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Alemania, WW2

Quackity estaba fumando.

Agarraba con sus morenas manos aquel cigarro del que fumaba, tragando de la blanca boquilla y expulsando el humo por su boca.

Estaba parado de pie en una estación de buses. Esperaba al autobús que iba a ir a buscarle para llevarle a la guerra.

Quackity era músico, concretamente un pianista. Trabajaba en un restaurante alemán tocando el piano pero tras un largo tiempo decidió que se uniría al servicio militar. Ahora esperaba ser recogido por el autobús para ser llevado a la guerra.

Levantó su cabeza y miró el cielo. Era un día nublado y frío, parecía que iba a llover. Escuchó el sonido de un vehículo acercarse a él poco a poco y por como sonaba pudo saber que se trataba del autobús que le llevaría a la guerra.

Le dió la última calada al cigarro y dejó de mirar el cielo. Agarró el cigarro con sus manos y lo tiró al suelo para después pisarlo y aplastarlo así apagandolo.

Iba vestido con una camisa blanca y unos pantalones negros anchos y sueltos. También llevaba unas botas de color negro que se tapaban por la larga longitud de su pantalón. Encima de él llevaba puesta una gabardina color negra con botones y un cinturón para cerrarla. En una de sus manos había un maletín gris algo grande en el cual guardaba sus pertenencias.

El autobús se frenó delante de él y entró a este. Todos los hombres presentes le miraron, le miraron fríamente y como bestias en busca de una presa. Pero aquellas bestias iban a ser soldados con los que tendría que trabajar.

Soldados que iban a morir en la guerra. Soldados que daban su corazón, su alma e incluso su vida para su país.

Suspiró y caminó en busca de algún asiento vacío para sentarse. Los soldados le observaban y Quackity seriamente les devolvía la mirada.

Les miraba con aquellos ojos negros que parecían el mismo infinito y la verdadera muerte.

El azabache por fin logró encontrar un asiento vacío. Se sentó en este.

Estaba al lado de un chico que parecía de su misma edad. El desconocido estaba sentado en la izquierda, justo al lado de la ventana.

Era un chico alto, bastante más que Quackity, de piel blanca y clara cómo la mismísima nieve. Sus ojos eran marrones claros y tenía unas largas pestañas. Su nariz era recta y puntiaguda, fina, pequeña y levantada. Su cabello era castaño y ondulado, bastante desordenado y mal colocado. Pero lo que más le llamó la atención al bajito fueron aquellas canas blancas que tenía alrededor de su cabeza aquel desconocido. Se veía muy jóven como para tener canas.

Quackity se dió cuenta de que se le quedó observando por un largo tiempo cuando el desconocido giró su cabeza hacía él para mirarle, sonriente y con las cejas levantadas.

Al ver que ahora el otro le miraba dejó de mirarlo y miró al frente.

El desconocido seguía mirando al azabache con aún sonrisa inocente y alegre.

Quackity se preguntaba cómo podía sonreír en aquella situación.

— ¿Estás preparado para la guerra? — Fueron las primeras palabras del desconocido que sonreía. Un desconocido muy extraño. El de canas al preguntar aquello inclinó levemente su cabeza a un lado con curiosidad. Quackity tardó unos segundos en responder.

— ¿Tu estas preparado para morir? — Le devolvió la pregunta al de ojos marrones.

— Si no estuviese preparado no me hubiera alistado al servicio militar. — Respondió y hizo una corta pausa antes de continuar con sus palabras. — Los humanos nacemos sabiendo que algún día moriremos, lo tenemos asimilado desde que abrimos los ojos por primera vez. Algún día moriremos así que me gustaría hacer algo útil con mi vida antes de que esta acabe. —

The War Must Go On - QuackburDonde viven las historias. Descúbrelo ahora