y deprimido. Tampoco se atrevió mencionar a Isabella, su pequeño encaprichamiento por ella parecía irrelevante ahora que Oswald lucía tan solo y desamparado. Quiso creer que sólo se estaba victimizando, buscando manipularlo para algo, Edward lloriqueando, lamiéndole la mandíbula, le gritaba que no era así. Y pensó, se convenció a sí mismo, que era hora de afrontar la verdad.

Lo abrazó con fuerza, cediendo a los impulsos del antiguo y sentimentaloide Edward Nygma, a su corazón apretujado, sangrando necesidad y cariño. Lo apretó más contra su pecho cuando el Pingüino opuso resistencia, intentando apartarlo, murmurando improperios inentendibles entre tela y angustia, hasta que finalmente se relajó, su cuerpo laxo mientras sollozaba entre sus brazos.

Más que un mentor, más que un compañero, más que un amigo, Oswald era la persona a la que Ed amaba, a la que había intentado ocultar con whiskey, con Ron, con Ginebra. El fantasma al que se moría por invocar con drogas, con planes complicados y acertijos.

Dejo de resistirse a aquel viejo sentimiento, un beso con gusto a lágrimas, traición y muerte, así como a anhelo, cariño y protección. Cálido como fuego en la chimenea, leal como Edward en su regazo, desesperado como el sonido del viento contra las ventanas. Se separaron, compartieron miradas. Ed no era bueno hablando de sus sentimientos, Oswald no lo necesitaba, y volvieron a besarse en aquel refugio con aroma a libros viejos y agua de lluvia. Sus corazones latiendo al unísono, sus cuerpos calentándose mutuamente, mimando, reclamando, amándose el uno al otro finalmente. Sin más resistencia, o viejos rencores, sólo ellos, juntos al fin.

Alcohol - GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora