El rey volvió a su casa ese día, tan pronto como se aseguró de la inminente boda de Jeno, y pasó las siguientes veinticuatro horas trabajando como un loco, tratando de dejar todo listo para funcionar. Jeno se ofreció a llevar a Gaeul y a la tía Solar también, pero Minju protestó diciendo que no quería molestar a nadie. Su madre y su hermana estaban comprensiblemente furiosas, pero tuvieron la amabilidad de no decir nada delante del príncipe, pero luego cuando se fue, las acusaciones y los argumentos comenzaron. Yo estaba feliz. Todos estaban tan ocupados con los demás que no se les ocurrió preguntarme acerca de mi amistad con Jeno.
Minju podía haber dicho que se iba con su familia en una manera equivocada de martirio, pero yo sabía la verdad: que no quería a nadie a su alrededor que podría avergonzarla o recordarle a los demás sus raíces no reales. Y ciertamente lo habría dejado si tuviera la opción, pero Jeno dejó en claro lo mucho que me quería.
Y así me encontré en el camino hacia el palacio a la mañana siguiente, en compañía de Jeno, Minju y una docena de guardias y sirvientes.
Y, por supuesto, de Milton.
Minju viajaba en un carruaje con el príncipe. Empezó a caballo, al igual que el resto de nosotros, pero cerró los ojos y le hizo un comentario con una sonrisa acerca de conocerse mejor y él cedió uniéndose a ella y ocultándose en el interior del vehículo, a las afueras de la vista y fuera de mi alcance.
No podía escuchar la conversación, pero de vez en cuando escuchaba las risas. Traté de decirme a mí mismo que los celos que sentía eran cada vez más absurdos. Me dije que mi creciente odio por ella era injustificado y me pregunté varias veces si debería decirle al príncipe que Minju no era quien pensaba.
Paramos al mediodía para comer y ayudamos a dos de los funcionarios a preparar una comida fría de queso, jamón, galletas y fresas frescas para Jeno y Minju, mientras que los otros hombres cuidaban de sus propios caballos y comían el desayuno de pan duro y carne seca. Milton miró la comida campestre con una atención que era absolutamente alarmante mientras hilos de baba colgaban de sus mejillas pesadas. Tenía miedo de que, si nos apartamos ni siquiera por un segundo, tragara todo de un solo bocado.
-Estoy preguntándome si debería sentarme en el suelo. - Preguntó Minju. -No me gustaría arruinar mi vestido.
Jeno lo sostuvo con lo que parecía ser una mezcla de diversión y molestia cuando me mandaron para tomar almohadas y una manta para mantener su vestido limpio.
Evité su mirada mientras la ayudaba a instalarse en frente de él. Odiaba que me viera como un mero sirviente de su novia. Tenía miedo de mirarlo y ver compasión en sus ojos.
-Eso es lo suficientemente bueno. -Minju dijo, haciendo un movimiento que me sorprendió con sus manos. -Se puede ir.
Me di la vuelta para marcharme, pero fui detenido por una pregunta de Jeno.
-¿Por qué no te unes a nosotros, Jaemin?
Me volví para encontrarlo haciéndome un gesto para que me sentara a su lado en el suelo. La pregunta me tomó por sorpresa, así como la expresión de su cara. No había piedad ni repugnancia, como yo esperaba. Justo el mismo sentimiento de amistad que había visto en su rostro todas las otras veces que habíamos estado juntos. Fuese cual fuese el resentimiento que sintiese hacia mi prima fue borrado de mi mente por el calor de su sonrisa y la sinceridad de la invitación.