Ojos rojos

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Desperté exaltado. Me sudaba la frente y mi corazón latía rápido. El sueño había sido tan vivido e impactante como el de las últimas semanas. Sus ojos, color rojo oscuro como la sangre, de una pupila tan oscura como la noche, habían despertado en mi interior una sensación que nunca antes había experimentado. Era una presión en el pecho, una mezcla entre angustia y temor profundo, que de una punzada me había devuelto a la realidad. Entre suspiros miré a mi alrededor, y sentí el alivio de encontrarme sano y salvo en mi cama. Así como estaba, quedé con la mirada perdida, perplejo, observando mi ventana perlada de gotitas de agua. A través de ella podía ver el mundo, pero no como yo lo recordaba. Todo era de un tono más gris, triste, deprimido. Lo único que conservaba su color eran las amarillas hojas del frezno, que debido al otoño caían lentamente y eran aplastadas por las ruedas de los autos que pasaban, sus conductores, apurados por ir al trabajo, estresados, no prestaban atención a estos detalles que curiosamente comencé a notar luego de tener varias veces estos sueños tan similares.
Intente apartar estos pensamientos que sólo servían para angustiarme, pero era imposible. El solo hecho de pensar que, aunque sea en mi imaginación, ese ser existía, me hacía estremecer hasta en lo más profundo de mi cuerpo. Logré concentrarme en otras cosas. Miré la hora, me destape y caminé hacia el baño, sin preocuparme de dejar la cama deshecha: ya había sufrido suficiente. Una vez frente al espejo, me vi. De tez pálida, ojeras marcadas y pelo pelirrojo despeinado. Ese era yo. Fije la mirada en el espejo, y miles de imágenes se me vinieron a la cabeza: una tormenta, una calle, truenos, oscuridad, ojos atentos, penetrantes, que inquietaban, ojos rojos, ojos color sangre increíblemente intenso y atemorizante, que no podías observar directamente sin perder el juicio o romper a llorar. Eso sucedió. Fue inevitable. Lágrimas brotaron incondicionalmente, mis piernas se aflojaron y caí al suelo. Cerré mis húmedos ojos. Gotas caían, lágrimas frías, cargadas de odio, temor. Ni siquiera yo sabía lo que sentía. Grité de la desesperación, o eso creí hacer. Mis sentidos se estaban apagando. Solo veía oscuridad, pero con la sensación de ser observado, de estar cambiando. Sentia el líquido correr por mis mejillas, cada vez más espeso y tibio. Oia eco, susurros escalofriantes. No estaba seguro de mi existencia. El miedo se fue. Quedé vacío por dentro. Solo quedaba en mi interior rencor, odio, sed de venganza. Aprete los puños y los ojos. Me puse de pie, frente al espejo. Sentí la tentación de abrirlos, ver que se escondía detras de esos párpados húmedos, pero mi cabeza, que dudaba que siguiese cuerda, no me lo permitía. Tenía el temor y la curiosidad enfrentados. Abri los ojos en contra de todos mis instintos. Mi cara estaba llena de sangre seca, que provenía de mis ojos. Ojos color rojo oscuro como la sangre, con pupilas tan oscuras como la noche.

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