Gabriel tanteó el terreno alrededor del gran panteón y no encontró nada sospechoso, aunque seguía con el claro y nítido presentimiento de que era claramente una trampa, recorriendo por su piel. Más pronto que tarde, el joven Van Helsing posó su aguda mirada en el gran edificio fúnebre, de donde provenía una gran carga de magia ancestral y oscura, odio, rencor y ante todo, miedo.
Angela y Robert se acercaron a su compañero, mirando el panteónncon cierta incredulidad. La muchacha había peleado ya contra poderes mágicos y sentía su presencia de forma clara y Robert entendía de magia, aunque no oscura, asi que no entendía las sensaciones horribles y asquerosas que hacían que su piel estuviera sensible y alerta cuando sus ojos escaneaban el lugar.
Gabriel, sin embargo, era el que más entendía de esas fuerzas tenebrosas y repelentes, pues si era practicante de magia negra, aunque nunca cruzó el umbral que Roma había puesto de límite; jugar con la nigromancia, aun así, la estudió, para informarse y saber luchar contra ella.
Asi pues, se acercó a la puerta de la gran lápida y extendió la mano derecha para tocar las rejas metálicas oxidadas, pero su instinto le hizo apartar la mano rápidamente.

Y su instintó acertó de lleno.

La puerta del panteón estalló en una explosión controlada de llamas azules, soltando esquirlas metálicas por doquier, haciendo la función en escala mágica de una granada de fragmentación. Algunas de las esquirlas rozaron la cara de Gabriel, pero no hubieron heridas graves, solo cortes superficiales.
Angela y Robert observaron estupefactos cómo su compañero no solo no se había puesto a cubierto, además estaba de pie, mirando fijamente a la entrada del panteón destrozada y humeante, como si supiera lo que iba a ocurrir.

-Llego a estar más cerca- dijo Gabriel con tono calmado, -y hubiese perdido el brazo entero.

-El brujo al que nos enfrentamos es poderoso- replicó Angela.

-Más que Gabriel no, créeme, Angela- negó Robert.

Angela no supo qué decir, ya que aún no había visto a Van Helsing usar ninguno de esos poderes mágicos que Robert afirmaba decir que eran tan increíbles. Poco tardó en hacerse realidad esas ganas de ver la fuerza del maná de Gabriel.
Van Helsing cerró los ojos, pronunció un murmuro de palabras rúnicas y proyectó su espirítu. Vió los hilos de la magia como si fueran grandes cuerdas de cáñamo refulgentes y grandes haces de luz provenientes de la sala mortuoria invadieron la visión Magus de Gabriel.
Sonrió de oreja a oreja.
Los hilos relucientes que salían del lugar indicaban la colocación de unas extrañas bolas pequeñas de llamas azules, es decir, las ubicaciones exactas de las trampas mágicas que había puesto el brujo, además de ver ciertas auras, igual unas cien de ellas, de un verde mohoso y una última aura, con una tonalidad negra como el ónice.
Con la maestría de un ingeniero enano trabajando en sus armas, Gabriel empezó a cortar los hilos de maná con su espíritu proyectado, separando el núcleo de la cuerda de magia con sus dedos espectrales.
Cada vez que rompía un hilo, notaba cómo desaparecían las trampas, dejando el atisbo mágico para engañar a su competidor brujo.
Devolvió su espíritu a su cuerpo y abrió los ojos.
Había desbaratado los planes suicidas del brujo enemigo.

Angela observó atónita el espectáculo de luces que fluían del cuerpo de Gabriel, aunque no entendió nada de lo ocurrido, solo vió al joven cazador recitar unas palabras en un tono casi inaudible y, de la nada, surgió de su cuerpo una ola de energía verde y solo notó cómo una ráfaga caliente rodeaba a Gabriel. Acto seguido, sintió el poder de la cripta casi desvanecerse y, en cuestión de minutos, Gabriel ya tenía los ojos abiertos de vuelta y todo el remolino ardiente desapareció casi de inmediato.
Fue algo que pasó en cuestión de siete minutos y unos pocos segundos, pero en ese tiempo, una fuerza abrumadora rodeó a Van Helsing y sus compañeros, como si otro Gabriel exisitiera en un plano etéreo paralelo al mundo real.
Angela seguía confusa por la gran acumulación de maná en el ambiente, pero un toque de Gabriel en su hombro la devolvió de vuelta a la realidad.

-Te noto algo dispersa- dijo Gabriel en tono bajo.

-Nunca había sentido tanto poder en tan poco tiempo- replicó Angela, aún perdida en sus pensamientos.

-Te lo dije- reafirmó Robert, con una sonrisa burlona en su cara.

Aunque a Angela le sentó mal ese comentario socarrón, Robert tenía razón; el poder mágico de Van Helsing era inconmensurable, no tenía casi sentido albergar tal fuerza en un cuerpo humano, pero vió que era posible en cuestión de minutos.
Los tres se reunieron de nuevo en la puerta del panteón, con sus armas en mano, listos para dar caza al brujo que se ocultaba en su interior y, con paso seguro, los cazadores se introdujeron en el macabro ataúd gigante de piedra y mármol.
La cacería había empezado.

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Crøt sentía que algo no iba bien.
El viejo y achaparrado trasgo notaba algo extraño en el panteón pero no sabía que era y sus dedos largos y huesudos, con largas uñas negras, rascaban su cabeza deforme llena de pelo irregularmente repartido. Se levantó de su cama horripilante, con cuidado para no clavarse las astillas óseas que construían su colchón tétrico en su delgado y diminuto cuerpo y, ágil como una serpiente, se dirigió al pasillo de tumbas, repletas de restos de personas que pasaron a mejor vida.
Comprobó su ejército de gúls restantes y aunque estaba orgulloso de haber creado tantas criaturas no-muertas, todavía sentía un mal sino cerniéndose sobre su cabeza y para colmo, su poder mágico estaba agotado, ya que no tenía vida insignificante con la que alimentar sus hechizos de nigromancia. Pronto se arrepintió de no haberse llevado más cadáveres de las familias que había matado como una reserva para su poder.
Volvió a su habitación siniestra y dió vueltas alrededor de su lecho tosco de piedra y piezas óseas, pensando y pensando sobre el mismo comezón que carcomía su débil y afectada mente.
Crøt siguió rebuscando en sus pensamientos, buscando en ese plano cualquier razón para sentir esa sensación nefasta de que algo no está funcionando.
Sus ojos poco a poco se abrieron, demostrando el terror en su mirada perdida en el suelo. Decidió sacar todas sus fuerzas mágicas a flote y, con las manos temblando y deseando que lo que estuviera pensando no fuese la respuesta a su temor infundado.
Crøt proyectó su espíritu con toda la energía del maná que le quedaba en el cuerpo y observó con su visión de Magus su alrededor, buscando sus preciadas trampas de magia y descubrió, fascinado y a su vez horrorizado, que las trampas habían sido debilitadas hasta ser inocuas, habían pasado de ser bombas anti-criaturas mágicas a ser un pequeño petardo inofensivo.
"¿Quién ha sido capaz de inutilizar mi magia?"- se preguntó a si mismo el viejo trasgo.
No había notado ningún atisbo de maná en las cercanías, aunque recuerda haberse despertado hace unos minutos, asombrado por un estallido de magia ocurrido cerca de su panteón.
Crøt tenía claro que su enemigo contaba con un mago muy poderoso y experto, alguien con poder y habilidad para descubrir sus trampas e inutilizarlas. Decidió entonces hacer su última jugada, aunque le costaría bastante. Con un rápido movimiento, devolvió su espíritu al cuerpo y en cuanto recuperó consciencia de si mismo, agarró su daga y fríamente se rebanó el brazo derecho. Retorciéndose de dolor, susurró en lengua trasgo, recitando el hechizo que haría resucitar al menos unos sesenta muertos más. De las tumbas de piedra del pasillo salieron, flotando en un remolino de rayos verdes putrefactos, miles de huesos, retomando las formas humanas que antaño tenían. Los esqueléticos guerreros recuperaron de sus tumbas sus espadas y escudos, algunos incluso se colocaron unas antiguas armaduras de cuero tachonado y hierro.
Crøt, aún rugiendo de dolor, lanzó otro hechizo, con menor fuerza, hacia su brazo lacerado y una llama verde cauterizó el muñón sangrante, dejando una costra quemada y rugosa que retuvo la sangre en su lugar.
El viejo trasgo se sentía débil y temía por su vida, pero su guardia de ochenta muertos le protegerían hasta su fatídico final.
Si esos cazadores y ese mago querían batalla, Crøt se la iba a dar, con sus muertos vivientes y la poca magia que quedaba en su cuerpo, aunque sabía que ya no podría hacer nada contra ellos.
Crøt se fue de nuevo a su cama sepulcral, renqueando y agarrándose, aún con la daga en la mano, a su muñón y se tumbó, cerrando los ojos para buscar un descanso.
Por primera vez en mucho tiempo, el viejo y experimentado Crøt, al que llamaban el "Dios Brujo" en su tribu de la Selva Negra, sintió miedo ante la idea de un mago más poderoso que él.
"No quiero morir" fue el primer que pasó por su dolorida y frágil mente.

"No quiero morir..."

Las aventuras de Gabriel Van Helsing: Caza del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora