Prólogo

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El viento mece las hojas del sabino, arrullándolas en un vaivén que invita a desafiar a la inercia para unirse a su baile. El silencio, cargado de verdad, se cuela por todos los rincones, llenando cada lugar del espacio que nos separa con el veredicto desolador de un juicio que consumió mi cuerpo y alma.

El mal intratable, el pronóstico definitivo y la realidad inexorable.

¿Y si no pudiéramos, te quedarías conmigo?

Sé que te irás, las aves me lo susurran al oído y la tristeza que refleja tu rostro en el agua lo dice a gritos. Sé que te irás y no te juzgo por no poder amar al cuerpo yermo que está a tu lado, si yo pudiera dejarlo, también lo haría, escaparía tan rápido que la carcasa quedaría atrás y llevaría conmigo solo su esencia, mi esencia; escaparía hacia una realidad diferente, una en que estoy completa y no necesitamos más que nuestro amor para alcanzar la felicidad.

—Miranda...

Mi nombre en tus labios suena dulce a pesar de estar cargado de melancolía, repítelo, dilo mil veces y no digas más, no pidas perdón ni des explicaciones, no busques soluciones porque sabemos que no las hay, no rompas el silencio, ya no quiero escuchar. Tómame entre tus brazos y no me sueltes, acariña este cuerpo roto y cansado una última vez antes de irte, solo una vez más.

En nuestro abrazo se va una vida, las palabras pasadas y presentes han perdido sentido, lo único que importa es este momento, sumidos en tristeza y agradecimiento por lo vivido. Sé que no me culpas y yo no te guardo rencor, sé que comprendemos que va más allá de nosotros, sé que puedes aceptar todo, menos mi realidad.

Terminada nuestra eternidad, mientras te miro alejarte con un nudo en la garganta y otro en el vientre, me invade una sensación de calma. Ahora sé la verdad y tú eres libre de seguir, de encontrar un campo fértil y preparado para cosechar sus frutos, los nuestros aquí los guardo: Una vida maravillosa, felicidad inmensa y el aprendizaje de quiénes somos y qué buscamos. A mí me toca volver a empezar, perdida, pero con el camino más o menos claro, en busca de ese algo que me llene y que sea capaz de llenar o quizá de un alguien que ame y me ame de vuelta, con todo lo que soy y con lo que jamás podré ser.

¿Y si hubiera sido él?

Él. Me sorprende cómo después de tanto tiempo sigo pensando en él, aun amándote con el alma no he logrado sacar su sonrisa cálida de mi mente, esa que iluminó los días más oscuros cuando no estabas tú y que podría despertar a mi lado cada mañana si hubiéramos tenido el valor de amarnos.

Mi sol, mi faro, mi ancla, mi metáfora eterna de aquel que uno se encuentra en la vida con el único propósito de salvar y ser salvado.

Él, mi él, mi Daniel.

Y así, abandonada, engañada por el espejismo de sus ojos en el agua, surge el deseo egoísta de huir a un mundo en el que Daniel y yo pasamos la vida juntos, amándonos y manteniéndonos a flote, cumpliendo los designios de un universo que conspiró a nuestro favor.

Así, con las heridas abiertas, dejo volar mi imaginación y me dispongo a curarlas haciendo lo que mejor sé.

Contarle al papel. 

Los sabinos nos siguenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora