𝗔𝗖𝗧𝗢 𝗜𝗜𝗜.

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Se sentía enteramente desnuda, más allá de la piel perlada de sudor, donde sus miedos se reflejaban bajo la luz instigadora del monstruo mientras sus cavilaciones oscilaban entre la confusión perpetua de sentirse tan desagradablemente desesperada y las lágrimas de furia que hormigueaban en sus ojos a punto de iniciar el recorrido por sus mejillas como una cortina de indignación.

Sus torpes manos rasguñaron el fornido pecho del castaño y golpearon con coraje sus dedos tomando lugar en su carne sensible, marcando sus asquerosas huellas en ella de una manera nauseabunda y territorial, incitando la humedad creciendo entre sus piernas sin la oportunidad de apartarlo.

No poseía la fuerza mental ni física para evitarlo. No cuando los besos mezquinos llenos de peligro acallaron cada grito, reproche o afán por pedir ayuda de su boca abusada, tragándola de tantas formas distintas para arrancarle el oxígeno de los pulmones que rogó frenarlo cuando sus ojos se pintaron del mismo rojo que sus mofletes, lanzando un par de mordidas mordaces.

Él la empujó, rudo y desconsiderado, como una advertencia tácita, adueñándose de sus muñecas, colocándolas en el suelo y sometiéndola de nuevo, inmerso en ese vaivén caótico, frotando toda su grotesca masculinidad entre sus muslos al aire, restregando sus deplorables sexos sin su consentimiento.

Todo su sistema reaccionó al cosquilleo, debajo de la piel podía sentir la sangre corriendo más rápido, acumulándose en su estómago, su entrepierna y su rostro, borrándole de la cabeza cualquier coherencia al dejarse arrastrar por su hambre animal, sollozando y suspirando deshonrosamente en mutismo.

Decir que era un hombre desagraciado habría sido mentira. Una vil mentira. Hacer alusión a que no punzaba algo en su interior también lo sería.

Aunque la criatura no parecía vivir en sus facciones ariscas y varoniles, sí lo hacía en su alma. Por el modo en que su palma áspera masajeó su cintura y frotó de sus pezones sin tacto alguno, atento a sus lloriqueos, había más violencia en él de la que se podía apreciar sobre la superficie.

Y lo sabía porque sus ojos clamaban rabia, desbordados de sangre y venganza, abandonando sus labios para masticar agresivamente cada milímetro de su barbilla, mirándola directamente, provocándola y alimentándose de sus penosos jadeos, como si quisiera escucharla pedir auxilio una vez más.

Deleitó sus oídos justo como él lo aguardaba, alzando la voz para tratar de nuevo, entre hipidos y gorgoteos, pateando la nada misma cuando el hombre movió sus caderas, violando su privacidad y perpetrando su espacio de la forma más ruin que solo había visto en pesadillas.

Jamás había sido acariciada así por un varón. Mucho menos un hombre lobo.

No tenía planes de unir su vida con la de ninguna persona, ni cumplirle a la sociedad con una numerosa familia, era muy joven para el compromiso y todas sus aspiraciones se limitaban a las tradiciones de su apellido.

Se sentía tan mal ser tocada con... sus garras.

Tal vez no creía en el sagrado matrimonio pero nunca se había atrevido a perder su virtud de tal modo. Débil, subyugada e indefensa.

Quería escapar del licántropo y salir huyendo del granero, trotar tan veloz como sus piernas heridas se lo permitieran y regresar a casa, donde pudiera agradecer seguir en una sola pieza.

Por el contrario, estaba ahí contenida bajo el peso ajeno lanzando un gruñido aguado cuando sus órganos se rozaron constantemente, acelerando su sistema a un nivel alarmante, recibiendo a cambio el contoneo sutil de su pelvis.

Echó la nuca a la duela tras un jadeo, incapaz de impedir lo que sucedería con ella, resintiendo la revolución de sensaciones abatiendo su firmeza, manteniendo las manos tensas alrededor de sus hombros para al menos evitar que atacara sus labios, dejándole asaltar su garganta con los dientes, muerta de miedo, temblando de manera frustrante entre sus extremidades. Él deslizó la fila de punzantes colmillos por su pecho desnudo, su piel vulnerable ante él, jugando con uno de los erizados botones como si de verdad pudiera disfrutarlo. Suspiró hondo, conteniendo la explosión de placer inundando su bajo vientre, desviando la atención al arco y la única flecha en su carcaj, los metros de distancia parecían millas de abismo, como nunca antes en su vida deseó no haber caído frente a la apariencia de un débil hombre herido.

ACÓNITO +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora