Memoria 4

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Y me quedé recostada, con los brazos cubriendo mis piernas enroscadas y pegadas a mi cuerpo, el silencio nubló cualquier ápice de sentimiento que yacía en mi interior, mi respiración entrecortada me pedía a gritos que detuviera todo el dolor que se refugiaba en lo más profundo de mi corazón, encerraba el fuerte sollozo que amenazaba con escapar de mi garganta, la nublada vista me llenaba de sabor a mar mis temblorosos labios. No era la primera vez ni la última en la que me encontraría así, con un gran hueco que buscaba llenar, proteger y cicatrizar.

El dolor me desgarraba día a día, la pena me cubría, me vestía cada mañana y cada atardecer, sin darme cuenta me aferraba a la dicha fugaz que me intentaba mantener con vida. El deseo de encontrar mi refugio se hacía cada vez más grande ante la exhuberante necesidad de alejarme del gran daño que se estaba generando en mí. Al final comprendí que la única culpable era yo, pues quién realmente se ama, no se deja lastimar.

Y me quedé, con ese eco en mi alma, de lo que no hubiera sido y permití, de lo que hubiera luchado y no soportar, de lo que hubiera sacrificado antes de sacrificarme a mí.

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