La entrada al panteón parecía más un tétrico osario gigante que una tumba gloriosa, al menos eso pensaba Angela. Pero lo que más rondaba por su cabeza era el brillante cuerpo del cazador que tenía por compañero. Robert, al ver la cara atónita de Angela, sonrió y la dijo:

-No esperabas algo asi de Gabriel, ¿verdad?

-No se me había informado de que estaba instruido en artes oscuras- contestó Angela, mirando extrañada a la abrigada espalda de Van Helsing.

-Obtuve esa formación con doce años, de la mano del último rey brujo pigmeo africano- añadió Gabriel -Murió después de una escaramuza en su choza por un grupo de asesinos en sueldos enviados por un barón francés. Asesinos que me buscaban a mi...

La mirada perdida del cazador denotaba tristeza al hablar sobre su añorado y difunto maestro. Angela quería consolarlo de algún modo, pero sabía que ninguna palabra podría devolver la vida de su mentor.
Gabriel miró hacia atrás, encontrándose con los ojos de Angela y solo pudo esbozar una suave sonrisa, llena de amargura y soledad. Angela apretó sus manos con fuerza en respuesta a esa mirada y de su boca salió un escueto pero sentido "Lo siento".
Gabriel negó con la cabeza mientras seguían pasando por aquél pasillo lóbrego lleno de huesos incrustado en sus paredes y de pronto, sus sentidos volvieron en si tras escuchar unos pasos extraños cercanos a su posición.
Rápidamente, se ocultaron tras uno de los pasadizos del camino.
Las sospechas de Van Helsing fueron bien infundadas, pues pasaron al lado de su escondite una gran cantidad de esqueletos y gúls armados, caminando de forma tosca, en una sonata macabra de huesos chocando entre sí, tripas rozando el suelo y el oxidado metal de las espadas y de los escudos raspando las paredes.

Robert, sin dudar, desenvainó su bracamarte y saltó al primer esqueleto que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino del filo de su espada. Gabriel sonrió y sacó su pistola de cuatro cañones para hacer fuego de cobertura a su compañero. Angela no se quedó atrás y con sus dagas en mano, hizo una acrobacia perfectamente calculada para posicionarse a la espalda de O'Sullivan.
Las cabezas y los cuerpos inertes caían casi en sincronía y huesos rotos, piel y carne cercenada eran el festín del suelo, en una canción lúgubre de repiqueteos de armas y pólvora explotando. En unos pocos minutos, el sonido había acabado, dejando entrada al silencio sepulcral del panteón como un constante aliado.

Gabriel recargó su arma con tranquilidad, pero seguía observando al final de la oscuridad penetrante del pasillo, a sabiendas de que el combate realmente no había acabado. Quedaba el invocador de esos cadáveres ambulantes.
Después de casi media hora andando, los tres cazadores se toparon con una entrada extraña, con las jambas y el dintel adornados en sangre coagulada, huesos y piel humana fresca.
Se encontraron con una sorpresa: el posible brujo que andaban buscando estaba tirando en un lecho de huesos y vísceras, pero no se ponía a la defensiva ni a la ofensiva. Pronto Angela se percató con algo de disgusto que el brujo inmóvil era un trasgo enjuto. Poco a poco se acercaron, con las armas a mano y Gabriel en primera fila, por si necesitaba hacer algún encantamiento rápido.

Pero no fue necesario.

El trasgo estaba tumbado sin vida, con un pequeño puñal negro atravesando su garganta y la sangre coagulada bañaba el cuello y los huesos que hacían de colchón. Había elegido morir bajo sus términos antes que fallecer en las manos de sus enemigos.
Ante esta imagen, Van Helsing se quitó su sombrero negro, lo llevó a su pecho y solo dijo:

-Que tu alma encuentre la paz en el purgatorio.

Después, levantó el cadaver del pequeño trasgo con sus dos brazos, acunándolo como si fuera un recién nacido y lo llevó en silencio a las afueras del panteón.
Robert lo siguió en silencio, nada salió de sus labios sellados, ni siquiera un chiste burlón para alivianar el momento, solo siguió el suave pero decidido paso de su amigo.
Angela no entendía el pesar del cazador por un enemigo, pero decidió respetar el silencio funerario de sus compañeros sin preguntar.

Al salir del panteón, los rayos solares cegaron los ojos de los cazadores, quienes miraron atónitos que, incluso si hubiera parecido poco tiempo el que estuvieron dentro, habían pasado toda la madrugada encerrados en aquel osario gigante.
Van Helsing caminó tranquilamente por el cementerio, pasando unos pocos minutos hasta encontrar la caseta del sepulturero, seguramente asesinado a manos de los muertos vivientes que hace ya tiempo caminaban por esas tierras. Dejó al pequeño trasgo en el suelo, entró en la caseta y salió con una pala, una pequeña estaca de madera y un martillo. Al ver esto, Robert nos se quedó atrás, entró en la caseta y sacó un pico algo oxidado y otra pala. Angela quiso hacer lo mismo, pero Gabriel la miró a los ojos:

-No es necesario que lo hagas- dijo.

-¿Y tú por qué entierras a un enemigo?- preguntó Angela, con una gran curiosidad reflejada en su voz.

-A diferencia de él, no soy un monstruo- respondió Gabriel con tristeza. -Seré un asesino, pero esas muertes me persiguen y no me dejan dormir. Perdonar a mis enemigos y que me perdonen mis víctimas con un entierro apropiado es mi manera de expiar mi arrepentimiento y mi dolor.

En es momento, Angela se acercó a Robert y le hizo una señal para que le entregáse el pico y comenzó a golpear fuertemente la tierra sin mediar palabra, aun que ninguna hizo falta, pues O'Sullivan y Van Helsing entendieron ese acto de comprensión. Robert ayudó con la pala a Angela mientras Van Helsing recogía en brazos al trasgo fallecido y rezaba en latín varias plegarias fúnebres. Tras un par de horas de trabajo, Gabriel se encargó de enterrar al trasgo en su nuevo ataúd de tierra y clavó la estaca encima de la tumba. Hubo un minuto de silencio y pronto recogieron sus cosas y partieron de vuelta a la habitación donde se estaban hospedando, con el estómago algo abierto y con la esperanza de poder  descansar al menos un par de días...

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Crøt entendió que no había salida para él; todo su plan se había estropeado y estaba tan agotado que no podía ni informar a su superior de lo ocurrido, ya que igual le explotaría el cerebro de manera literal si intentaba exceder el límite de su magia sin tener algo de fuerzas en su cuerpo.
La herida de su brazo amputado había dejado de sangrar gracias a los últimos esfuerzos en centrar su magia a detener la hemorragia, pero solo había conseguido asegurar su muerte a manos de los humanos que habían entrado en el panteón y que masacraron a su ejército de no-muertos en un instante. Pronto llegarían a donde él se ubicaba. Ese mago que tenían era muy poderoso, mucho más de lo que él quería admitir.
Se abrazó durante unos instantes a su cuchillo de sacrificio, después lo alzó y observó el filo pétreo y negro que brillaba con su propia sangre en la luz ténue que se agitaba en la habitación.
Sin pensar en nada más que en una muerte al menos algo honorable, dejó que el peso de su flaco brazo cediera a la gravedad y el cuchillo se clavó en pleno centro de la garganta, creando una fuente de sangre casi negra y viscosa que se esparcía por su pecho y los huesos que hacían de colchón.
En cuestión de segundos, Crøt escupió sangre y su piel se puso de color perla y sus brazos perdieron fuerza, la  mano acabó soltando el cuchillo y cayendo a un lado de su cuerpo.
Pasado el minuto, el corazón de Crøt había dejado de bombear sangre al cuerpo y la muerte de sus órganos y del cerebro llegaron poco después.

Crøt ya no era más que un cadáver y su tumba sería aquel panteón lúgubre.

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⏰ Última actualización: Jan 16 ⏰

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Las aventuras de Gabriel Van Helsing: Caza del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora