La tormenta del miedo

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La oscuridad se vió opacada cuando el resplandor del rayo inundó mi habitación. Comenzó con un sonido gutural que iba en aumento, como si el rayo se estuviese preparando para caer. Solté el libro que estaba leyendo a la luz tenue de la lampara para taparme los oídos, previendo lo que iba a suceder. El ruido fue aumentando, e hizo vibrar el vidrio la ventana. El estallido no se hizo esperar. Fue como un disparo aturdidor, que hizo retumbar toda la casa. El foco del velador explotó en cientos de puntitos de color amarillo anaranjado. Se esparcieron por el suelo, y desaparecieron rápidamente, al igual que toda la luz de la casa. Me había quedado a oscuras. Me quedé unos minutos sentado contra los almohadones blancos escuchando la tormenta. Las gotas de agua bombardeaban el techo de mi casa, y cada tanto un rayo lejano me dejaba ver las repisas de mi habitación, llenas de libros y juguetitos que fui coleccionando. Era muy tarde, pero aún así me decidí por ir a encender el grupo electrógeno. Aquella noche me encontraba solo en la casa, así que no tenía ningún acompañante para recorrer las 5 cuadras hasta la casita precaria dónde se encontraba el motor. Me destape, me puse un abrigo, y me dirigí hacia la puerta como pude. Poco a poco mi vista se iba acostumbrando a la oscuridad, así que no fue mucho problema. Abrí la puerta, y una ráfaga de viento frío y agua me chocó contra las mejillas. Solo desde esa posición pude contemplar la magnitud de la tormenta. A pesar de ser las 3 de la madrugada, el cielo se veía cargado de luz, de fuerza, electricidad, y tapada por las nubes negras y revoltosas daba un aspecto atemorizante. Los árboles maneaban de un lado al otro al compás del viento, salpicados de manera agresiva por la lluvia. Los charcos y las hojas mojadas del pasto reflejaban la luz emitida por los rayos, seguida de un estruendo imponente. A pesar de haber visto tal escena, salí de la casa decidido. El camino hasta el galponcito no era muy largo, alrededor de 5 cuadras. El problema era que vivía en el campo, no había nadie cerca más que frondosos árboles que me observaban azotados por la tormenta. Deje atrás mi casa y me sumergi en la oscuridad del camino. Sosteniendo mi capucha avance en contra del viento y la tormenta, con paso firme y lento. El camino era de tierra y recto. Era difícil perderse hasta con semejante tormenta, sólo que el barro hundía mis pies hasta los talones y dificultaba mi avance. Cortinas de viento de pinos se alzaban a mis costados, pero de poco servían contra el feroz clima. Me sentía pequeño e indefenso. Empecé también a sentir temor. Miedo. Miedo a las siluetas que se formaban detrás de las hojas. A las sombras escalofriantes que generaban los rayos. A la inmensidad de la tormenta. A los rayos. A los pasos salpicando agua detrás de mí. A algo invisible que me perseguía y miraba por atrás. Los latidos de mi corazón acelerado tapaban el estruendo de la tormenta. A mi pies ya no les importaba el barro, sólo quería huir, huir de esa presencia que me atormentaba. Faltaban veinte metros para llegar al galpón venido abajo. Lo podía ver a través de la lluvia. Era pequeño, destartalado. Las chapas del techo apenas resistían, pero era mi salvación
Mi salvación a la tormenta, y a aquella presencia que me miraba. Que estaba en todos lados, pero a la vez en ninguno. Porque lo sentía en todas partes, pero no se veía. Porque me aterrorizaba, y no sabía que era.
Veía una sombra que se proyectaba desde detrás mio a la luz de los rayos, pero al darme vuelta, no provenía de ningún sitio, desaparecía . Faltaban diez metros. Vi una silueta. Una vaga forma humana detrás de los arboles. Si la mirabas directamente era como si nunca hubiese estado. Cinco metros. La figura me observaba fijamente, ahora si que existía. No estaba en un lugar determinado, estaba dónde yo ponía la mirada. No se inmutaba. Un metro. Vino corriendo hacia mí. El pánico me inundó, sentí una presión en el pecho que me obligó a correr hacia el portón. El agua salpicaba mis piernas, pero eso no importaba. Solo quería llegar a un refugio. Los pasos detrás de mí se aceleraban y se escuchaban más fuentes. Mis manos luchaban contra la cerradura y el frió. Temblaba. La puerta no abría. El ser se acercaba. Grité de desesperación, pero nadie me iba a escuchar. Cuando pensé que era el fin, cuando casi note la respiración de lo que me perseguía en mi nuca, la puerta cedió. Entre sin mirar atrás. Cerré apurado, y me deslice hacia el piso con la espalda pegada a la pared, con los ojos cerrados y la cara empapada. Todo había pasado. La tormenta ahora se escuchaba ahogada, distante. La angustia me llegó a la garganta y rompi a lorar. Ya no me importo prender el motor. Solo quería sentirme aliviado y a salvo, lejos de aquello que me persiguió hasta ese lugar. Pero no sabía que estaba tan cerca. Nunca había sentido tanto pánico como cuando escuché claros pasos mojados atrás del motor. Me pare enseguida para salir del galpón. Intente abrir la puerta, pero no pude, estaba trabada. Ya había agotado todo el temor que había en mi. Me resigné, me quedé mirando las maderas de la puerta, mientras los pasos se acercaban lentamente. Los pasos se detuvieron detrás de mí. Había una respiración que no era la mía.

El motor nunca se prendió.

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