𝐿𝑎́𝑔𝑟𝑖𝑚𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝐶𝑎𝑚𝑒𝑙𝑖𝑎

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La primera vez que sus ojos se cruzaron, lo supieron

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La primera vez que sus ojos se cruzaron, lo supieron. Supieron lo que sentían, quedaron maravillados uno con el otro. Aquel brillo en sus cristalinos orbes, la admiración de la belleza que uno veía en el otro, provocaban que sus corazones latieran con intensidad.

En el simple mercado del pueblo, al cual acudían cada  semana, encontraron lo que ambos necesitaban. Sonrieron para ellos mismo, y con juego de miradas acordaron alejarse de toda la civilización.

Las palabras sobraron, sus ojos expresaban mucho más de lo que hacía falta, entendían perfectamente lo que uno quería decirle al otro con tan solo un pequeño gesto en sus rostros.

La diferencia de altura era obvia. El más alto destacaba por sus oscuros cabellos verdes, y en el contrario resaltaba un peculiar color magenta en sus iris. Aquellos mismos que cautivaron al azabache. ¿A que le recordaba ese color?, ¿A qué se asemejaban esos ojos bermejos? No lo sabía. Pero no le hacía falta.

No lo pensaron dos veces, no les importaba que su género fuera el mismo. La atracción era obvia, no se iban a permitir dudar por aquello. Aunque sabían bien que ni podían demostrar sus sentimientos libremente, así que se limitaban a hacerlo en privado.

Los campos estaban vacíos, siempre lo estaban. Un punto de reunión perfecto. Una extensión abierta, pero con la notoria ausencia de civilización. Corrían de la mano felizmente entre las hierbas, admirando las flores para posteriormente hacer pequeñas coronas con estas.

Acarician sus rostros con cariño, y en ese mismo lugar rodeado de vegetación, dieron su primer beso. Tímidamente, el más bajo dejó caer unas lágrimas de felicidad hacia la tierra. El azabache sonrió con la misma alegría y suspiró de amor. La atmósfera era perfecta, y solo envolvía a ellos dos. Solo los ojos magenta y los dorados entraban en contacto en esos momentos, uno con el otro.

Pero los terceros siempre aparecen, y hay más colores que participaban en aquel momento. Cómo aquellos ojos esmeralda llenos de maldad y envidia que observaban a lo lejos.

Los rumores se menciona, y se expanden rápidamente como una llama en el seco pasto. El pueblo es pequeño, todos se conocen entre todos, y abrieron una investigación. Querían capturarlos, querían juzgarlos y darles su merecido ante el pecado que ambos habían cometido. Dios no permitía tal aberración en sus creaciones.

El azabache era presa fácil, trabajaba en una panadería y era conocido por todos, ya que era alguien social que siempre mostraba su amabilidad a los demás. El verdadero problema vendría con su pareja. Bien cierto era que sus ojos llamaban la atención, pero su estancia era desconocida, al igual que el lugar de su trabajo. Así que decidieron buscar pistas donde fuera.

Acudieron al lugar donde la pareja estuvo anteriormente en el campo y encontraron un pequeño grupo de camelias rosadas que crecían poco a poco. Los orbes esmeraldas recordaron: el lugar exacto donde cayeron las lágrimas. Y formaron su plan.

Las coronas de flores volvieron a posarse en la cabeza del otro, al igual que la atmósfera volvía a envolverlos de manera acogedora. Una caricia tras otra, un beso tras otro. Escucharon los gritos enfurecidos de la población. Detuvieron sus actos y comenzaron a  correr nada más vieron cómo la masa de gente iba acercándose cada vez más.

Lograron capturar al azabache, pero el individuo de ojos magenta seguía huyendo, aunque las lágrimas caían desenfrenadamente. El pueblo decidió iniciar una búsqueda al próximo día, al final y al cabo, el rastro de camelias estaría marcado en unas horas.

Para sorpresa de todos, varios rastros de esta misma flor estaban esparcidos por todo el pueblo. No podían seguir un camino certero, por lo que dejarlo ir aún enfurecidos. A pesar de que su deseo era juzgar ambos, la única opción que quedaba era la ejecución de solo uno. Y así lo hicieron.

A pesar de la repugnancia por parte del pueblo hacia el azabache, su familia quiso darle un funeral y una tumba digna, la cual visitaban semanalmente para dejar flores sobre esta. Aunque hubo un día en el que no hizo falta dejar flor alguna, la tumba estaba rodeada de camelias rosas. Una cantidad masiva de flores que cubrían gran parte de la extensión. Él había llorado. Él estaba vivo. Aún tenían la oportunidad de ser juzgado ante Dios.

O eso creían.

El domingo llegó, y todos acudieron a la iglesia. Las caras atónitas no tardaron en aparecer. Los ojos esmeraldas entraron al edifico. Observaron con curiosidad dónde se posaban las miradas de los demás. Jadeó y tensó sus hombros, las ya conocidas rosadas flores habían invadido gran parte de la iglesia y , en la pared, estaba la pintura de un ángel.

Un ángel con ojos magenta y una corona de camelias.

Agradecimientos a @oblixvion_ por permitirme realizar una adaptación a su increíble historia

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Agradecimientos a @oblixvion_ por permitirme realizar una adaptación a su increíble historia. 

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Ume_san_

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