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— ¿A dónde vamos?

— A presentarte a la chica que me gusta.

Hyewon abrió de más sus ojos, Eunbi rió.

— Eso querías, ¿no? — Hyewon asintió. — Bueno, ahora la conocerás.

Sí, Hyewon lo quería... pero ahora no estaba tan segura.

Sabía que su corazón se rompería tan pronto vea a esa chica, al ver como Eunbi le sonreira con cariño mientras en sus ojos se notarían corazones.

Bien, tal vez estaba exagerando al imaginarse los corazones, sin embargo, nadie puede culparla, es demasiado imaginativa.

— ¿Está en tu apartamento?

— Sí, está esperando ahí.

Les tomó un poco más de tiempo del pensado llegar al piso en donde vivía Eunbi, todo porque Hyewon solía detenerse de vez en cuando por los nervios.

"No estés nerviosa, ya verás que te gustará conocerla."

Entraron al apartamento, todo estaba oscuro.
Incluso las ventanas estaban siendo cubiertas por cortinas, así que Hyewon no podía ayudarse con el brillo natural de la luna para ver por dónde iba.

De todas formas, Eunbi la guió hasta llegar a lo que parecía ser el medio de la sala. Pero era raro, parecían no haber muebles ni nada.

— ¿Eunbi? — la menor temió tropezarse cuando su amiga la soltó.

— Espera, solo prendo las luces... no te muevas.

Hizo caso, quedándose quieta mientras Eunbi buscaba el interruptor.

— ¿Lista?

— S-supongo...

Y las luces se encendieron.

Hyewon necesitó acostumbrarse a la luz artificial del foco, parpadeando un par de veces para, al ya poder ver con normalidad, mirar hacia el frente.

— P-pero...

— ¿Qué sucede? ¿No querías conocerla acaso?

— Sí... pero es un espejo.

— Pues claro, tienes que verte en el para saber quién me gusta.

Hyewon se sintió bastante tonta al ver su reflejo.

Detrás de ella estaba Eunbi sosteniendo una pequeña cajita de color rojo.

Se giró, encarando a la mayor.

— Entonces... soy yo.

— Sí, tonta, eres tú quien me gusta. — Sonrió. — Pensé que había quedado claro ayer cuando te lo dije.

— Es que soy tonta.

— Sí, la tonta que me gusta.

Hyewon se sonrojó, Eunbi se le acercó.

— Kang Hyewon. — abrió la cajita, la cual guardaba un bonito collar de oro del cual colgaba un pequeño dije de flor del mismo material. — ¿Puedo ser tu novia?

— Sí, ¡si puedes!

Y la menor rodeó la cintura de su (ahora) novia para acercarla todavía más, juntando sus labios en un piquito.

— Te quiero, tonta.

— Y yo te quiero a ti, unnie.

FIN

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