CAPÍTULO 2

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Lo primero que hizo en cuanto se le pasaron las ganas de vomitar fue llamar al Gremio.

—Necesito hablar con Taehyung —le dijo a la recepcionista.

—Lo siento. El director se ha marchado de la oficina.

Jimin colgó el teléfono y marcó el número de casa de Tae.

Este cogió el aparato cuando apenas había sonado una sola vez.

—Bueno, ¿cómo iba a saber que tendría noticias tuyas hoy?

Jimin aferró con fuerza el auricular del teléfono.

—Taehyung, por favor, dime que estoy teniendo una alucinación y que tú no me has asignado un trabajo para un arcángel.

—Esto... bueno... — Kim Taehyung, director del Gremio en todo Estados Unidos y un Hombre de armas tomar, de pronto parecía más nervioso que un adolescente—. Mierda, Minnie, no podía decir que no.

—¿Qué podría haberte hecho él? ¿Matarte?

—Lo más probable —murmuró Kim—. Su lacayo vampiro me dejó muy claro que él te quería a ti. Y ese tipo no está acostumbrado a que le digan que no.

—¿Intentaste al menos decirle que no?

—Soy tu mejor amigo. Concédeme algo de crédito.

Tras hundirse en los cojines del sofá, Jimin clavó la mirada en la Torre.

—¿En qué consiste el trabajo?

—No lo sé. — empezó a canturrear por lo bajo—. No te preocupes: no pienso desperdiciar mi aliento intentando tranquilizarte. El bebé se ha despertado. ¿Verdad que sí, chiquitina? —Los ruidos de besos llenaron el aire.

Jimin aún no podía creerse que Tae se hubiera casado. Y mucho menos que hubiera tenido un bebé.

—¿Cómo está la pequeña Mini-Yo? —Tae había llamado a su hija Kim Jimin. Y Jimin había llorado como un idiota al enterarse—. Espero que te esté haciendo pasar un infierno.

—Mi niña adora a su papi Tae. —Más ruidos de besos—. Y me pidió que te dijera que se convertirá en tu Mini-Yo en cuanto crezca un poco más. Yeontan y ella forman un equipo magnífico.

Jimin se echó a reír ante la mención del gigantesco perro cuya misión en la vida era llenar de babas a la gente desprevenida.

—¿Dónde está tu amado? Pensé que a Hoseok le gustaba encargarse de las cosas del bebé.

—Y así es. —La sonrisa de Tae fue evidente incluso a través de la línea telefónica, e hizo que algo en el interior de Jimin se tensara de una forma desagradable. No se trataba de que envidiara la felicidad de Taehyung, ni de que quisiera a Hoseok para él. No, era algo más profundo, una sensación de que el tiempo se le escurría entre los dedos.

Durante el último año se había hecho cada vez más evidente que sus amigos habían avanzado hacia las siguientes etapas de la vida y que el se había quedado en el limbo: un cazado de vampiros de veintiocho años sin ataduras, sin compromisos. Taehyung había dejado su arco y sus flechas (salvo cuando había una caza de emergencia), y había ocupado el despacho más importante en el Gremio. Su marido, uno de los rastreadores más letales, se dedicaba ahora al negocio de la fabricación de armas para cazadores (y también a cambiar pañales), y mostraba siempre una sonrisa que traslucía lo feliz que era. Joder, incluso Jungkook llevaba los dos últimos meses con la misma compañera de cama.

—Oye, Minnie, ¿piensas dormir algo? —preguntó Tae, que alzó la voz para hacerse oír por encima de los alegres chillidos del bebé—. ¿No quieres soñar con tu arcángel?

Ángel caído [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora