CAPÍTULO 1

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   Cuando Jimin contaba que era un cazavampiros, la primera reacción de la gente era, invariablemente, quedarse boquiabierta. Luego preguntaban: «¿Vas por ahí clavándoles estacas afiladas en sus malvados y corruptos corazones?».

Vale, tal vez esas no fueran las palabras textuales, pero el significado era el mismo. Y eso hacía que deseara encontrar al primer imbécil que se había inventado ese cuento, allá por el siglo XV, para exterminarlo a él. Aunque lo más probable era que los vampiros ya se hubieran encargado de ese asunto... después de que los primeros acabaran en lo que por aquel entonces fuera algo así como una sala de urgencias.

Jimin no les clavaba estacas a los vampiros. Los rastreaba, los metía en una bolsa y se los devolvía a sus amos: los ángeles. Algunas personas lo consideraban un cazarrecompensas, pero, de acuerdo con su tarjeta del Gremio, tenía «Licencia para Cazar Vampiros y Otros Varios», lo que lo convertía en un cazador de vampiros con los beneficios correspondientes, incluida una prima por peligrosidad. Esa prima era muy cuantiosa. Debía serlo para compensar el hecho de que algunas veces los cazadores acababan con la yugular desgarrada.

Aun así, Jimin decidió que necesitaba un aumento de sueldo cuando el músculo de su pantorrilla empezó a protestar. Llevaba dos horas metido en el estrecho rincón de un callejón del Bronx; de pelo rubio casi blanco y ojos de un gris plateado. Lo del pelo era un incordio. Según Jungkook, un amigo suyo (aunque no siempre), era como llevar un cartel que anunciaba su presencia. Puesto que los tintes no le duraban más que un par de minutos, Jimin poseía una estupenda colección de gorritos de lana.

Sentía la tentación de taparse la nariz con el que llevaba puesto en ese momento, pero tenía el presentimiento de que eso solo intensificaría el hedor del «ambiente» de aquel húmedo y oscuro rincón de Nueva York. Lo que lo llevó a pensar en las ventajas de los tapones nasales...

Algo se agitó detrás de él.

Se dio la vuelta... y se encontró cara a cara con un gato al acecho cuyos ojos emitían un resplandor plateado en la oscuridad. Tras cerciorarse de que el animal era lo que parecía, volvió a concentrarse en la acera mientras se preguntaba si sus ojos tendrían un aspecto tan raro como los de aquel gato. Era una suerte que hubiera heredado la piel dorada de su abuela marroquí, ya que de lo contrario habría parecido un fantasma.

—¿Dónde demonios estás? —murmuró mientras estiraba la mano para frotarse la pantorrilla. Aquel vampiro le había proporcionado una persecución animada... gracias a lo estúpido que era. El tipo no tenía ni idea de lo que hacía, por lo que resultaba un poco difícil anticiparse a sus movimientos.

Jungkook le había preguntado una vez si le causaba remordimientos acorralar a vampiros indefensos y arrastrar sus penosos culos de vuelta a una vida de potencial esclavitud. Su amigo se reía como un histérico en el momento de hacer aquella pregunta. No, no tenía remordimientos. Como no los tenía Jungkook. Los vampiros elegían aquella esclavitud (que tenía una duración de cien años) en el instante en que le pedían a un ángel que los Convirtiera en seres casi inmortales. Si hubieran seguido siendo humanos, si se hubiesen ido a la tumba en paz, no estarían atados por un contrato firmado con sangre. Y aunque los ángeles se aprovechaban de su posición, un contrato era un contrato.

Un destello de luz en la calle.

¡Bingo!

Allí estaba el objetivo, con un puro en la boca y hablando por el móvil. Se jactaba de que ya había sido Convertido, y de que ningún ángel remilgado iba a decirle lo que debía hacer. A pesar de la distancia que los separaba, Jimin pudo oler el sudor que se acumulaba bajo sus axilas. Su condición vampírica no había evolucionado lo suficiente para derretir la grasa que lo envolvía como una segunda piel... ¿De verdad aquel tipo creía que podía librarse del contrato con un ángel?

Ángel caído [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora