Daniel
Ese viernes fue diferente, creí que el cielo nublado era el motivo de la tristeza en el semblante de Miranda, pero ambos sabíamos que había algo más. El día pasó sin que dijéramos nada, nos despedimos con la promesa de que mataría a su novio si hacía algo que no debía y fue hasta la tarde cuando la pantalla del teléfono se iluminó para mostrar su nombre que supe que, en efecto, había hecho algo. Las únicas llamadas que Miranda hacía eran para pedir pizza, jamás me llamaría por algo que no considerara importante y al oír su voz quebrada al otro lado de la línea confirmó mis sospechas.
—Me dejó, Dani, Darío terminó conmigo.
—No tienes que decir más, llego en un rato al departamento.
Colgué antes de que pudiera responder, Miranda era la persona más predecible del mundo, sabía que no iba a pedirme que fuera a verla y que cuando me ofreciera a hacerlo rechazaría la oferta, pero no le daría esa oportunidad. Salí de casa tan rápido que casi olvidé apagar la alarma, me reproché en silencio y mientras caminaba me convencí de que lo mejor que podía hacer era calmarme y pensar con la cabeza fría.
No sabía en qué condiciones iba a encontrarla, aunque tenía una idea, ya un par de veces me había tocado consolarla después de una gran pelea que amenazaba su relación. El plan era el mismo de siempre: escucharla, abrazarla mientras llora y guardarme mis opiniones acerca de Darío para evitar que me odie.
Unos minutos después de subir al metro, llegó un mensaje.
Miranda
Dani, mejor no vengas, estoy muy lejos y no te quiero molestar.
Daniel
Niña, tú nunca me molestas. Ya voy en camino, te aviso cuando llegue.
La conocía más que a la palma de mi mano, después de un tiempo de verla y escucharla aprendí a sentirla, a saber lo que pasa por su mente sin que ella me lo diga y decirle lo que necesita aunque no siempre lo quiera escuchar. Sabía que al llegar la encontraría en silencio, esperando aquel abrazo que la haga sentir que estoy ahí, que después de derrumbarse frente a mí se disculpará por molestarme y me agradecerá por estar y hacerla sentir mejor. Si supiera que el único arte que no he podido dominar es el de demostrarle mi amor.
Porque es cierto, amo a Miranda. Desde el momento en que vi su sonrisa por primera vez decidí que no quería volver a verla a la distancia, la quería a mi lado, pero la presencia de Darío me obligó a detenerme, no iba a interferir en su relación, ella debía ser quien descubriera que no le hacía bien. Esperaba que para ese momento ya lo supiera, no sabía qué había pasado exactamente, pero su voz al teléfono me decía que había estado llorando y eso no podía ser bueno.
Sumido en mis pensamientos, el viaje pasó rápido, cuando salí del metro las luces de los edificios eran la única iluminación y me hicieron compañía hasta el departamento de Miranda. Saqué mi teléfono para llamarla y a los pocos segundos apareció en el umbral de la puerta.
—Hola, pasa.
Subimos las escaleras en silencio, el momento que la miré de frente me bastó para saber que la situación no era buena, no sabía si era posible que le hubieran aparecido ojeras en un par de horas, pero definitivamente no era la misma Miranda con la que había pasado la mañana, parecía haber envejecido veinte años. Mientras cruzábamos la puerta tomé aire, ella se dirigió al sillón y me senté a su lado, listo para escuchar qué canallada le había hecho Darío esta vez.
—Siempre estábamos juntos, ¿sabes? —suspiró— Desde que nos conocimos no nos separamos ni un momento, hasta que llegamos aquí. Todo comenzó cuando no quise que viviéramos juntos.
ESTÁS LEYENDO
Los sabinos nos siguen
RomanceMiranda está en los mejores años de su vida, estudia arte dramático, tiene amigos increíbles y un novio de ensueño. Pero cuando el universo hace lo suyo y de repente un buen amigo la mira con otros ojos, las líneas entre amor y amistad se van difum...