El visitante de la huerta

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Ana estaba regando la huerta cuando notó que algo raro se movía entre las tupidas plantas de calabazas. Pensó en una rata, en una araña grande u algún insecto de enorme tamaño. Pero al agacharse un poco notó cómo dos piernas pequeñas se escapaban de su vista.

La mujer se asustó. Dejó a un lado la regadera y se llevó las manos al pecho entretanto miraba hacia la zona por donde esa cosa extraña se había escabullido.

— ¿Un duende? —se preguntó susurrando.

Ana juntó coraje, se agachó y volvió a husmear. ¡De nuevo! Las dos piernitas corrían entre las hojas y calabazas que estaban sobre el suelo y escapaban de su vista.

Ana comenzó a arrastrarse. Estaba algo asustada, pero a la vez maravillada. ¡Ay, si pudiera hacer una videollamada con su hija para mostrarle! ¡Lástima que había dejado el celular cargando dentro de la casa!

Las rodillas de Ana se llenaron de barro y césped, pero hasta que no estiró la mano para tomar a ese ser, no se detuvo.

Un pequeño hombrecito se aferraba de su pulgar. Este enseguida exclamó:

— ¡Perdón! ¡Perdón por la intromisión! Es que tenés un jardín tan hermoso que no pude seguir camino sin entrar y explorarlo.

— ¿Sos un duende? —preguntó Ana atontada, mirándolo con atención.

—Efectivamente.

—Pero tenés apariencia más bien humana... ¡sos como un Pulgarcito!

—En realidad soy un micro humano —dijo el ser mientras le sonreía con simpatía—. Pertenezco a otro mundo. Pero no me refiero a otro planeta, sino a otro plano, a un plano mágico.

— ¿De verdad?

—Sí. De verdad. ¿Te gustaría conocer la tierra de la que vengo?

— ¡Sí! —Ana se había olvidado del miedo y ahora sonreía como una niña ilusionada.

—Bueno. Si me permitís, tengo que besar tu piel para que puedas venir conmigo.

—Bueno, hacelo —rió ella con ternura.

El pequeño ser besó el dedo pulgar que lo retenía.

Mágicamente Ana apareció sentada de cola en el suelo, al lado de él. Ahora era de su tamaño.

— ¡Ay, no! —Exclamó temerosa—. ¿Voy a volver a ser como era?

— ¡Sí! No te preocupes —la tranquilizó el micro humano y le extendió la mano para ayudarla a levantarse.

— ¡Qué maravilloso! —expresó Ana mientras observaba la huerta desde otra perspectiva.

—Yo no me imagino lo que ha de ser tu mundo visto como vos. Eso sí debe ser maravilloso —opinó él.

— ¿Cómo te llamás?

—Podés decirme Pali.

—Yo soy Ana.

—Un gusto, Ana. ¿Estás lista para que te muestre mi mundo?

— ¡Sí!

Nuevamente, en un acto de magia, aparecieron en un lugar rocoso anormalmente bello. Estaba llenísimo de musgos que iban del verde limón al azulino. Algunos estaban florecidos. Nada en la Tierra se podía llegar a parecer a ese lugar.

A medida que paseaban, Ana se percató de que estaban, en realidad, en un pueblo. Decenas de micro humanos caminaban entre esa naturaleza maravillosa y se descubrían casitas entre las rocas.

Después de un largo rato, Pali dijo:

—Ana, no quiero ser aguafiestas, pero en tu mundo ya está anocheciendo y tenés que volver.

— ¡Qué lástima! ¿Me podes invitar otra vez? ¡Es hermoso este lugar!

—Sí. Si algún día vuelvo a pasar por tu jardín te voy a avisar, así volvemos.

Pali le tomó las manos a Ana y le sonrió.

Desaparecieron de aquel pueblo rocoso y musgoso, dejando una nube brillosa que fue deshaciéndose de a poco.


El visitante de la huerta - CUENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora