Capítulo 1: 1889 Versiones diferentes de una desgracia.

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Una gran ceremonia se produjo en el palacio real de Cambridge donde todos fueron invitados sin distinción, las cartas se fueron pasando por todo el país, de en boca en boca la noticia invitaba a personas del más allá a venir. Tanto personajes del proletariado como personajes ilustres de la burguesía y aristocracia se animaban a venir con total agrado, aunque, por obvias razones, dentro del palacio las divisiones estaban por dadas. Tanto princesas como muchachas de la servidumbre se ponían sus mejores trajes, aunque cada tela era de un material superior a la anterior. Tanto príncipes como jóvenes manchados de carbón se lucían en las calles buscando los mejores regalos para el recién nacido duque de Cambridge, aunque, por supuesto, no era de esperarse que poco se encontrara en las calles de Gran Bretaña lo que se podría encontrar en las expediciones multimillonarias de los aristócratas. 

La música clásica resonaba en los pasillos generando un ambiente cálido digno de una danza elegante de la época. Las princesas con pudor doblegaban sus manos hacia los apuestos príncipes, duques y marqueses que las invitaban a bailar presumiendo sus increíbles pasos aprendidos por Lores y maestros de la danza tradicional, que desanimaban a los pobres muchachos de pueblo que veían embelesados a las princesas por su gran atractivo, lástima que solo podían contentarse con sus pies izquierdos moverse solitariamente. 

— ¡Jaja! Mi gran amigo, tan allegado a mí ha querido reuniros sin diferencia alguna en su hermoso hogar, pues todos tengamos la gracia de conocer al primogénito de su alteza el príncipe heredero Roland Rashguire de Cambridge y de su querida y hermosa esposa, su alteza real la princesa Cataleya Moonbather de Edimburgo ¡Vivan la pareja real y gran vida a su matrimonio! 

Todos los aristócratas reunidos alzaron sus copas en muestra de alegria y devoción a la pareja que se presentaba con autoridad en frente de sus invitados. El príncipe con un atuendo digno de un caballero temerario, una postura tan respetable acompañada de las finas telas de su traje negro con blanco que combinaban perfectamente con el azul de la banda de la familia real británica. La princesa más deslumbrante que nunca con un vestido en capas finas de colores rosados pasteles con blanco y un coral resaltante en su pecho y caderas, tan hermosa silueta era moldeada por la seda de la Gran Bretaña. Entre sus brazos llevaba al pequeño recién nacido que ocultaba su anatomía con una manta celeste indicando la pureza de su angelical alma. 

— Tan largo y próspero matrimonio ha traído consigo el fruto de futuros gobernantes que buscan la paz y el progreso de este hermoso país, Gran Bretaña. —Dijo el caballero con voz firme—. Todos los presentes admiréis con ternura a los herederos de la realeza pura. La duquesa Kouyou de Cambridge y futura heredera al puesto de princesa.

La mayor de los hermanos salió con un vestido rojo cubriendo mayor parte de sus blancos pantis de corazones, sus zapatos negros resonaban en el mármol del piso y su capa, de igual tinte, de un rojo primaveral la hacían ver como una total niña que próximamente asumiría el cargo de princesa de Cambridge.

— Por su otro lado, el gran duque Paul Verlaine y futuro príncipe heredero de Cambridge. 

Ambos hermanos fueron recibidos con aplausos por parte del público presente. Aristócratas como pueblerinos admiraban la fortaleza de aquellos grandes personajes que futuramente serian parte esencial de la política de Gran Bretaña. Aunque a penas a sus 8 y 4 años, ambos tenían cargos pesados y estudios que sobre elevaban su inteligencia, probando su capacidad y disciplina a través de la moralidad.

— Atentos a la llegada del pequeño duque el cual ha unido con su nacimiento a una nación entera y ha traído consigo una alegria desbordante en todos nosotros. Admiréis y respetéis al príncipe Nakahara Chuuya de Cambridge. 

La reina se acercó unos cuantos pasos a su muchacha de servidumbre para despojar las mantas del bebé, no obstante, la duquesa solo podía tocar al niño en ese momento y que la niñera no podía si quiera rozar un dedo contra sus mejillas rosadas.

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